lunes, 26 de octubre de 2020

EL BALDÍO

  

A pesar de vivir en la ciudad, o tal vez por eso mismo, Fabio amaba la naturaleza. Por ejemplo, cuando iba a las plazas o a los parques jamás se sentaba en los bancos, prefiriendo el césped, y en su casa, a pocos días de la muerte de su padre, que era lo opuesto en todo a él, levantó el piso de cemento del patio y lo transformó en un espléndido jardín, perfumado y de alegre colorido. Dentro de casa, como una extensión de selva, incontables macetas de varios tamaños con plantas de interior ocupaban gran parte de los cómodos, hasta los floreros habían sido suplantados por maceteros. Y la cosa no quedaba por allí. Sobre las paredes, porters con paisajes idílicos; en los manteles, servilletas,  repasadores, alfombras y cortinas, motivos florales. 

Un amigo se lo cruzó una noche en la calle, Fabio iba con una colchoneta debajo del brazo. 

   ¿Adónde vas con eso?, le preguntó el amigo, con un gesto de la cabeza indicándole la colchoneta. 

   Voy a pasar la última noche con un baldío que jamás volverá a ver el mundo, ¿querés venir conmigo?, lo invitó Fabio. 

El amigo medio que no entendió, "pasar con" no es lo mismo que "pasar en". Pero de cualquier manera con "con" o sin "en", el amigo no tenía la más mínima intensión de cambiar su cama confortable por ningún baldío infestado de ratones, cucarachas y quizás hasta con alguna culebras venenosa, si es a éso que se refería Fabio. 

   No, gracias Fabio, respondió el amigo. Pero Fabio insistió, diciéndole que el baldío quedaba a pocas cuadras y, además, que pensara que era una parte de la naturaleza que moría aplastada bajo el cemento. 

   Pero al amigo, hijo del progreso y poco proclive a sentimentalismos extremos, volvió a negar la invitación: 

   "No, gracias Fabio". 

   El amigo pensó que Fabio se tomaba todo muy a pecho y que, quizás, esa idea podría tratarse de la primera señal de un enajenamiento mental. 

   Finalmente, los amigos de despidieron. 

   Pero el amigo de Fabio se quedó con la pulga atrás de la oreja, por lo que, movido por una curiosidad irrefrenable, apenas Fabio dobló la esquina, lo siguió a distancia. En la segunda cuadra lo vio meterse por un hueco en el tapial del terreno baldío que estaba entre la farmacia y la panadería. Una cuadra antes, se quedó unos quince minutos oculto en la esquina, oculto detrás de un árbol, esperando verlo salir, pero como no lo vio hacerlo se fue a su casa. 

   Al día siguiente, a eso de las diez de la mañana, la madre le pidió que fuese a la panadería, aquella junto al baldío, entonces se acordó de Fabio. Ya en la cuadra, vio camiones y maquinarias delante del baldío, y, llegando al lugar, que ya habían derrumbado el tapial. 

   A los tres meses un nuevo edificio poblaba el barrio, entre la farmacia y la panadería. Cada vez que el amigo de Fabio pasa por allí se acuerda de él, pero ya no está muy seguro que estuviera tan loco como pensaba tres meses atrás.

                                                                             

                                                                  Licencia Creative Commons

El Baldío por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.

                                                                       

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