jueves, 13 de agosto de 2020

BEATA ANASTASIA Y EL CRISTO VIVIENTE

 

Anastasia llegó más temprano que de costumbre a la iglesia, tenía trabajo extra. El padre Pancracio le había encomendado que limpiara la escultura de Cristo, que de tantas velas ardiendo día y noche a sus pies, ya estaba quedando ennegrecida de tanto tizne. 

   Cuando llegó a la iglesia, el padre Pancracio estaba parado al lado de la cruz, reclinada detrás del altar sobre un plástico negro para so ensuciar el parquet. 

   Buen día, Anastasia. Llega temprano, la saludó el padre. 

   Bendición, padre Pancracio. Pensé que sería bueno limpiarlo al pobrecito antes que los feligreses empiecen a llegar, respondió la mujer, señalando al Cristo con la mano izquierda mientras que con la otra se persignaba. 

   Dios te bendiga, hija, respondió el padre, al tiempo que hacía la señal de la cruz en el aire. 

   Muy bien pensado, Anastasia, prosiguió el padre; mire, yo tengo que tratar unos asuntos en la municipalidad, ya sabe, por el asunto de la kermesse de este año, así que aquí tiene una bolsa con trapos y cinco kilos de sal.

   Está bien, padre; vaya tranquilo a atender sus asuntos que yo tomo cuenta del recado.

   El padre ya se iba, pero recordando algo se volvió.¡Ah!, y no se olvide, Anastasia, deje la sal trabajar por quince minutos, recomendó.

   No se preocupe, padre Pancracio, lo recordaré. 

   Con el padre ya retirado, Anastasia desapareció por una puerta lateral, a la izquierda del altar, dirigiéndose al lavadero de la sacristía ; al rato volvió cargando un balde y una palangana, donde despejó la sal con la que se puso a espolvorear el cuerpo de Cristo y la cruz. Concluida la primera parte, Anastasia se fue a la cocina para ir adelantando el servicio en esos quince minutos para que la sal hiciera efecto. 

   Habrían pasado cinco minutos, como mucho, cuando Anastasia escuchó alaridos desgarrados provenientes del interior de la iglesia. 

   ¡Padre Pancracio!, gritó, y salió corriendo en el acto, dejando atrás el ruido de ollas cayendo al piso, mientras los alaridos se hacían más intensos.

   A Anastasia casi le da un síncope cardíaco al verlo a Cristo que se retorcía con desesperación. 

   El pobre, apenas la vio le ordenó:

   ¡Rápido, mujer, quítame la sal que las heridas me arden como mil demonios! 

    Anastasia llegó a darle una rápida mirada; La piel alrededor los orificios de los clavos, del corte del lanzazo de Longinos y de las espinas, estaban tan rojas como la sangre.

   Presa del pánico, como si hubiera visto al mismísimo demonio, Anastasia se puso pálida como una vela y haciendo oídos sordos al pedido del señor, salió corriendo como una loca hacia la salida. Bajó volando las escalinatas de la iglesia y cruzó la plaza en línea recta, sorteando los bancos con destreza de atleta bien entrenado, dando finalmente a la avenida principal, por la cual siguió hasta el final, donde terminaba el pueblo y empezaba el campo. 

   Se comenta hasta el día hoy en el pueblo, que la pobre Anastasia iba gritando como una beata posesa a los cuatro vientos: "Cristo vive, Cristo vive". 

 Licencia Creative Commons
Beata Anastasia y el Cristo viviente por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata


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