Irineo leía a Platón recostado sobre su cama, pero la algarabía proveniente desde el exterior no lo dejaba concentrarse. Fastidiado, detuvo la lectura para cerrar la ventana. Allí permaneció un momento observando a unos muchachos que jugaban al volley en el medio de la calle. Irineo hizo una mueca y murmuró: qué desperdicio; lo mismo decía ante la religión, la política y hasta el amor
Pero una tarde, justo al doblar en una esquina, la vida le dio un cachetazo y varios conceptos fueron expulsados de su mente y disueltos en el aire con espantosa rapidez. El cachetazo se llamaba Betina (rubia, ojos celestes y más linda que Michelle Pfeiffer cuando era joven). Ambos quedaron mirándose con asombro (Irineo como se debe mirar a una diosa, con la boca abierta, babeando y los ojos saltones y Betina con interés pero sin exagerar tanto). Algo en Irineo, que él no supo en el momento darle un nombre, lo empujó a decir "hola", porque no se le ocurrió decirle otra cosa. Al final,¿qué se le dice a las mujeres cuando se quiere abordarlas? Él, lógicamente no lo sabía, los muchachos que jugaban al volley en el medio de la calle, seguramente sí.
Betina, acostumbrada a los galanteos baratos y a las segundas intenciones que en ellos se esconden, con certeza vio en la persona de Irineo lo que toda mujer, o casi todas, espera encontrar al doblar en cualquier esquina: el amor.
Y la flecha de Cupido fue certera, ensartando a ambos de un solo flechazo, con lo que a los dos meses se encontraron jurándose amor eterno hasta que la muerte los separe.
Dentro de poco las cosas se acomodarían como piezas de un rompecabezas, Irineo terminaría sus estudios de filosofía a fin de año y debido a sus buenas calificaciones el director de la facultad ñe había dicho que contaba con él para juntarse al selecto plantel de profesores. Betina, en cambio, por ahora seguía con sus clases de teatro y ensayando junto a un grupo de amigos una pieza de su autoría, donde contaba la historia de una chica cumbiera que se enamoraba de un escritor, pero que el abismo sociocultural les hacía imposible el romance, con lo que, al final, ella se suicida, arrojándose a las aguas revueltas del Río de la Plata en una mañana de sudestada.
Para esa navidad, Betina encontró un teatro en San Miguel donde poder representar tres veces por semana la obra.
La noche del estreno Irineo estaba en la primera fila y ya en el primer acto no le gustó la vestimenta, mejor decir, la poca y vulgar vestimenta que Betina llevaba puesta, entonces empezó a sentirse mal, empeorando a medida que escuchaba a su alrededor los comentarios de los hombres y las risitas de la chicas. Las risitas hasta que las podía obviar, pero los celos provocados por las cosas que oía de los tipos jamás. No se creía el hombre más valiente del mundo, pero en ese momento estaba dispuesto a encarnar al ejército de un hombre solo contra todos aquellos libidinosos si no fuera por el amor hacia su esposa, que lo impedía de estropear la realización de sus sueños. Betina se dio cuenta (¿y quién no) que a Irineo algo no le había gustado, pero como no quería pensar en nada que le destruyera la noche se limitó a decirle que le había gustado la receptividad del público.
Aunque había un tipo en la platea que no me gustó en la forma como me miraba, le dijo, como si nada. Irineo no se dio por aludido y se limitó a responder que los espectadores los hay de todo tipo.
En la próxima función Irineo se la pasó buscando con la mirada al hombre de mirada extraña que perturbaba a Liliana, pero no le era nada fácil la ingrata tarea: todos le parecían sospechosos. Cuando Betina salió del teatro esperó por media hora en la puerta hasta que Irineo por fin apareció. La disculpa que un ladrón le había arrebatado la billetera y tuvo que salir atrás de él.
¿Pero, cómo fuiste tan loco de salir atrás de un ladrón y si te pasaba algo malo?, lo retó Betina, bastante asustada con todo eso.
Pero no ves que no me pasó nada, y además recuperé la billetera. El tipo la dejó caer cuando vio que le estaba dando alcance, respondió Irineo, tratando de tranquilizarla.
Betina que, tras otra función, de nuevo estaba decepcionada con la cara de piedra de Irineo volvió a tocar el tema, pero esta vez, acorralada por las insistentes preguntas de Irineo se decidió a abrir el juego y le contó que la cara del tipo que no le gustaba cuando la miraba actuar era la suya, pues pensaba que él la encontraba mediocre en su papel.
En ese instante Irineo se sentó en la cama y empezó a llorar como un condenado: había matado a un hombre por nada.
IRINEO Y BETINA por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.
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