viernes, 9 de julio de 2021

FRANZ K. Y EL BUITRE



El hombre llegó a su casa casi en las últimas, jadeaba que parecía que iba a caer duro de un momento a otro. Estaba exhausto, estaba agotado, estaba extenuado, estaba consumido, estaba gastado, estaba derrengado, estaba... estaba... ¿qué sé yo cómo estaba? Vamos a dejarlo así: estaba muy mal. Pero no tanto como para no hacer lo que había venido a hacer: buscar el fusil. 

    ¿Para qué quieres el fusil, hombre, es que vas a ir a cazar?, le preguntó la esposa, cuando irrumpió en la cocina abrazando una palangana con ropa húmeda y lo vio hurgando en el armario, donde guardaba el fusil, las cañas de pescar y las trampas. 

   Más o menos, le contestó, mientras sacaba algunos proyectiles de una caja de balas que enseguida metió en un bolsillo de la chaqueta. 

   La mujer apoyó la palangana en la mesa de una forma que denotaba que no le había gustado la respuesta, o mejor dicho, no la había convencido.

   ¿Y qué clase de animal piensas cazar a esta hora, o no te has dado cuenta que pronto oscurecerá? 

   Si me doy prisa cuando llegue todavía habrá un poco de luz, dijo, mientras inspeccionaba el arma. Tras su contesta el hombre le echo una rápida mirada a la esposa, solo para comprobar que estaba como el sospechaba que estuviera: con las manos en la cintura, los ojos achicados y la jeta fruncida. Después la oyó reiterarle la pregunta:

   ¿Que qué clase de animal piensas cazar, te he preguntado? 

   Un buitre, respondió, mientras empezaba a cargar el arma. 

  ¡¿Un buitre?!, ¿y para qué quieres cazar un buitre, acaso se comen esos bichos asquerosos?, lo indagó ahora. 

   Que yo sepa, no conozco a nadie que haya comido uno, contestó él, los ojos puestos en lo que hacía. 

   ¿Y entonces, para qué vas a cazar uno?, ¿no estarás queriendo engañarme e irte a emborrachar con tus amigotes a la taberna del viejo Piotr?, le dice ella, recordando una vez más una vieja historia que nunca la abandonaba definitivamente y que ahora, aprovechando lo de matar un buitre a esa hora, volvía a flotar en sus pensamiento siempre desconfiado. 

  No es nada de eso, mujer, es un asunto serio que de momento no puedo explicar porque el tiempo urge. 

  ¡¿Ah, sí?! 

  La mujer ahora se cruzó de brazos y se lo quedó mirando como cuando una mujer se queda de brazos cruzados mirando a su marido con ojos achinados porque desconfía de sus palabras. 

  Está bien, te lo diré, venía por el camino cuando vi a un hombre caído a un costado, al cual un buitre le estaba comiendo los pies. ¿Te das cuenta ahora por qué la urgencia? Si no me doy prisa cuando llegue ya le habrá comido la mitad del cuerpo, respondió, al fin. 

   Pero qué historia más mal contada, dijo mujer, que continuaba mirándolo achinadamente.

   Te juro que es la pura verdad, respondió él, besándose los dedos en cruz, pero al estilo gitano. 

   Bueno, como soy una mujer temerosa de Dios y no quiero llevarme una sorpresa cuando me llegue el turno ante Él, por esta vez, SOLO POR ESTA VEZ, te lo dejaré pasar, le dijo, mirándolo de lado mientras manoteaba la palangana y se dirigía a la boca de la chimenea. 

   Entonces el hombre fue hasta la caballeriza, ensilló el caballo y salió cabalgando como si fuera el propio hijo del viento. 

  Finalmente, cuando llegó junto al caído, éste todavía estaba vivo, y no más comido que cuando lo dejara, casi una hora atrás. 

   ¡Gracias a Dios!, exclamó, mientras saltaba del caballo. 

   ¿Y el buitre, hacia dónde ha volado el maldito?, le preguntó, girando la cabeza para todos lados. 

   El caído se dio unas palmadas en la barriga y dijo: 

   Está acá. 

   El hombre se lo quedó mirando como el que mira sin entender lo que ha acabado de escuchar, es decir, fijo, ceñudo y con la boca abierta. 

   ¿Pero... se lo ha comido? 

   No, digo sí, digo no... 

   ¡Bueno, ya! Pare de de negar y de afirmar y dígame de una vez por todas cómo fue a parar el maldito buitre en su estómago, hombre. 

   Bien, luego que usted se hubo marchado el buitre voló un poco lejos e impetuosamente se arrojó directo hacia mi boca, parecía una jabalina, si usted lo hubiera visto. 

   ¿Y me puede decir por qué no cerró la boca? 

   Es que temí que me arrancara algunos dientes con el impacto, y usted sabe, la estética es todo en la vida. Ya me las tendré que ver con los dos pies medio comidos, imagínese usted además desdentado. 

   ¿Ah, sí,?, pues yo creía que rectitud de carácter y buena salud lo eran todo. Pero bueno, en ese caso, lo cargaré en la grupa y lo llevaré hasta el hospital, ¿qué le parece señor, señor...? 

  Franz, Franz K., ¿Y usted mi buen amigo?

  Miroslaw, solo Miroslaw, a secas. 

Licencia Creative Commons
FRANZ K. Y EL BUITRE por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.


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