martes, 29 de septiembre de 2020

EL TESORO


   "Pero mirá lo que tengo que estar haciendo con esta política de mierda", se quejaba el pibe cuando la pala se detuvo contra algo duro; el golpe seco recorrió todo el cabo y terminó en el brazo. 
"Otro cascote", pensó en el acto. Ya estaba harto de aquella penuria, cada dos o tres punteadas si no era una piedra era un hueso, o vidrios, o cascotes que hacía rebotar la pala; otras veces era algo metálico, como la herradura y la media bisagra carcomidas por el óxido, que tenía separadas más allá del montículo de tierra que rodeaba al pozo, dándole un aspecto de volcán en miniatura. Pero la triste realidad era que si quería tener para los cigarrillos, debía seguir cavando, no había otro camino. Mientras renegaba soñaba con la posibilidad de un tesoro escondido que le hiciera interrumpir aquel trabajo de negros. Imaginaba el mañana cuando, ya rico y sin problemas económicos, todo lo que le negaba la vida estaba a su disposición en las tiendas, en las concesionarias de automóviles, en las mueblerías, en donde y cuando se le ocurriera. Y, claro, también soñaba con  mujeres, que no eran otras sino la hija de un vecino, que en raras ocasiones se tomaba la molestia de un "hola" desabrido; la esposa del dueño de la disco, que a pesar de veterana fantaseaba con ella cada vez que volvía a casa de madrugada; la hermana de un amigo, que era súper simpática solo cuando frecuentaba su casa, porque en la calle apenas lo saludaba y cuando estaba con el novio entonces, lo ignoraba olímpicamente; y por supuesto había un montón más de mujeres en su lista imaginaria, pero primero tenía que encontrar un tesoro enterrado. Con ganar la lotería no podía contar, porque nunca jugaba; no podía entender cómo alguien podía acertar los números exactos y la exacta disposición de cualquier cifra ganadora. Pura suerte, sin dudas, pero con ella no podía contar. Primero porque podía llegarle tarde, como le sucedió a un tío que ganó un cero kilómetro cuando tenía más de setenta años después de cincuenta y tantos años siguiendo el mismo número. Él tenía catorce y más cincuenta y tantos serían sesenta y muchos y ahí ya sería tarde para casi todo, por lo menos para lo mejor de la vida, ni qué hablar de la hija del vecino y la hermana del amigo que ya serían abuelas; y segundo porque si de verdad tuviera suerte en la próxima punteada la pala se trancaría con un baúl enterrado lleno de oro y piedras preciosas. 

   Así, soñando con lo imposible, el pibe siguió cavando y cavando, y en una de esas la pala tocó algo duro y nuevamente el impacto subió por el cabo y le hizo doler el brazo. Puteaba mientras daba pequeños golpes con la punta, buscando el borde de lo que fuera, para puntear al costado y desenterrarlo sin dificultad, pero sea lo que fuere era mayor que un pedazo de cascote o hierro, aunque sonaba diferente. 

   "¡Epa!", exclamó, y después se dijo, "acá hay algo grande", entonces empezó a soñar. El corazón le dijo, por el ritmo de las palpitaciones que agarró, que sí, que sí había algo. Siguió buscando el borde hasta que lo encontró; aflojó bien la tierra y empezó a escarbar con las manos: aquello se asemejaba a un baúl de madera. El pibe, los ojos maravillados, acarició la superficie como si fuera la piel de la hija del vecino, de la hermana del amigo o la de la veterana. Veinte minutos después consiguió desenterrar una caja cuadrada de madera en bastante buen estado y cerrada con un candado de bronce. Miró hacia la casa, la dueña todavía no había vuelto de las compras. Sacó la caja del pozo y la llevó del otro lado del montículo, cosa que no se viera desde la casa, caso la dueña se asomara cuando volviera. Hizo volar de un palazo el candado mientras el corazón le latía como nunca, ni cuando lo corrió la policía una madrugada a la salida de la disco después que junto a unos amigos cascotearan un patrullero que pasó por ellos había latido así; en seguida se arrodilló y empezó a abrir la tapa muy despacio. Imaginaba su cara iluminarse con las joyas contenidas en su interior, como en las películas, cuando de repente todo se apagó. 

   Al rato, llegó la señora de las compras y cuando se acercó con un vaso de jugo fresquito encontró al pibe tirado del otro lado del pozo, al lado de una caja abierta de la cual salía un resorte bien largo con un guante de boxeo en la punta, aún balanceándose. 

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El Tesoro por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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LA MIRADA


 Tomaba una cerveza solo. El bar no estaba muy lleno, cinco o seis mesas, y en una de ellas, dos más allá de la mía, estaban una chica de espalda a mí, frente a ella un grandulón de mirada enojada y a la derecha de ambos otra chica. Arriba del mostrador había un televisor, con lo que no tenía como no darme cuenta cómo el grandote no me quitaba la vista de encima. Pensé que estaría con algún problema mayor que sus posibilidades de solucionarlo para agarrársela conmigo, que dicho sea de paso se necesitaba otro igual a mí para igualarlo en tamaño entre ambos. Era fornido y el único brazo que podía ver era musculoso, macizo, y todo tatuado; otro tatuaje le asomaba por el cuello de la remera y le cubría todo el cuello, también fornido, como de toro. Sentí como si aquellas miradas que me dedicaba la mole fuera el preludio de una pelea, que claramente perdería yo, entonces pasé la mano disimuladamente en la pistola que cargaba en la cintura, tapada por la remera, y me tranquilicé. De pronto la chica que estaba al lado le dijo algo y él respondió y siguió hablando con una y otra con la misma mirada fiera. "Bueno, pensé, pasa algo entre ellos", lo que no quería decir que no se la agarrara conmigo. Cuando paró de hablar se dio vuelta hacia el mostrador y pidió otra cerveza, casi como una orden, y siguió mirándome como siempre. Después que el mozo le trajo la cerveza se paró, entonces vi erguirse hasta tapar el televisor un ropero tamaño "king size" (ahí volví a palpar la pistola), pero el gigante se encaminó al baño. En ese momento, justo ahí, noté que llevaba puesta una bermuda donde, sobre el muslo izquierdo, estaba escrito UFC y la misma inscripción en la espalda de la camiseta, y agudizando la vista pude ver que en lugar de la oreja izquierda tenía un repollito de Bruselas. Entonces dejé salir de los pulmones el aire que tenía retenido porque vi que se trataba de un luchador o practicante de Vale Todo, y esos tipos no saben mirar de otra manera. 

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La Mirada por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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CUENTO PARECIDO A OTRO CUENTO


Me senté en el banco de la plaza y empecé a observar a la gente. Me urgía hacer un cuento, y que mejor que salir y buscarlo entre la gente cuando no se lo encuentra dentro de casa. Al rato, una pareja se sentó en uno de los bancos del otro lado del paseo; ella, un hembrón y él, parecía un luchador de UFC. Me los quedé observando mientras le buscaba la vuelta al cuento que escribiría a partir de la llegada de una pareja que se sienta frente a un escritor en busca de inspiración en un paseo público. Pero de pronto el tipo me miró, con aquella mirada ruda con que miran los luchadores de UFC. Me hice el distraído, bajé la vista, abrí el cuaderno, saqué la lapicera de un bolsillo y me puse a escribir. En eso recordé otro cuento que había escrito hacía tiempo, donde un luchador de UFC miraba fieramente a un tipo sentado en otra mesa del bar donde tomaban unos tragos. "La mirada", lo intitulé. Éste bien que podría llamarlo "Cuento parecido a otro cuento". Entonces apunté que el luchador que tenía sentado frente a mí venía a preguntarme qué miraba y qué escribía. En ese momento yo dejaba el cuaderno y la lapicera sobre el banco, me paraba y le daba la paliza de su vida y después me acercaba al hembrón y le preguntaba qué estaba haciendo con un perdedor como aquel que se revolcaba de dolor, entre espasmos moribundos. 

   Mientras tanto, entre idea e idea, les echaba una miraba y seguía haciendo anotaciones; a veces él lo notaba y otras no. De pronto, sentí que alguien venía hacia mí y al levantar la vista vi que era el luchador. "Cagamos dijo Ramos", pensé.

   ¿Qué es lo que tanto miras?, me dijo, con autoridad, postura y mirada de luchador. 

  Nada, le dije, miro para ustedes como para cualquier otra persona, al final, para algún lugar tengo que hacerlo, ¿no? Traté de parecer tranquilo, pero ya veía una rodilla en el mentón mandarme a un mundo parecido a estar en coma. 

  ¿Y qué escribís ahí?, me preguntó, señalándome el cuaderno con la quijada de jabalí. 

   Ah, esto, es un cuento, le dije, pero si tanto te intriga te leo de va, le dije. Entonces le leí lo que había escrito. El tipo achicó los ojos y haciendo un gesto de pregunta con la mano me dijo: 

   ¿Y crees que de verdad me harías eso que escribiste ahí? 

   Se refería a la paliza, sin dudas. 

  Claro que no, es apenas un cuento, es decir, otra forma de mentir. 

   El grandulón esbozó una sonrisa sarcástica que le desfiguró el semblante de piedra y se fue diciendo: 

   Sigue soñando entonces. Así que le hice caso. 

   Unos días después, cuando el cuento quedó redondito al tipo no lo reconocía ni la madre de la paliza que le di y el hembrón era la madre de mis dos hijos, ja. 

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CUENTO PARECIDO A OTRO CUENTO por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.
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lunes, 28 de septiembre de 2020

LEOPOLDITO


Los Miguens estaban preocupados con el pimpollo de la casa, Leopoldito, que tenía dos años y se asemejaba a un cachorro de hipopótamo, no estaba por ningún lugar. 

   Sí, Leopoldito comía mucho, como un glotón; y su estómago parecía no tener fin. La suerte de sus padres era que vivían en la misma casa de los padres de Yoli, la mamá del nene descomunal, que ayudaban a comprar comida. 

   Si sigue así comprimirá tanto el resto de los órganos que va a morirse, a menudo decía don Jaime, el padre de Yoli.

   Y sí, la situación de Leopoldito era muy preocupante, así que el abuelo fue hasta la farmacia del pueblo y exponiéndole el problema del nieto al farmacéutico, éste le dijo que se quedara tranquilo que le prepararía un inhibidor de apetito. Pasados unos días, don Jaime regresó a la farmacia de donde trajo el tónico. Una semana más tarde ya se notaba que Leopoldito disminuía la gordura, pero al mes había adelgazado tanto que para verlo bien debía de hacerse de frente, de lo contrario parecía estar viendo un palo de escoba con cabeza. De manera que suspendieron el medicamento inmediatamente, pero Leopoldito siguió sumiéndose en una flacura asustadora. 

   A la tarde voy a ver al farmacéutico, dijo don Jaime, para que prepare otro tónico, uno que no haga engordar tanto ni enflaquecer mucho. 

   Pero esa mañana, los Miguens volvieron a preocuparse con el pimpollo: Leopoldito noestaba por ningún lugar. Buscaron debajo de las camas, adentro de los roperos, en la quinta de verduras, en el galpón y nada de Leopoldito, entonces fueron a la parte de adelanre de la casa; si no lo encontraban allí quería decir que... Nadie se atrevió a terminar la frase. 

   Allí, entre la casa y las rejas de la calle, estaban los dos hermanitos mayores de Leopoldito, jugando a las figuritas. 

   ¿No vieron a Leopoldito?, les preguntó Yoli, temblando de la cabeza a los pies. 

   Sí, mami, dijo uno, está ahí, señalándole las rejas. 

   Todos miraron hacia las rejas, pero ninguno vio a Lepoldito. Hasta que una de las rejas se movió. 

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ALMA ATRAPADA


El primer trabajo importante que le dieron en el diario a Henry Holden lo llevó a las planicies del oeste americano, acompañando al reportero. El trabajo consistía en retratar las costumbre de los indios. Con el reportero no hubo problema, pero con él... 

   Los indios se negaron a fotografiarse, pensando que la máquina tenía el poder de atrapar en imágenes las almas de los retratados. De nada le sirvieron los artilugios que fue capaz de echar mano, y solo pudo sacar una sola fotografía, escondido entre los arbustos: un indio que se encaminaba con arco y flechas para una cacería. 

   El indio había salido de mañana y ya mediando la tarde no aparecía. Ésto inquietó a la tribu, con lo que se formó un grupo de búsqueda. Ya era noche hecha cuando el grupo apareció trayendo al cazador sobre el lomo de un caballo, herido de muerte. Lo había matado un oso, abriéndole el pecho a zarpazos. 

   Una nota más, dijo el reportero. 

   Y quizás ninguna fotografía, acotó él.

   De regreso en la redacción del diario, el reportero se puso a pasar a máquina sus apuntes y él se encerró en el laboratorio fotográfico a fin de rebelar la posible única fotografía. Minutos más tarde se escucharon ruidos, como de cosas siendo rotas y gritos provenientes del laboratorio. Antes que llegaran a la puerta los colegas lo vieron salir, pálido como el mármol, y cerrar con fuerza la puerta tras de sí; tenía la camisa rasgada y manchada de sangre a la altura del hombro, y una flecha atravesada en un hombro. 

   ¡¿Qué ha ocurrido?!, le preguntaron, sorprendidos,los colegas. 

   Corrí con suerte... si no estuviera demasiado... oscuro, no sé..., fue todo lo que dijo, entre espasmos y la vista turbada, antes de caer desmayado. 

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SUEÑOS


Con el futuro asegurado todos los sueños son posibles y las amarguras del mundo quedan atrás. Como las suyas allá en los sórdidos suburbios de Londres. Suburbios que ya eran recuerdos y muy pronto olvido total, apenas pusiera los pies en suelo americano. Todo el glamour de Nueva York pasaría a llenar todos los días de su vida, porque en América lo esperaban una hermosa y rica mujer, una carrera promisoria, una envidiable posición social, el lujo y el placer de vivir. En fin, todo lo mejor que
 se puede esperar de la vida. Con todo eso soñaba Paul Harold Ramsay mientras fumaba un cigarrillo y degustaba un Whisky, aquella noche del 14 de abril de 1912, a bordo del Titanic. 

EL DESCONOCIDO


En lo mejor de la fiesta se me acercó un desconocido y me preguntó si yo era Marcelo. Yo, pensando que se trataba de mi amigo Marcelo, le indiqué dónde se encontraba:

   No amigo, es aquel que está conversando con la chica de vestido azul, cerca de la piscina, le dije. 

   Lo vi dirigirse hacia mi amigo, y no le presté más atención. Al rato, se me acercó Marcelo y le pregunté qué quería el desconocido con él. 

   Conmigo nada, me preguntó sí yo era Pepe, así que le dije dónde estaba, me respondió Marcelo. 

   ¿Pepe?, pero si a mi me preguntó por vos, le dije.

   En eso llegó Pepe a pedirme un cigarrillo. Así que le pregunté qué quería el tipo con él. 

   Conmigo, nada, me preguntó si yo era Javier, así que le dije dónde estaba Javi y fue a hablar con él, dijo Pepe. 

   Ya con eso bastó para dejarnos intrigados, así que fuimos los tres atrás de Javier. Cuando lo encontramos le preguntamos por el desconocido. 

   Nada, me confundió con Ricardo. Se lo mostré y no lo vi más, ¿por qué? 

   Listo, los cuatro fuimos atrás de Ricardo y él nos dijo que el desconocido le preguntó si él era Pedro. Y cuando encontramos a Pedro nos dijo que le preguntó si él era Matías, y Matías que le preguntó si él era Mario y como Mario nos contó lo mismo y con otro amigo pasó la misma cosa y con otro también, salimos todos, que a esa altura ya éramos unos quince, atrás del tipo. 

   Lo encontramos diez minutos después, preguntándole a un muchacho si él era un tal Gustavo. Lo rodeamos y le preguntamos quién y cómo se llamaba. 

   Eso mismo quiero saber yo, nos dijo, por eso pregunto los nombres de todos a ver si alguien me conoce y me dice quién soy.  

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sábado, 26 de septiembre de 2020

LA YETA


Rubén, el inquilino, y Agustín, el propietario del inmueble que ha venido a cobrar el alquiler, están sentados en el comedor; entre ambos hay una botella de plástico con limonada y un vaso de vidrio al lado de Agustín. 

    Ay, ay, ay, ¡qué tiempos difíciles!, se queja Rubén; son los tiempos oscuros, mi querido Agustín, que han sobrepasado el umbral de la puerta y se han instalado en esta humilde morada, y ahora, como bien podés apreciar, estamos rodeados por la miseria más miserable (Agustín mira alrededor, todo continuaba como el mes anterior, hasta el discurso se parece). 

Rubén continúa:

   Si no, pongamos de ejemplo esta limonada, Rubén indica la botella delante de Agustín, de la cual, y no te quito la razón, solo has tomado un sorbo nada más. Al ver tu cara sufrida me acuerdo de la mía, y no es para menos, caliente y ácida como está. Pero es lo hay, ¡es lo que podemos, Agustín! (Agustín mira el vaso y vuelve a sentir el amargo en el paladar). 

   Podría extenderme en el asunto, pero no quiero echarte a perder el día, que será feliz y productivo (Agustín revolea los ojos). 

   Yo sé, mi amigazo querido, que empezar el día con el pie izquierdo puede parecer el primer signo de una jornada fatal, pero !dónde está el espíritu patriótico!, ¡el optimismo en el futuro! Hay que tener fe, Agustín, si no estamos perdidos (Agustín mira para todos lados, pero no ve ni el espíritu ni el optimismo y mucho menos la fe). 

   Creéme, Argentina saldrá a flote y entre todos, desde el más humilde campesino hasta el presidente, vamos a sacar adelante nuestra patria amada. Al final, recordá lo que dice la Biblia: "ayúdate para que te pueda ayudar". Y Dios, que nunca se olvida del todo de ninguno de sus hijos, no dejará a su pueblo a la intemperie (Agustín vuelve a mirar alrededor y más allá de la ventana, pero no ve a Dios, que como el dinero que vino a buscar brillan por su ausencia). 

   Todo esto no pasa de una prueba, pero nosotros, todos juntos, vamos a mostrarle a Él que somos hijos dignos del Señor. Y te digo más, somos argentinos, por lo tanto peleamos hasta el final (¿a que final se refiere, Ringo contra Clay?, se pregunta Agustín). 

   Entretanto, esperemos que el próximo mes la cosa empiece a mejorar (Agustín va a decir algo, pero Rubén no lo deja porque sigue hablando como una cotorra). 

   Pero ¿qué? No y no. No pensés en eso ahora, que es al pedo (¿será que me leyó el pensamiento?, se pregunta Agustín). 

   Yo no digo que sea fácil, pero tampoco es imposible (¿de qué habla?, se vuelve a preguntar Agustín), porque arreglar este despelote va a dar más trabajo del que le dio a Dios hacer el mundo, y mira que el barbudo es grande. Y todo por qué, ¿eh?Porque en el mundo mandamos nosotros, los peores de todos los animales y ahí, mi amigo, la cosa se complica. Pero te prometo, y vos sabes bien que para mí las promesas son deudas (Agustín asiente con la cabeza, si lo sabrá él, se dice), una cosa es deber algunos meses de alquiler, pero no pagar promesa, ¡ah, no!, eso sí que no admito (Agustín cuenta por debajo de la mesa con los dedos para ver cuántos meses son esos "algunos meses" de los que habla Rubén). 

   Y, como siempre digo: debo y no niego, pero pago cuando puedo (me cagó otra vez, piensa Agustín mientras se hunde en la silla). 

   Pero, ¿qué...qué...? No te desanimes, Agustín, tenemos que tener fe. Mirá..., no, mejor me quedo de pico cerrado. Como ya te dije, no quiero echarte a perder el día, que será maravilloso (Agustín mira una vez más por la ventana, oscuros nubarrones se están formando en el horizonte). 

   Entonces, mi querido Agustín... y pensar que apenas ayer eras Agustincito, que venía todos los meses a cobrar el alquiler de la mano de don Ricardo, que en paz descanse y Dios lo tenga en su regazo (Agustín mira hacia el techo). 

   Es un decir, claro, pero no pensemos improbable tamaña empresa, al final, ciento treinta kilos no son nada para Dios, un par de kilitos de algodón aquí en la tierra para nosotros, mucho bulto y poco peso. Además, como acabo de decir, quien se ocupa de eso es el jefe de allá arriba y Él todo lo puede, incluso con tu voluminoso padre, con todo respeto, claro (Agustín vuelve a mirar al techo, pero no piensa en los kilos de su padre, sino en la posibilidad de Dios. Que si todo lo puede por qué no puede hacer que Rubén meta la mano en el bolsillo y le dé algunos pesos aunque sea). 

   Perdón Agustín, me perdí, seguramente por la emoción al recordar a tan entrañable amigo. ¿Dónde estaba?, ah, sí, en el próximo mes. Bien, dejame caer nuevamente en la melancolía Agustincito, que es como siempre serás para mí, esperemos el mes que viene con optimismo que, sin dudas alguna, saldrás de esta honesta casa con algo en los bolsillos. 

   Los hombres se levantan, Rubén enérgicamente y Agustín resignado; enseguida Rubén apoya una mano en el hombro de Agustín y, empujándolo cariñosamente, lo acompaña a la puerta de salida.

   Hasta luego, mi querido amigo, adiós y nos vemos el mes que viene si Dios quiere, dice Rubén (a Agustín no le sale ninguna palabra y se marcha con la cabeza gacha, como un zombi). Rubén cierra rápidamente la puerta y exclama, agitando los brazos: 

   ¡Qué carajo, che! ¡Qué tipo pesado! Por qué no se va al quinto de los infiernos ese infeliz parasitario, ese engomado acomodado, caradura sinvergüenza, insecto invertebrado, paria social, lacra, vudú. Después mira hacia todos lados y gruñe: 

   Pero ¿dónde está Jorgito, eh? Ah, estás ahí, le dice al hijo que justo en ese momento aparece. Acercate y prestá bastante atención: andá de una carrera al almacén de don Pedrito y jugá cien pesos al trece a la cabeza para el mediodía, en la nacional, y otros cien para la tarde, también en la nacional, ¿entendiste bien? 

   ¿Al mismo número, papá?, pregunta Jorgito. 

   ¡Claro, pelotudo!, dale y apuráte. Pero qué pendejo más boludo, nunca vi otro igual, ¿a quién habrá salido?, se queja Rubén. 

   ¡Rosario, ya podés aparecer!, le grita a la sirvienta.

   Enseguida aparece Rosario. 

   ¿Qué quiere, don Rubén?, pregunta.

   Guardá esta limonada de mierda debajo de la pileta de la cocina para el mes que viene, cuando venga de nuevo el pelotudo de Agustín a hinchar las pelotas con el maldito alquiler, le ordena Rubén, y se aplasta en el sofá a ver televisión.

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SIMPATÍA


 
26 de abril a las tres y veintidós de la tarde. En la inmobiliaria.

Estaba agachada, sacando el dinero de la caja fuerte, cuando sintió que alguien entraba. Corrió a ver quién era. 

   Buenas tardes, dijo un joven vestido con un traje militar, del otro lado del escritorio. Fue un vistazo rápido el que ella le dio, no así maletín en la mano izquierda, que de inmediato despertó su curiosidad. 

   Buenas tardes, ¿qué desea?, le preguntó, mostrando su mejor sonrisa. El joven pensó: "¡Qué simpática!"

   Perdón si te asusté, respondió él, devolviendo la sonrisa de igual manera. Estoy buscando un departamento para alquilar y tiene que ser para hoy... Vi uno, amueblado, anunciado en la vidriera, que me gustó y si es posible ir a verlo ahora, cerramos el negocio hoy mismo. La última frase la complementó dándole tres palmaditas al maletín. Ella, aún imaginando posibles contenidos, titubeó un instante hasta que dijo: 

    Sí, no hay problema, ya vuelvo. Enseguida desapareció tras una puerta. A él le pareció que hablaba con alguien. Un minuto después volvió y se puso a buscar algo en un cajón del escritorio. 

   Acá está, dijo, mostrando la llave del departamento y guardándola dentro de una mochila que traía colgada en un hombro. 

   Fueron en el auto del joven. En el camino él le dijo que era teniente coronel y ella, que era la propietaria de la inmobiliaria, y ya en el departamento, que le fascinaban los militares, principalmente cuando vestían el uniforme. 

   Él facilitó la seducción dejándose arrastrar gustosamente hasta un sofá. Ella pasó por detrás y se puso a susurrarle palabras lascivas al oído mientras que parecía estar desprendiéndose las ropas. Pero no era eso. Él soñaba de ojos cerrados cuando sintió que le tapaban la boca con un paño embebido en algo sofocante. Ella se abrazó con fuerza a la cabeza de él, y así se quedó, pocos segundos, hasta el cloroformo hizo efecto y él ya no opuso más resistencia. 

   Cuando el joven despertó habían desaparecido ella... y el maletín.  

El mismo día a las once y cuarenta y siete de la mañana. En la casa. 

Acercó la cara a la de la mujer que acostada a su lado, dormía profundamente. Se levantó y buscó unas medias ligas de mujer en la cómoda junto a la cama. 

   Cuando ella despertó estaba siendo amordazada por él, montado sobre su espalda, después le ató pies y manos. Él salió de la habitación y un minuto después volvió con un cuchillo de cocina. Al verlo venir armado, ella previó su fin y empezó a agitarse mientras la cara se le enrojecía por causa de los gritos ahogados por la mordaza.

   Escucha con mucha atención, le dijo él, sujetándole la cara con una mano mientras que con la otra acercaba la punta filosa del cuchillo a uno de sus ojos, dame la seña de la caja fuerte y no te desangro como a un chancho, entendiste bien. La mujer, los ojos agrandados casi a punto de querer saltárseles de las órbitas, asintió. Entonces él le aflojó la mordaza y ella le pasó la seña. Volvió a ajustar la media y se encaminó al despacho del marido. Al rato apareció con un maletín en la mano y fue derecho al ropero, donde se vistió con el traje de gala del marido militar. Minutos después abandonó la casa en el auto de ella, dirigiéndose a una inmobiliaria para alquilar un departamento. 

El mismo día, siete de la noche. En la comisaría. 

La dueña de la inmobiliaria relata el robo sufrido esa misma tarde. 

   "Yo estaba hablando por teléfono con un cliente en el despacho del negocio, en el fondo, cuando oí que alguien entraba. Entonces interrumpí la llamada y fui a atender. Era una muchacha muy simpática con cara de ángel, pelo rubio, lacio y largo, ojos celestes. Bien, sin darme tiempo a darle la bienvenida, sacó un arma y me redujo, obligándome a abrir la caja fuerte, escondida detrás de un cuadro en el despacho. Después me encerró en la despensa donde están los artículos de limpieza, atada y amordazada. Por el hueco de la cerradura conseguí ver que cuando estaba poniendo el dinero en una mochila, alguien entró al negocio, yo pensé que fuese un cómplice. Bueno, al ratito ella volvió, me aflojó la mordaza y me preguntó dónde guardaba las llaves de los departamentos y las casas; le dije donde estaban y entonces me volvió a ajustar la mordaza y enseguida me tapo la nariz con pañuelo y enseguida me desvanecí. Hace una media me despertó mi marido, que vino a la inmobiliaria a ver que pasaba que yo demoraba en llegar a casa y tampoco contestaba el teléfono".

El mismo día a las cuatro y cuarenta y tres de la tarde. En el aeropuerto. 

El vendedor de pasajes sintió carraspear a sus espaldas y se dio vuelta: era una muchacha, no, era una angelita rubia y de ojos azules y sonriendo un sol de primavera, queriendo un pasaje para el vuelo a Europa de las cinco y cuarto. 

  Sí, dijo, acompañando la afirmación con una lánguida sonrisa de enamorado estampada en el rostro, y se puso a buscar el pasaje en un cajón a sus espaldas, y mientras hacía eso, pensaba: "¡Qué simpática!" 

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BOCA MALDITA


Tulio había ido a visitar a un amigo que no veía en meses. Al rato de haber llegado, vio el en patio a una gallina de guinea picoteando en el césped. 

   ¿Y eso?, le preguntó al amigo, señalándole la gallina. 

   Es mi mascota, una gallina de guinea. 

   Debe ser riquísima a la provenzal, bromeó Tulio. Los amigos rieron y siguieron hablando de sus cosas. A los pocos minutos, el amigo, sin decir nada, salió corriendo al patio: la gallina estaba tendida en el césped, muerta. 

   Pero, qué boca maldita la tuya, yo en tu lugar, pedía otro deseo, le dijo el amigo. 

   ¡Anda!, ha sido mera casualidad. 

   En serio, dale, intenta pedir algo, pero algo bueno, por las dudas, le sugirió el amigo. 

   Está bien, lo intentaré, pero te advierto que fue solo una casualidad. Tulio se quedó pensando en lo que podría desear.  

   Pero ¿puede ser cualquier cosa? 

   Sí, lo que se te ocurra, respondió el amigo. 

   ¿Estás seguro que cualquier cosa?, volvió a insistir Tulio. 

   Sí, cualquier cosa. Estoy esperando, dale, dijo, impaciente, el amigo. 

   Ok, deseo que tu hermana se enamore de mí. Me dijiste que cualquier cosa, aclaró Tulio. 

   Ay, Tulio, lo creo muy poco probable, por no decir imposible, dijo el amigo. 

   Tulio iba a preguntarle por qué cuando Marisa, la hermana del amigo, se asomó por la ventana de su habitación, en el primer piso. 

   ¿Pero quién es...tá a...hí?, dijo Marisa al tiempo que dos estelas de corazoncitos salían de sus ojos y buscaban las alturas. Después, con voz melodiosa, dijo: 

   Hola Tulio, ya bajo. 

   Ni el amigo ni Tulio lo podían creer. Primero había sido la muerte de la gallina de guinea, ahora el amor a primera vista de Marisa. 

   Aprovecha Tulio y sigue pidiendo, lo apuró el amigo. 

  Sí, sí, pero déjame pensar, dijo Tulio, temblando de emoción. 

   Está bien, mientras yo voy a la cocina a calentar agua para pelar la gallina, piensa en algo bueno, le dijo el amigo y entró en la casa con la gallina colgando de una mano. 

   Tulio pensó y pensó, ¿pero qué es lo que podría pedir que no fuese dinero? ¿Amor?, pero Marisa ya estaba muertita por él, así que solo le faltaba riqueza, mucha riqueza. 

    ¡Deseo ser rico, muy rico!, dijo en voz alta, como para que no hubiera equivocación. 

   Al rato, aparecieron el amigo y la hermana. 

   ¿Adónde se metió Tulio?, se preguntaron mientras miraban para todos lados. 

   ¡Acá estoy!, respondió la voz de Tulio desde algún lugar. 

   Acá, sobre la mesa del jardín, volvió a decir la voz de Tulio.

   Pero sobre la mesa solo había una vistosa torta de chocolate y frutas. 

   ¿Pero qué pediste, Tulio?, le preguntó el amigo. 

   Pedí ser rico, muy rico,respondió Tulio, mejor dicho la torta. 

   A ver si es cierto, dijo Marisa, acercándose a la torta con el índice de la mano derecha estirado.

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BOCA MALDITA por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.

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EL CONEJO


Cuando Chuck pasó por delante de la tienda de animales y vio en la vidriera un conejo que parecía una bola de espuma, con aquellos ojazos rojos, como dos cerezas en almíbar, se enamoró en el acto. 

   Entró, lo compró y después fue directo a la casa de un amigo, que casualmente tenía un gato de mascota. 

   Cuando su amigo apareció para abrir el candado del portón traía al gato en los brazos, pero ¿quién dice que el conejo dejó que Chuck entrara? Se puso tenso y se le escurrió dentro de la chaqueta y se quedó asomando la cabeza y con aquellos ojazos, ahora más parecidos a dos tomates "cherry", que no se apartaban de las manos del amigo de Chuck. 

   En un momento vuelvo, dijo el amigo. Al rato, volvió sin el gato. Pero el conejo siguió demostrando, con pataleos de loco alucinado, que no estaba dispuesto a entrar. Chuck, al ver los ojos atemorizados del conejo, se compadeció de él y desistió de la visita. 

   Otro día paso, le dijo a la amigo y tomó el rumbo de casa. 

   El conejo suspiró aliviado y recobró la compostura, y no era para menos, pues se alejaba del llavero con la pata de conejo, que el amigo de Chuck sostenía en una mano. 

MONO ENAMORADO


El mono aquel estaba superenamorado de la mona Chita, pero ella no, no de él sino de Tarzán. Y para peor se la daba de estrella, solo porque salía en sus películas. Si hasta se creía más importante que Jane, todo porque cuando Jane apareció ella ya estaba con Tarzán. 

   Esta me las paga, dijo el mono. 

   Entonces urdió un plan para matar a Tarzán, pero tuvo la mala pata de contárselo a un camaleón que era muy amigo suyo, y ya todos sabemos la lengua larga que tienen esos lagartos. 

   Para encortar la historia: Tarzán se enteró y frustró el plan criminal del mono enamorado yéndose a Inglaterra con la mona Chita a cuestas. 

   ¿Y el mono? 

   Todavía anda atrás del camaleón alcahuete, pero quién sabe cuántas veces lo habrá pasado por al lado sin verlo. 

COMO DIJO NIETZSCHE


Cuando me recibí de enfermera me sentí realizada, porque siempre tuve vocación de ayudar al prójimo. Pero la posibilidad del desencanto siempre anda rondando alrededor como un fantasma; que lo diga yo que a quien debía cuidar me hizo querer matarlo: un paciente rezongón que me sacó de quicio. 

   En dos años inyectándole cuatro inyecciones de penicilina diarias me había hecho la fama de buena buscadora de venas (no fallé nunca), hasta en mis días libres tenía iba al hospital para inyectarlo al rezongón aquel. Me tenía harta, hasta soñaba con él. y para peor ni se curaba ni se moría, el infeliz, conque empecé a agarrarle rabia. De la rabia a querer deshacerme del viejo llegué en dos pasos. Fue entonces que elaboré un plan siniestro para empujarlo al más allá de una vez por todas. A ver si así me deja en paz, me dije. Es claro que tuve ayuda, un diablillo me insistía al pie de la oreja: "Inyéctale cianuro". 
  
   Fue entonces que una noche, para la última inyección del día, le zampé el cianuro sin dolor ni piedad. Al otro día me hice lo más boluda que pude y fui a ponerle la inyección de la mañana, como siempre, y, lógicamente, la cama estaba vacía. Siguiendo con mi teatro puse cara de sorpresa cuando le pregunté a un doctor que pasaba por allí qué había pasado con el paciente (listo, me dije, me dice que se murió y yo hago como que paso mal, digo "¿por qué, por qué? me había encariñado tanto con el abuelito", y zafo). 

   Ah, no te enteraste, me dijo el doctor. 

   No, le dije con la cara más estúpida que fui capaz de improvisar. 

   Hoy le dimos de alta porque se curó de repente, es un milagro, dijo con la sonrisa de oreja a oreja. La concha de su madre, pensé, es como dijo Nietzsche, lo que no te mata te cura. 

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VÍSPERA DE REYES


Cinco de enero, víspera de reyes. 

   Los dos hijos miran junto a sus padres un documental en Animal Planet sobre aves. De pronto, la madre retorna al nido y al ver que solo queda un pichón (que fue el que expulsó del nido a los otros hermanos) le da toda la comida que trae a él. 

   En ese momento uno de los hijos mira la latita con agua y el plato con pasto para los camellos de los reyes magos que están en la ventana, al lado de la tele, después con disimulo le clava la mirada a su hermanito y vaya uno a saber en qué piensa

LA MÁQUINA DE SOÑAR

 

El día que concluyó la máquina de soñar el científico loco se volvió loco de contento y habló bien alto, como un loco, ya que estaba solo en su laboratorio, diciéndole a nadie que ahora el mundo se rendiría a sus pies, y también rió porque se haría el hombre más rico de la tierra y podría dedicarse a tiempo completo y de cuerpo y alma y sin importarle los costos a sus otros inventos, tales como la invisibilidad y el viaje en el tiempo. 

   La peculiaridad de su máquina de soñar era que podía programar el sueño que se quería tener y, además, tener conciencia de que se estaba soñando, también, al momento deseado, permitía desconectar el sueño desde el sueño mismo (ésto quedaba al gusto del usuario, caso algo no saliera según lo programado), lo que le confería una extraordinaria practicidad. El usuario solo tenía que apretar un botón de un pequeño dispositivo sujeto a la muñeca, como un reloj común y corriente, y volver a la realidad instantáneamente. 

   Pero faltaba la prueba final, antes de darla a conocer al mundo, con lo que se puso a cargar el sueño con las informaciones necesarias en la computadora, que luego pasaría a un chip sabor chocolate que luego de tragado se disolvía en el estómago y a través de la corriente sanguínea la información se alojaba en el cerebro y daba inicio al sueño. 

   En la ventana correspondiente al número de coprotagonistas del sueño escribió: "uno", y debajo insertó la imagen de la mujer más linda del mundo (una modelo italiana que jamás en la puta vida le daría bola). En la ventana que correspondía a relación entre protagonistas escribió: "Enamoramiento a primera vista del coprotagonista" (el suyo lo obvió por innecesario, ya que estaba recaliente con la mina). En la ventana de localización del sueño escribió: "isla desierta" (para tener la minita solo para él y no ser interrumpidos en la hora "H", es decir todo el tiempo que durara el sueño, en el cual se lo pasaría dándole con un caño sin parar), y en la última ventana que era de la opción de apagado del sueño escribió: "apagado interno" (por las dudas, no vaya a ser que el cuero no le dé para tanto como quería y la modelo fuera una de esas hembras insaciable que siempre están queriendo más). 

   Con todos los ajuste hechos, el científico se acomodó en la cama de soñar y apretó el botón de inicio y de inmediato se transportó al sueño. Y todo iba de maravilla, la minita dócil como una esclava de harén, la isla idílica, el que te dije firme como una barra de acero, pero... Algo con lo que él no contaba lo transformó en el hombre más infeliz del mundo y el paraíso onírico el propio infierno. Pasó que la tal modelo se requete enamoró de él, y hasta ahí todo bien, pero resultó ser más celosa que hija de padre viudo y en un ataque de celos, después que él le contara que estaban en el mejor de los sueños, le arrancó el dispositivo de las manos y lo hizo pedazos contra una roca en la playa donde acababan de entreverarse, para que no volviera al mundo real y se enamorara de otra. 

   Mientras tanto, de este lado de la realidad, todavía se espera que el científico despierte de lo que se cree sea un coma profundo.  

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EL SUICIDA Y EL LOCO

    Rapallo, Genova -  Febrero de 1883  Parado al borde del acantilado, Amedeo flexionó las piernas y cuando estaba a punto de dar el gran s...