lunes, 19 de julio de 2021

LA ESPERA



El vientazo que sopla del sur barre el patio del rancho y de vez en cuando ráfagas como guachazos chicotean las paredes de adobe, arrancándoles pedacitos de barro seco que se pierden enseguida en la nada parda del pastizal rastrero que se extiende hasta convertirse en parte del cielo, junto con finas hebras de paja de lino arrancadas del techo por donde también resbala la ventolina infernal. El rancho es un terrón gris en medio de la desolación áspera donde todo es raso, escaso y se vive por milagro; un hueso seco en esa tierra improductiva, acaso tenida en cuenta por nadie y pasada de largo en los mapas, como algo que casi no consta. Un perro flaco hace rato que no mueve el esqueleto frente a la puerta destartalada y medio caída, por eso el polvo se le acumula sobre la pelambre como una segunda piel. Su respirar es imperceptible, casi una intuición. Ni las pulgas siente el cuzco, acaso le quede sangre qué chupar. El tufo de su dueño ya se hizo aire hace un par de días, pero el perro sigue esperando al pie de la puerta, que su sombra se asome al día o venga a llamarlo desde algún lugar. 

Licencia Creative Commons
LA ESPERA por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.

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