viernes, 30 de octubre de 2020

LA POSADA MALDITA

 Llegó de mañana a aquel pueblo, donde la única atracción turística era una antigua posada cuyo atractivo era haber sido el palco de múltiples asesinatos perpetrados por el dueño y su criado. Según el taxista que lo llevaba al centro, más de cien personas habían sido asesinadas e incineradas en el horno de la caldera por el dúo asesino, hasta que fueron desenmascarados y ejecutados en la silla eléctrica. Desde ese día el morbo de la gente había convertido a la posada en objeto de culto, donde todo el año multitudes de turistas la visitaban, y con esto la ex mujer del dueño, que en la época de los asesinatos ya estaba separada de él, se estaba haciendo rica con la venta de las entradas. La tal posada quedaba en frente del hotel donde el viajante se hospedaría, por eso ni bien el taxi lo dejó en la puerta del mismo, antes de entrar, se quedó contemplando la fila interminable de visitantes que esperaban su turno de ingresar al siniestro edificio del otro lado de la avenida. Junto a la puerta del hotel se encontraban dos hombres conversando, no muy alto pero lo suficiente como para que el viajante oyera lo que hablaban. No quiso voltearse para no pasar por entrometido. Los hombres hablaban sobre la posada y la fortuna que caía como gotas de lluvia en las manos de la dueña. 

   ¿Qué te parece la idea?, preguntó uno de ellos. 

   Me parece muy buena, respondió el otro y acotó en seguida: podríamos empezar hoy mismo, ¿no te parece? 

   Sí, sí, y será con el primer cliente que aparezca que empezaremos a hacernos ricos nosotros también, dijo el primero, pero ahora bajando más la voz. 

   Ya imagino la fila interminable delante de nuestro negocio y la lluvia de billetes, dijo el otro, con el mismo tono. A partir de ese trecho de la conversación una lúgubre sospecha se instaló en la mente del viajante, que no se animó a verles la cara; y, disimulando el nerviosismo que se apoderó de todo su ser, se encaminó hacia la esquina, donde paró un taxi que lo llevó de vuelta a la estación de tren. 

   Cuando el hombre que estaba parado delante de los dos hombres se retiró, éstos se encaminaron hasta la camioneta estacionada del otro lado de la avenida y bajaron el carrito de panchos y lo arrimaron cerca de la gente que aguardaba su turno para visitar la posada maldita. 

                                                                                

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DRÁCULA ENAMORADO

 Desde hacía un tiempo Drácula venía sufriendo de insomnio, con lo que durante el día se aburría como un hongo. De manera que un día, no bien anocheció, entró a una librería dispuesto a comprar un libro para entretenerse y quién sabe conciliar el sueño, pensaba. Y, lógicamente, se interesó por libros de vampiros, pero como nunca había sido ni siquiera lector casual, con sorpresa  descubrió que había miles de libros que hablaban de él. "Qué interesante", se dijo, al tiempo que se le ocurría una idea; por lo que le pidió un lápiz y papel al librero y anotó todos los nombres de los autores que habían escrito sobre él. De modo que, dedicó se dedicó a chuparle la sangre a los autores que le dedicaban libros sin pagarle un céntimo siquiera a modo de derechos de autor. Da a pensar que de esta manera no se sentiría culpable por tener que matar para mantenerse vivo, y algo de eso debió haber sido porque a cada muerte siempre repetía lo mismo: "he sido resarcido". Y así pasó meses y meses hasta que una noche llegó a la casa de Anna Rizzo, una insipiente escritora que había escrito un solo libro sobre él, "Entrevista con el conde". Pero ¡no es que Drácula se enamoró! y lo más sorprendente, fue correspondido. De esta manera Drácula vampirizó a su amada y desde ese día ella se convirtió en una escritora famosa, que gracias a las historias que Drácula le contó (y aún le cuenta), ya que después de tantos siglos tiene más historias acumuladas que Matusalén, ella ha estado inundando el mundo con libros de vampiros hasta el día de hoy. En su segundo libro, "El vampiro está", Anna narra las andanzas de su amado por Francia en el siglo XVIII; en "En el rey de los sentenciados", trata de la época en que al vampiro se le dio por la ópera y la música clásica, que luego abandonó por la exposición pública que ambas actividades conllevan; en "El cleptómano corporal", cuenta la lucha trabada contra un brujo sofisticado que falsificaba certificados de nacimientos que al descubrir su inmortalidad quiso extorsionarlo; en "Mimoso el diablo" narra la cruenta lucha que sostuvo contra el demo, que quería llevarse al infierno sus víctimas con sangre y todo; en "El vampiro armado", trata de una época en que tuvo un dolor de dientes y se vio obligado a usar un punzón para pinchar la yugular de sus víctimas; en "La mulata de New Orleans", cuenta sus peripecias con la tal mulata que quería porque quería ser vampira a toda costa, pero a Drácula le gustaban más las rubias; en "Sangre y porro", como lo indica el título, es basada en una época en que Drácula se le dio por la psicodelia y las experiencias alucinógenas; en "El Sanctasanctórum", vuelve a relatar sobre su estadía en New Oleans, pero sin la mulata, que en la historia contada por Drácula estaba, pero Anna, que no se tragó eso de que solo le gustaran las rubias, decidió omitirla olímpicamente; en "La canción ensangrentada", cuenta cuando su amado enfrentó a una banda de brujas que le hacían la competencia porque también estaban atrás de sangre humana para sus rituales sangrientos y en el último libro hasta la fecha "El príncipe está", narra cuando Drácula estuvo preso en un castillo asediado por un ejército enemigo por varios meses y para no morir de hambre tuvo que alimentarse con todos los que estaban presos junto con él, incluido el príncipe del título, al cual engañó jugando al lobo hambriento cuando, desde afuera de una habitación, él preguntó: ¿lobo está?, y el príncipe boludo, como no era lobo, respondió que no, delatándose a sí propio. Y así, quién lo diría, una tarde lluviosa, mientras contaba nuevas aventuras por fin se durmió. Y Anna, que apuntaba todo en un cuaderno sentada a su lado, salió de la habitación en puntillas de pie para no despertar a su amado que con las trasnochadas, la prolongada vigilia diurna y las revolcadas en cualquier lado que se daban, tenía una ojeras horribles. 

                                                                           Fin. 

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EMBRUJO DE AMOR

 Desde chico se había sentido atraído por las historias de brujas, con lo que al crecer la buscó por todo el mundo, y su búsqueda lo llevó a las profundidades desconocidas de los misteriosos bosques cercanos a Ipswich, Estados Unidos. Allí, acabó encontrando una cabaña solitaria en la cual casualmente vivía una bruja; muy bonita por cierto, aunque él siempre desconfió que fuera un artificio para que él la viera de esa manera. Lo cierto es que de aquel encuentro nació un amor que traspasó los límites de la vida continuando más allá de la muerte, porque el día que su amada murió él, incapaz de soportar la vida sin ella, le siguió los pasos una hora después. En Ipswich ya nadie recuerda al extranjero que una vez al año dejaba el bosque y bajaba a la ciudad, donde se dirigía a una tienda de artículos de limpieza y compraba siempre lo mismo: varias escobas. Un día, muchos años después, unos cazadores descubrieron por casualidad la cabaña abandonada de la bruja, dentro de la cual encontraron, entre otras cosas, ciento noventa y siete ramos de escobas. 

                                                                        

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jueves, 29 de octubre de 2020

LA CAMPANA

 

Por disposición expresa del alcalde quedó terminantemente prohibido, so pena de una abultada multa, que los entierros de tumba rasa, salvo los sepelios en bóvedas, se efectúen a la vieja usanza. De ahora en más, la tierra sobre el cajón debía de ser de carácter simbólico, quedando para el día siguiente el despeje total de la tierra y la posterior colocación de la losa definitiva; y, además, la tapa del féretro debería contener un pequeño orificio por donde saldría una cuerda, previamente atada a la muñeca del difunto, y por el otro extremo de la misma debería atarse a una campana, posteriormente montada sobre un soporte sobre la tumba luego del entierro. 

   Con esto el alcalde pretendía evitar la inexplicable incidencia de ataques catalépticos en gran cantidad de habitantes del pueblo. El temor generalizado de que estuvieran bajo la influencia de una maldición, hizo que el alcalde tomara al toro por los cuernos y buscara una solución. Y ésta fue la campana, con la finalidad de que si el difunto no pasaba al otro mundo, a través de tal dispositivo, podría alertar sobre su estado y evitarse así una muerte horrible, por si acaso el flagelo cataléptico se ensañara con él. 

   Muchos se preguntaron por qué simplemente no dejaban la tapa del cajón medio abierta y así se ahorraba tanta parafernalia alrededor del difunto, pero había el problemas de los bichos nocturnos comedores de carne y, además, cabía la posibilidad de que el despertado de la muerte aparente sufriera algún tipo de parálisis momentánea, de manera que no pudiera destapar la tapa y entonces muriera de susto. Sin embargo, con un simple tironcito de la cuerda bastaba para avisar que todavía andaba por acá.

    El hombre que se despedía del mundo aquel día, una semana después de la susodicha disposición, era, infelizmente, el primero a inaugurar el nuevo sistema de entierro. Este gris evento reunió a buena cantidad de pobladores, la mayoría curiosos por ver cómo era la cosa, y el alcalde, rápido para los negocios, aprovechó la triste ocasión para hacer un poco de proselitismo político, porque siempre hay que mirar hacia el futuro. Después de las palabras del alcalde, orientadas a aumentar su prestigio como administrador del pueblo, y las del cura, para enaltecer el pasaje por la vida del difunto, y el postrero adiós de la parentela, amigos y allegados, el cuidador del cementerio esparció las simbólicas paladas de tierra sobre el cajón. Después unos operarios de la municipalidad dispusieron el soporte sobre la tumba y para finalizar la ceremonia el propio alcalde, previa pose para la fotografía oficial del acto fúnebre, procedió a atar el extremo de la cuerda que salía del cajón al badajo de la campana. 

   Y como venía sucediendo frecuentemente, el enterrado había sido otra víctima de catalepsia. 

    Pero al día siguiente, bien temprano, el casero fue despertado por los clamores de una campana enloquecida. Se levantó de la cama de un salto, se vistió a toda prisa y, atropellando mesas y sillas, salió de la casa. Cruzó el patio a toda carrera, agarró la bicicleta que estaba apoyada en un árbol y tomó el rumbo del pueblo, pedaleando con todas sus fuerzas. En el camino se preguntaba, una y otra vez, quién de tanta importancia habría muerto en el pueblo para que la campana de la iglesia repiqueteara con tanta insistencia. 

                                                                            

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FELICIDAD

 Muchas personas deciden gastar fortunas en sus bodas, porque casi siempre es el último día de felicidad en sus vidas, y quieren quedarse con un recuerdo inolvidable. 

                                                                    

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LA GARRA INVISIBLE

 La cola de autos de la estación de servicio se extendía por tres cuadras hacia el sur. Con la estación de servicio de la otra esquina también pasaba exactamente lo mismo, pero hacia el oeste. La chica de la caja de la farmacia, en frente de la primera estación, entró tapándose los oídos. Los conductores, agobiados por el calor sofocante, descargaban su bronca con bocinazos interminables y ella, víctima inocente de la mufa ajena, casi se quedó sorda. Cuando entró cerró la puerta con urgencia, pero pasados algunos minutos, ya sentada detrás de la registradora, el zumbido estridente la seguía molestando como una mosca cargosa. 

   ¿Qué te pasa Rita?, le preguntó la farmacéutica, al verla con los dedos meñiques sacudiéndose los oídos. 

   Los bocinazos persistentes, le dijo, señalándole la calle. La farmacéutica desvió la mirada. 

   Sin dudas, les debe gustar sufrir, dijo. Anuncian aumento de combustible y corren a llenar los tanques, piensan que así se ahorran unos cuantos pesos; una tremenda mentira porque todos los meses es la misma cosa; lo que quiere decir que lo ahorrado el mes pasado de todas maneras lo gastarán hoy, y así el gobierno igualmente los tiene agarrado de las pelotas. ¡Qué le vamos a hacer!, la garra invisible nunca para de dar el zarpazo. 

                                                                                 

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LA DECLARACIÓN DE GUERRA

 

Casi todos los hombres de la aldea, armados con lanzas, hoces, guadañas y horquillas, se habían organizado para la cacería de lobos. Ya estaban cansados de ver disminuir sus rebaños de ovejas, y si las autoridades no hacían nada, ellos sí. 

   Embreñados en el bosque se movían con sigilo, hasta que uno de ellos alertó a los demás sobre un lobo, entre las rocas de la montaña. Los hombres formaron un cerco humano y se aproximaron hasta que el animal se vio acorralado y sin ninguna salida a la vista; entonces, desesperado, encaró contra ellos, gruñendo y mostrando los colmillos, pero los múltiples chuzazos detuvieron su escapada. 

   Se trataba de una loba. 

   Allí mismo la desollaron, y luego de estaquear su piel con dos ramas en X la dejaron colgada de un árbol, para advertencia de algún otro lobo que por ventura pasase por allí. 

   Esa misma noche, más de trescientos lobos hicieron un concilio delante de la piel de la loba, aullando al unísono por más una hora; después bajaron a la aldea. 

                                                                      

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EJECUCIÓN PÚBLICA

 La aldea era pobre, los únicos comercios eran una tabernucha, una pequeña panadería, una carnicería, una herrería y una carpintería. Está claro que tales establecimientos, menos la tabernucha y la herrería, subsistían gracias a que sus propietarios vendían sus productos en los poblados vecinos. Así el panadero todas las mañanas cargaba su carreta con hogazas recién horneadas y salía a la entrega diaria, y lo mismo hacían el carnicero con su carretón lleno de carne salada y varios tipos de charcutería Y el carpintero con su carreta llena de sillas, mesas, baúles y otros artefactos para el hogar. El restante de la población se dividía trabajando en los campos de los señores o viviendo como podía de lo que plantaba y criaba. 

   Pero sucedió que una noche un muchacho queriendo vengarse de una muchacha que no correspondió a su amor la mató a cuchilladas y al ser sorprendido por los siete hermanos y los padres de la muchacha no tuvo cómo evitar de matar a dos de sus hermanos y al padre. Los otros cinco redujeron al amante vengador, lo molieron a palos y lo encerraron en el granero. El jefe de la aldea, al ser notificado sobre los sucesos, decidió que debían matarlo y en plaza pública para que sirviera de aviso para todo aquel que tuviera pensado cometer algún crimen en la aldea. Esa misma noche visitó al carpintero y al herrero y les encomendó la fabricación de un patíbulo y una guillotina, y al otro día envió a sus cuatro hijos para que notificaran en las poblaciones cercanas la fecha de la ejecución pública del asesino. "Cuanta más gente se entere mejor", pensó el jefe de la comunidad. 

   Así fue que para el día de la ejecución más de siete mil personas se reunieron delante del patíbulo y para cuando se hubieron ido el tabernero no tuvo ni una gota de vino para vender; el panadero se quedó sin harina porque se pasó todo el día amasando y horneando; el carnicero se encontró en la misma situación y lo mismo les sucedió a aquellas familias que sembraban y criaban animales domésticos. Por la noche quien recibió visitas en su casa fue el jefe de la aldea, a ella acudieron el tabernero, el herrero, el panadero, el carnicero, el carpintero y algunos granjeros. Todos movidos por un interés común: la prosperidad que aquella ejecución había traído a la aldea. 

    Imagine usted, el dinero que gané en un solo día fue más de lo que gano en una año entero, dijo el carnicero. Y más o menos con las mismas palabras, lo mismo fue dicho por los otros visitantes. 

   ¿Y?, preguntó el jefe a ambos, sin tener en claro qué querían al final. Los hombres se miraron un momento, hasta que el carpintero habló: 

   La verdad estamos pensando que podríamos hacer una ejecución por mes, piense bien cuánto ganaríamos. El jefe de la aldea frunció el ceño y se quedó pensativo. 

   Es claro que puedo imaginarlo, pero lo que no entiendo bien es lo otro porque para ejecutar a alguien es necesario alguien cometa un crimen muy grave, un homicidio por ejemplo. Ahora yo les pregunto a todos, ¿cómo es que piensan que ocurra eso? y de ocurrir, cosa que no creo, ustedes dos, ¿qué ganarán con ello? Los hombres volvieron a mirarse.

   Tenemos un plan, jefe, dijo el herrero, escuche bien y considere las ganancias: yo me comprometo a traerle cualquier vagabundo que encuentre en los caminos, sabemos que hay millares vagando de aquí para allá, con la posible víctima no hay que preocuparse porque no existirá ninguna, ya que todo será inventado y nadie nunca sabrá la verdad, solamente que se ha cometido un crimen atroz y aberrante y, claro, todos han de pagarme bien, pero eso no será problema porque todo el mundo ganará fortunas. El herrero se calló y el carpintero tomó la palabra

   Y yo, alquilaré mesas y sillas y los lugares en las tribunas que se armarían alrededor del patíbulo. El jefe, siempre con ceño fruncido, se mantenía en silencio mientras consideraba la descabellada locura que le proponían los comerciantes. De pronto habló: 

   ¿Matar inocentes para lucro propio? ¿Dónde se habrá visto tamaña maldad?, realmente me resisto a creer lo que mis oídos oyen, dijo, pero de inmediato, temiendo que el hombre los sacara a patadas en el culo a la calle, el panadero tomó la palabra: 

   Ya pensamos en todo jefe; se vallará toda la aldea y usted se quedará con el dinero de las entradas, multiplique por siete mil. El jefe se puso a andar y mientras sus pasos lo llevaban de aquí para allá, pensaba que aquello era la propuesta más loca y criminal que había escuchado en toda su vida. Por fin, detuvo su andar y dándose vuelta buscó con la mirada al herrero, aquel ser miserable que se disponía a dar caza a inocentes vagabundos como si sus vidas no tuvieran ningún valor; se acercó a él y mirándolo a los ojos le preguntó: 

   ¿Usted está seguro que puede conseguir un vagabundo por mes? 

                                                                                 Fin.

                                                                


   

miércoles, 28 de octubre de 2020

REGALO DE NAVIDAD

 

1 - 

Dentro de casa Laurencia contaba las moneditas que guardaba desde hacía mucho tiempo en una lata de galletas en el armario, sobre la cocina y la pileta de lavar, economía extra para comprar un televisor blanco y negro usado en la próxima navidad. "Si Dios quiere", decía a cada monedita que dejaba caer dentro de la lata, y llena de esperanza se santiguaba varias veces, a modo de completar su pedido y le llegara al Creador bien bonito. 

    De pronto oyó que la llamaban. Se trataba de un vecino, que a los gritos de "¡Doña Laurencia!" "¡Doña Laurencia!", la llamaba desde el portón de la calle. Laurencia arrojó las monedas en la lata que le quedaban en las manos y gritó: 

   ¡Ya va!, y enseguida se asomó de la penumbra de la cocina amparándose la vista con ambas manos por causa del solazo que a esa hora de la tarde inundaba el patio de tierra con un resplandor de fuego amarillento casi blanco. La silueta humana detrás del portón enrejado gritó nuevamente "¡Doña Laurencia, apúrese! Venga, venga a ver". 

   Resultó ser don Ramoncito, el viejo solterón que vivía en el ranchito pintado de celeste frente a su casa; con una mano la urgía a acercarse al portón mientras que con la otra apuntaba a un punto de la vereda que el tapial descascarado le impedía ver.

   ¡¿Qué pasó, hombre de Dios?!, se quejó Laurencia. 

   ¡¿Que qué pasó?!, preguntó don Ramoncito, acongojado, que pasó una desgracia, doña Laurencia. "Pero ¿a qué desgracia se refiere?", se preguntó Laurencia por dentro. Y detrás de su pregunta muda recordó que Albertito, su hijo, hoy no había ido a la escuela porque era feriado en el pueblo y ahí el corazón se le encogió, haciéndole doler el pecho. 

2- 

A Albertito le gustaba jugar a Tarzán, pero a falta de una soga para imitar las lianas con que su héroe selvático se paseaba por los aires de rama en rama entre los árboles, lo hacía saltando desde el tapial al ligustro de la vereda, donde nueve en cada diez veces le erraba el manotazo a un determinado gajo y caía con un ruido sordo sobre la vereda de ladrillos. Y en eso estaba esa tarde, después del almuerzo, cuando en un intento fallido había caído de mala manera, dando con la cabeza sobre los ladrillos. Laurencia, al ver entre las piernas de varios vecinos el cuerpo inerte de hijo caído junto al ligustro, dibujó una equis sobre el pecho y pensó en lo peor. 

3-   

   Fue solo una conmoción momentánea, doña Laurencia, debido al golpazo que se dio, pero ya esta bien, la calmó el doctor que atendió a Albertito en el hospitalucho del pueblo. Laurencia le dio las gracias a aquel ángel enviado del cielo para atender las pobres almas que vivían como podían en ese paraje perdido en la sabana desierta, que a su parecer era igual que agradecerle al mismísimo Dios. 

4-   

Los meses pasaron vagarosos como lo son los días de verano hasta que al fin llegó la navidad y junto con ella el televisor en blanco y negro de segunda mano tan añorado. 

   Mientras respondía a voz de cuello "¡Todavía no!", cada vez que el muchacho de al lado le gritaba desde el techo "¿Y ahora, doña?", tras cada giro de la antena, Laurencia pensaba en Albertito, que expectante, aguardaba sentado junto al aparato que mostraba rayas negras horizontales, inquietas como rayos, en medio de un alboroto caótico de puntitos plateados que asemejaban a las gotas de la lluvia sobre el patio encharcado, al son de un chirrido sin vocales, imposible de describir con palabras. 

   Laurencia guardaba dentro de sí la esperanza que el aparato retuviera a su hijo adentro de casa para que no le diera más sustos como el de la última vez cuando casi se rajó la cabeza contra la vereda. De pronto la imagen se estabilizó. 

  ¡Ya está, ya está bien, Raulito!, gritó Laurencia. En eso oyó la voz de su hijo.

   ¿Qué vamos a ver, mamá?, preguntó Albertito, como si su madre conociera la programación. 

   No sé, hijo, vamos a ver qué están pasando, respondió Laurencia, encogiéndose de hombros, y se puso a sintonizar los canales. Pero al tercero Laurencia soltó un "ay" de sorpresa, cuando vio que estaban pasando "Tarzán de la selva", justo cuando el héroe emitía su característico llamado. Laurencia, inmediatamente, se dio vuelta para mostrarle al hijo su héroe preferido, pero Albertito, con los ojos agrandados de asombro y una sonrisa de oreja a oreja, ya estaba con el pescuezo estirado. 

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martes, 27 de octubre de 2020

EL MISMO CIUDADANO

 El oficial Derek es el mismo hombre de siempre, la policía no lo ha cambiado en lo más mínimo. Antes de ingresar al departamento de policía pertenecía a una gang yanqui de asaltantes y apaleadores de negros, latinos y gays, pero ahora, amparado en la ley, hace lo mismo. 

                                                                            

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EL ETERNO CONDENADO

 Como si no le bastara al hombre haber sufrido en el pasado, sufrir en el presente y con seguridad en el futuro, todavía la religión le ha inventado otras dos posibilidades después de esta vida, y ambas terribles por pertenecer a la eternidad: el cielo y el infierno. 

                                                                            

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EL SOLITARIO

 Una de las maneras que encontró de alargar el tiempo fue deshacerse de los signos que marcan su paso: cumpleaños, aniversarios, fiestas conmemorativas, navidad, año nuevo, mundiales de fútbol, olimpíadas; el día de esto y de aquello, fechas, fechas y más fechas. Por eso aquel día que el viejo viviendo en solitario en aquella isla remota, distante océanos de cualquier lugar, encontró un náufrago inconsciente abrazado a un tronco en la playa temió su presencia más que a cualquier otra cosa en el mundo. Se apresuró a arrastrar hasta la playa el bote en el cual quién sabe cuánto tiempo atrás había aportado a la isla, a pesar que nunca tuvo la idea de abandonarla, sino que podría algún día presentarse el caso en que se hiciera necesario; y ahora era un caso así. Después de poner al hombre adentro junto con frutas y cocos, remó más allá de donde comenzaba la séptima ola que lo traería de vuelta a la playa y lo dejó a la deriva. A su regreso a la playa, el bote ya era un puntito que se perdía en la inmensidad de las aguas azules, rumbo a otras costas. 

                                                                              

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lunes, 26 de octubre de 2020

LA SENTENCIA

 

Viena, Austria: entre 1908 y 1913. 

Ya casi la tenía vendida, es más, el cliente ya sacaba la billetera del abrigo, cuando alguien le chistó. El cliente se dio vuelta y se encantó con la acuarela que otro pintor le mostraba, desinteresándose por completo de la suya. 

   Esa noche no le quedó otra que comer pan seco y mientras masticaba juró que se vengaría de aquel pintorcito judío y mediocre; y como su rencor aumentaba bocado tras bocado extendió el juramento de su venganza a toda la raza judía, y para reafirmar su pensamiento, tras el último trozo de pan, sentenció:

   "Como que me llamo Adolf".

                                                         

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ESCLAVITUD ORGANIZADA

 El despertador le avisó que eran las seis de la mañana. Se levantó y fue directamente al baño. Orinó, se cepilló los dientes y fue a la cocina, donde puso agua a calentar. Volvió a la pieza, se vistió y de vuelta en la cocina, tomó un té con unas rodajas de tostadas con manteca. Después de lavar la taza, la cucharita y el cuchillo de untar y guardar la mantequera en la heladera fue hasta la sala de estar, agarró el portafolio sobre el sofá y salió de casa. Bajó los tres pisos por la escalera y ya en la vereda se dirigió a la parada de colectivo, con una rápida parada en el kiosko de revistas para comprar el diario. En el trayecto leyó las noticias sin mucho detenimiento, levantando de vez en cuando la vista para ver por donde iba. Bajó en el centro, caminó dos cuadras y entró en el edificio donde trabajaba. Subió por la escalera hasta el segundo piso, ya en el pasillo dio unos veinte pasos y entró en la oficina. Saludó a la secretaria, a sus compañeros, al jefe, porque en ese momento pasó por él, y se dirigió a su escritorio. Allí se zambulló de cabeza en su trabajo sin moverse de la silla hasta el mediodía, cuando bajó a la calle con el diario en la mano. Caminó hasta la hamburguesería, a treinta metros del edificio, almorzó dos panchos que empujó con una botellita de agua mineral en el mismo local; después cruzó la calle y continuó leyendo el diario sentado en un banco de la plaza. A la una y media volvió a la oficina y se hundió en su trabajo. A las seis guardó unas planillas en el portafolio, se despidió de los compañeros, saludó a la secretaria y bajó con pasos rápidos por la escalera y se dirigió corriendo a la parada del colectivo, del otro lado de la avenida. En el trayecto de vuelta se distrajo leyendo el diario de pie, cuando bajó ya estaba oscuro. Cruzó la calle, saludó al kioskero, entró en la panadería, compró medio kilo de pan y siguió camino a su casa, encaró las escalera con dignidad y cuando llegó al tercer piso bufaba de cansancio. Después de cerrar la puerta dejó el portafolio en el sofá, el pan en la cocina y fue a desvestirse a la pieza. Al rato salió en calzoncillos y se dirigió a la cocina, puso agua a calentar y luego se metió al baño. Cuando volvió a la cocina preparó un té, se hizo un par de sanguches de mortadela y allí mismo consumió la cena. Ya en la pieza encendió el televisor y sintonizó un canal deportivo. Cuarenta minutos más tarde lo apagó, puso el despertador para las seis y se dispuso a dormir, poniendo fin así a un día más de esclavitud organizada. 

                                                                         Fin.

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Esclavitud Organizada por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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EL BALDÍO

  

A pesar de vivir en la ciudad, o tal vez por eso mismo, Fabio amaba la naturaleza. Por ejemplo, cuando iba a las plazas o a los parques jamás se sentaba en los bancos, prefiriendo el césped, y en su casa, a pocos días de la muerte de su padre, que era lo opuesto en todo a él, levantó el piso de cemento del patio y lo transformó en un espléndido jardín, perfumado y de alegre colorido. Dentro de casa, como una extensión de selva, incontables macetas de varios tamaños con plantas de interior ocupaban gran parte de los cómodos, hasta los floreros habían sido suplantados por maceteros. Y la cosa no quedaba por allí. Sobre las paredes, porters con paisajes idílicos; en los manteles, servilletas,  repasadores, alfombras y cortinas, motivos florales. 

Un amigo se lo cruzó una noche en la calle, Fabio iba con una colchoneta debajo del brazo. 

   ¿Adónde vas con eso?, le preguntó el amigo, con un gesto de la cabeza indicándole la colchoneta. 

   Voy a pasar la última noche con un baldío que jamás volverá a ver el mundo, ¿querés venir conmigo?, lo invitó Fabio. 

El amigo medio que no entendió, "pasar con" no es lo mismo que "pasar en". Pero de cualquier manera con "con" o sin "en", el amigo no tenía la más mínima intensión de cambiar su cama confortable por ningún baldío infestado de ratones, cucarachas y quizás hasta con alguna culebras venenosa, si es a éso que se refería Fabio. 

   No, gracias Fabio, respondió el amigo. Pero Fabio insistió, diciéndole que el baldío quedaba a pocas cuadras y, además, que pensara que era una parte de la naturaleza que moría aplastada bajo el cemento. 

   Pero al amigo, hijo del progreso y poco proclive a sentimentalismos extremos, volvió a negar la invitación: 

   "No, gracias Fabio". 

   El amigo pensó que Fabio se tomaba todo muy a pecho y que, quizás, esa idea podría tratarse de la primera señal de un enajenamiento mental. 

   Finalmente, los amigos de despidieron. 

   Pero el amigo de Fabio se quedó con la pulga atrás de la oreja, por lo que, movido por una curiosidad irrefrenable, apenas Fabio dobló la esquina, lo siguió a distancia. En la segunda cuadra lo vio meterse por un hueco en el tapial del terreno baldío que estaba entre la farmacia y la panadería. Una cuadra antes, se quedó unos quince minutos oculto en la esquina, oculto detrás de un árbol, esperando verlo salir, pero como no lo vio hacerlo se fue a su casa. 

   Al día siguiente, a eso de las diez de la mañana, la madre le pidió que fuese a la panadería, aquella junto al baldío, entonces se acordó de Fabio. Ya en la cuadra, vio camiones y maquinarias delante del baldío, y, llegando al lugar, que ya habían derrumbado el tapial. 

   A los tres meses un nuevo edificio poblaba el barrio, entre la farmacia y la panadería. Cada vez que el amigo de Fabio pasa por allí se acuerda de él, pero ya no está muy seguro que estuviera tan loco como pensaba tres meses atrás.

                                                                             

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El Baldío por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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DESPUÉS DE UNOS POCOS TRAGOS TODO ES COMO UN SUEÑO

 Hacía, como todas las mañana, mi acostumbrada caminata por la playa cuando a cierta distancia vi un bulto oscuro, justo donde morían las olas. Lo primero que me vino a la mente fue la imagen de un delfín muerto. Seguí caminando con mi paso habitual, pero cuando estuve más cerca pude ver claramente que se trataba de un cuerpo humano, entonces me lancé a toda carrera hacia él. Se trataba de un náufrago, un ahogado traído por la corriente. Era un hombre joven, entre treinta y cuarenta años estimé; estaba descalzo y vestía una bermuda de Jean y una camiseta blanca con un dibujo de una copa con una rodaja de limón incrustada en el borde y al lado tenía una frase en inglés en cursiva desprolija, que no me detuve a leer de inmediato porque antes me urgía revisarle los bolsillos para ver si tenía algún tipo de documento que lo identificase. Pero nada encontré. Por un momento me quedé observando su rostro sereno, si no fuera por su pecho inmóvil parecería como si estuviera durmiendo. Finalmente me fijé en la camiseta y lo escrito decía así: "After a few drinks everything is like a dream". Tenía sentido. 

                                                                             

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Después De Unos Pocos Tragos Todo Es Como Un Sueño por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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UN LARGO DÍA

 Nacer fue como despertar de un sueño. Fui un bebé muy querido; tuve una niñez feliz; mi adolescencia fue divertida y sin traumas; de adulto no tuve mayores dolores de cabeza y mi vejez fue tranquila, y cuando me llegó la última hora tuve la sensación de haber vivido un largo día. Entonces volví a dormir. 

                                                        

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Un Largo Día por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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LAS MASCOTAS

 Cuando era chico por un tiempo tuvimos dos mascotas: un perro pequinés llamado Mateo y una gata siamesa llamada Canela. Con el tiempo notamos que Mateo y Canela se habían enamorado el uno del otro. Y sería insensato pensar en lo inverosímil ya que a Mateo, que era muy cascarrabias y alborotador, nunca lo sacábamos a pasear y Canela, como le dábamos pastillas anticonceptivas, tampoco salía de casa para nada. Entonces teniéndose el uno al otro, ¿qué esperar sino que acabaran enamorándose, aunque sea por falta de opción? Pero a partir de cierto tiempo, mis padres a menudo se enojaban con él y lo correteaban por todo el patio. Al principio, cada vez que les preguntaba el motivo de aquellas carreras contra Mateo, me decían cualquier cosa. Hasta que una tarde descubrí que lo que mis padres llamaban de "bailar la cumbia", tenía otro nombre y era parecido a lo que ellos hacían por las noches. 

   Una vez vino a visitarnos una amiga de la familia, traía un bebé en los brazos; ella le dijo a mi madre que a pesar de las pastillas anticonceptivas igual había quedado embarazada, por eso no nos sorprendimos cuando a Canela le empezó a crecer la panza. En seguida temimos por los gatitos cuando Mateo, por celos, quizás los quisiera matar. Pero nos engañamos redondamente, porque su comportamiento fue ejemplar, como el de un verdadero papá podría decirse. Y con el tiempo nos dimos cuenta del porqué de su adorable comportamiento y hoy somos los únicos dueños de gatos que ladran y perros que maullan. 

                                                                                   

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Las Mascotas por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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EL PLAN PERFECTO

 Enajenado del mundo desde chico, váyase a saber por qué traumática experiencia vivida, sabía que él mismo acabaría con su vida. Cada día anotaba en un cuaderno las minucias de un plan que nunca terminaba de convencerlo por completo; repasaba las anotaciones, hoja por hoja, y siempre encontraba una falla que fatalmente lo postraría en una cama, imposibilitándolo de concretizar con éxito el final de sus días en el mundo. Con ello, innumerables cuadernos, ya sin lugar para más correcciones, envejecían en un baúl a los pies de la cama de su autor mientras él ya trazaba en otro cuaderno un nuevo plan. Un día, ya viejo y vencido, escarbando entre sus pensamientos enredados encontró la clave por tanto tiempo buscada, que haría que su plan fuese perfecto, sin fallas, infalible. Entretanto lamentó el hallazgo tan a destiempo, porque la muerte ya entraba por la puerta de la habitación, trayendo consigo su propio plan; éste sí, perfecto e infalible.  

                                                                          

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El Plan Perfecto por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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EL SUICIDA Y EL LOCO

    Rapallo, Genova -  Febrero de 1883  Parado al borde del acantilado, Amedeo flexionó las piernas y cuando estaba a punto de dar el gran s...