domingo, 17 de enero de 2021

LAIAN Y LOS ALIENÍGENAS - parte 1

 1- MALAS NOTICIAS

Fluo Max miraba su programa favorito cuando vio la figura violeta de su amigo Opzmo, flotando y haciéndole señales del otro lado del ventanal. Su amigo le pareció un tanto desesperado, sin embargo como era inclinado a exageraciones, lo dejó esperando mientras masticaba un bocado de torta de chocolate. 

   Un poco de aire fresco no le hará mal, pensó. Fluo max estaba de buen humor. Luego, a través del comando de voz, ordenó que el ventanal se abriera. Apenas entró, Opzmo le recriminó a su amigo: 

   Cómo puedes comer esa porquería, Fluo? El bizcochuelo es de trigo modificado y el chocolate es sintético. Fluo Max se sorprendió, pues esperaba de su amigo una recriminación por haberlo dejado tomando fresco un rato al aire libre.

   Pero sabe bien, ¿quieres un poco? Fluo Max sabí­a que Opzmo odiaba ese tipo de alimentos.

   Claro que no, respondió Opzmo, poniendo cara de asco mientras se atajaba con ambas manos.

   Bien, dime entonces, ¿qué te trae por aquí tan temprano?, preguntó Fluo Max. Opzmo tomó asiento. 

   Kinio. Nos quiere a todos ya en el cuartel general, dijo, arqueando las cejas. 

   ¿Kinio Kiniones Pauers?, preguntó Fluo Max, sorprendido.

   ¿Hay, por acaso, otro Kinio Kiniones Pauers que conozcas que no sea tu jefe?, ¿estás dormido aún o acabas de fumarte un Superchurro Intergaláctico, preguntó Opzmo, con otro arqueo de cejas.

   Nada de eso, es que me tomaste por sorpresa, y tú sabes bien que no fumo, aclaró Fluo Max. Luego añadió: 

Pero bien, dime, ¿qué sabes?. 

   Poco, o casi nada. Apenas rumores. Ya lo sabes, lo de siempre, algunos ataques, sospechas de invasión, amenazas de bombas. Pero si Kinio nos manda a llamar con urgencia, por algo debe ser, aclaró Opzmo, balanceando la cabeza. 

El capitán Kinio Kiniones Pauers consultaba unos papeles cuando Fluo Max y Opzmo irrumpieron en su despacho. 

   Muchachos, tengo noticias de la casa de Wirm, dijo el capitán, sin embargo, sus facciones caninas no demostraban claramente el carácter de esas noticias. 

   Pero, ¿son buenas o malas?, se apresuró a preguntar Opzmo. 

   Me temo que malas, y es necesario salir universo afuera en busca de nuevas zonas de cultivo, ¡urgentemente!, dijo el capitán, ahora con expresión seria. Al oír "urgentemente", casi ladrando, Fluo Max, que en ese momento estaba distraído mirando a través de un ventanal cómo el sol dibujaba extrañas formas geométricas sobre los edificios de la ciudadela capital, se interesó, dándose vuelta inmediatamente. 

   Malditas Werk ha vuelto a atacar esta madrugada,continuó el capitán, y esta vez ha envenenado el suelo de los nueve planetas circundantes y nos hemos quedado con las zonas de cultivo inutilizadas quién sabe hasta cuando. Ahora contamos únicamente con las reservas que tenemos aquí en Wirm.

   Entonces, ¿qué haremos?, preguntó Opzmo, que ahora transpiraba su peculiar sudor violeta, señal de que estaba nervioso.

   Ir tras él, sabemos que va hacia T2. Difícilmente lleguemos antes que él, pero debemos hacer el esfuerzo de detenerlo para impedir que haga lo mismo ahí­. ¡Qué el Gran Diseñador nos libre y nos guarde! Si envenena también el suelo del único planeta más cercano nos será muy difícil sobrevivir, dijo Kinio, con la mirada en ambos muchachos. 

   ¿Y cuándo debemos partir, señor?, preguntó Fluo Max. El capitán Kinio Kiniones Pauers no esperaba menos de Fluo Max, ni de Opzmo, pues eran inseparables.

   Ayer, respondió, enérgicamente, y no me llames de señor. Tengo demasiado pelo, demasiadas pulgas, cuatro patas, una cola y cuando estoy de mal humor gruño como un chacal y cuando triste aúllo como un lobo en medio de la noche, para que me llames así. Aunque hoy no estoy malhumorado ni triste, apenas soy un perro angustiado repasando urgentísimas instrucciones, dijo el capitán, con la mirada grave.

   Está bien, capitán, se rectificó Fluo Max. 

   Los dos amigos se retiraron al salón de los pasatiempos, dentro de poco empezarían a llegar los demás miembros del comando. 

2- MALDITAS WERK, EL CABALLERO DEL MAL

Malditas Werk, un bandolero espacial que gobernaba un tercio del planeta Wirm desde hacía décadas, era el único enemigo que los pacíficos wirmianos tenían. El caballero del mal deseaba apoderarse del rico planeta y por ello le había declarado la guerra a los wirmianos, pero nunca había conseguido avanzar más que unos pocos de cientos de metros más allá de los territorios que tomara pose al llegar a Wirm, cincuenta años atrás. Por suerte Malditas Werk no era tan buen estratega como él se consideraba ni tan ingenioso, pero era muy tramposo, y para peor de males su ejército, un rejuntado de escorias, andrajoso y mal equipado, era menos competente que su jefe supremo, con lo cual sus sueños de poder siempre acababan truncados. 

   Pero esta vez será diferente, le dijo Malditas Werk al espejo que tenía delante y que parecía ser el único a comprenderlo. 

   En los confines oscuros de la galaxia hubo, o hay, ya no se sabe, un planeta llamado Guel, una estrella fría y sombrí­a. En sus entrañas, único lugar habitable, vivían unas malévolas criaturas dueñas de cierta inteligencia, que en pocos miles de años ya exploraban el universo, buscando materia prima y todo lo que pudieran encontrar a su paso. Seguramente desde algún planeta saqueado habí­an exportado sin querer la muerte, un virus letal, que casi exterminó a todos sus habitantes y redujo su población a sólo cinco individuos: Malditas Werk, el gobernante de Guel, su padre Malditoulas y sus tres hijos: Malditilio, el primero, Malditania, la del medio y Malditolê, el tercero. La familia gobernante entonces abandonó la siniestra estrella y vagó de planeta en planeta, saqueando y reclutando a todo aquel que quisiera seguirlo en lo que Malditas Werk llamó La Conquista Espacial. Malditas Werk siempre soñaba alto, aunque nunca conseguía subir más que algunos escalones, pero cuando descubrió el planeta Wirm cambió de planes y le modificó el nombre a la conquista espacial llamándola ahora de La Conquista de Wirm. Entonces ocupó el único espacio deshabitado de Wirm, una tierra pobre y poco iluminada por el sol, lugar lúgubre, gris y frí­o, muy parecido a Guel si no fuera porque los dí­as eran más claros. Y allí se encontraba aún, después de cincuenta años de guerra infructuosa, cuando tuvo una idea genial: matar de hambre al enemigo. Siempre había robado alimento a los wirmianos, asaltándoles los almacenes y los cultivos en los planetas circundantes, pero ahora solo tení­a que almacenar suficiente alimentos para luego envenenar el suelo de dichos planetas. Después huiría hacia algún planeta distante donde esperaría durante algunos años que la raza wirmiana desapareciera para siempre, dejándole el planeta libre para él. 

3- T2 

Malditas Werk entró al laboratorio con aires de victoria. 

   ¿Cómo vamos, papá?, preguntó Malditas. El viejo Malditoulas Werk estaba debruzado sobre unos papeles llenos de ilegibles anotaciones y complicadas fórmulas matemáticas que la vana y limitada inteligencia de su hijo nunca alcanzaría a comprender. Malditas Werk intentó leer alguna cosa sobre los hombros de su padre, pero por desgracia el viejo Malditoulas tenía muy mala letra; tan mala que muchas veces ni el mismo entendía muy bien su propia letra. Por eso había inventado el Descifrador de Letras Malditoulas, el cual siempre llevaba colgado al cuello. 

   No sé por qué siempre miras lo que escribo si ya sabes que ni yo consigo entender mi letra, rezongó el padre. 

   Porque como dibujitos son agradables de ver, papá, respondió Malditas, risueño. Malditoulas le explicó la fórmula del veneno que habí­a creado y cómo debí­a ser aplicado para garantizar un óptimo resultado. 

   Te garantizo y firmo abajo que por 10 años en ese suelo no crece ni la gramilla, dijo Maldipoulas, con una sonrisa de oreja a oreja. 

   Gracias papá, no entiendo ni medio lo que está escrito ahí pero vale un imperio, te lo aseguro, respondió su hijo. Después Malditas Werk impartió órdenes a tuerto y derecho a todos sus hombres, pues habí­a mucho trabajo por hacer: robar los componentes del veneno, fabricarlo y por último esparcirlo por el suelo de los nueve planetas circundantes. Pero abastecer la nave negra con suficiente agua y comida para la tripulación y, principalmente para Malditania, la del medio, que comía como un elefante, era lo más trabajoso. Por lo demás, Malditas Werk no se preocupaba, Malditoulas hacía mucho que habí­a inventado el Combustible Malditoulas, compuesto gaseoso a base de materias urinaria y fecal. En el espacio exterior el combustible se les harí­a muy necesario, y para eso contaban con los desperdicios de la tripulación y, principalmente, con los de Malditania, la del medio, encargada del noventa por ciento de la producción de combustible. "Suficiente para llegar al borde del universo", pensaba Malditas. Con el armamento no había problema ya que funcionaban con el mismo combustibles. 

Después del derrame del veneno Malditas Werk, su familia y su ejército partieron de Wirm rumbo a T2, un puntito casi imperceptible entre millones de millones de puntitos de estrellas parecidas entre sí en el vasto infinito estelar. 

   Allí vamos, T2. Malditas Werk oyó su voz lejana, pues se estaba durmiendo, y entre sueños llegó a pronunciar "La Casa de Werk", en seguida se durmió.

4- EL DIOS MALDITO

A bordo de la nave negra Malditas Werk meditaba sobre su plan de ataque. El planeta T2, según sus informes, poseía muchos habitantes. Estos eran, en su gran mayorí­a, supersticiosos y proclives a creer en cualquier cosa, más aún si esa cosa vení­a del espacio. En ese punto se detuvo, imaginando una multitud de millones de habitantes rindiéndole culto al Gran Dios Malditas Werk. Una obediencia ciega al divino que baja de los cielos con su familia real y su propio ejército. 

   "Seguramente habré que exterminar a unos cuantos, porque rebeldes y los que no se creen el cuento que baja del cielo siempre los hay en cualquier tiempo y en toda civilización, pero el resto me ha de adorar", soñaba Malditas. Él siempre acostumbraba a decir que si hay que soñar debía soñarse en grande y él tení­a grandes aspiraciones como para que sus sueños se considerasen grandiosos. Uno de los tantos era ocupar el trono de la Casa de Wirm, a la que le darí­a un nuevo nombre apenas llegase al poder: la Casa de Werk. Para ensayar, apenas fundara su reino negro en T2, planeaba llamar a su palacio de esa manera. "Un golpe maestro que me hará ser dueño y señor de dos planetas; primero conquistaré T2 y después Wirm, entonces la Divina Dinastí­a Werk gobernará, qué digo, reinará por siempre". Ese breve sueño Malditas lo transformó en el breve discurso con el cual le informó a su familia y al subcomandante de su ejército su última decisión. 

   ¿Y será que demoran mucho en morir de hambre los Wirmianos, papá?, quiso saber Malditillo, el primero, que hasta ese momento estaba alejado del parloteo de su padre entretenido desplumando un pajarito vivo, pluma por pluma. 

   Claro que no, hijo mío, respondió, casi con ternura, Malditas Werk, a no ser que aprendan a comer piedras. Todo el mundo se desternilló a carcajadas. Menos Malditania, la del medio, que, interrumpiendo su pasatiempo favorito (comer), dejó de masticar e hizo a un lado, pero no mucho, el sandwich de salchicha, jamón, queso, panceta, chorizo, pollo, lechuga, tomate, zanahoria, cebolla, papas fritas y semillas de sésamo y preguntó, angustiada, si eso de comer piedras aplicaba también a ella. Pero antes que su padre le respondiera volvió a su sandwich.

   No, hijita, no te preocupes, respondió el padre, con ternura. 

   Hmm, respondió, atascada, Malditania, tal vez queriendo decir "está bien papá" o "sí, ya entendí­", no quedó muy claro. 

   Mira papá, mi nuevo juguete de tortura que me regaló el abuelo, dijo Malditolê, el tercero, mostrándole una esfera metálica. Malditas Werk miró la esfera sin conseguir adivinar cómo funcionaría el juguete. 

   ¿Y cómo funciona, hijito?, se interesó. El pequeño demonio le mostró una víbora de unos treinta centímetros, después abrió la esfera por la mitad, introdujo el reptil, cerró la esfera y la depositó en el suelo. Luego con un control remoto empezó a hacerla girar a toda velocidad hasta llegar a mil rotaciones por segundo durante un minuto. Todos los presentes se mantenían en silencio, atentos al resultado final, menos Malditania, que ahora atacaba otro sandwich igual al anterior. Un minuto después Malditolê detuvo la esfera, la abrió, dijo: 

  ¡Chan, chan! y sacó la víbora del interior con asombrosos dos metros y medio de largura. 

   El juguete estira víboras, papá, respondió el pequeño Judas, dando risotadas. El padre y todo el mundo aplaudió y festejó la hazaña del pequeño. Menos la hermana, por razones obvias, sus manos aún sostenían el sandwich. En medio del alboroto apareció Malditoulas. Traía en sus manos una pequeña caja negra con un círculo de cristal en la parte superior. 

   Malditania, te traigo un regalo, dijo el abuelo inventor. La muchacha apenas levantó la vista sin preguntar qué era aquello, por la misma obvia razón que anteriormente, pues estaba ocupada en cosas más sabrosas dentro de su boca insaciable.

   Mira, dijo el abuelo, apretando este botón la imagen holográfica de tu madre aparecerá a través de este círculo de cristal en la parte superior, con los maléficos enseñamientos que te dejó grabados antes de partir al más allá. Inmediatamente el viejo apretó el botón y la imagen de su madre, Maldoca, apareció gesticulando pero sin voz, pues para eso debía ser accionado otro botón. Pero Malditania por el momento no estaba dispuesta a escuchar nada, pues estaba comiendo; aunque, aprovechando el espacio entre mordisco y mordisco, se molestó en agradecerle el regalo. Pero en seguida volvió a la masticación, no manifestando ninguna otra reacción. 

   ¡Ay, mi bella Maldoca! ¡Cómo te verí­as hermosa vestida de reina!, suspiró Malditas Werk, recordando a su fallecida esposa, que había sido una de las primeras víctimas del virus mortal. Después Malditas Werk se retiró a su camarote, donde se estiró en la cama, cerró sus ojos y volvió al futuro, donde sería rey. "No", se corrigió al instante, sin perder la costumbre de soñar alto y en grande, "emperador, mejor". Esta idea lo llenó de felicidad. Cuando iba por el quinto planeta conquistado y le estaba por cortar la cabeza al rey se durmió y soñó algo diferente.

5- LA PLANTACIÓN 

Era un día como tantos días y noches en el planeta, con sus alegrí­as y tristezas, sus conflictos y alianzas cuando, de pronto y sin ningún tipo de avi­so previo, millones de naves cubrieron por completo el planeta, iluminando la parte que era de noche con luces de intensidad cegadora y la parte de día también, porque la oscura y hermética sombra de las naves posicionadas unas contra las otras, si no encendieran las luces, los invasores no hubieran podido ver nada. En ese mismo instante el mundo paró. Los habitantes de donde era de noche y que estaban durmiendo continuaron dormidos y los que estaban despiertos desmayaron en el acto y a los que estaban del lado que era de día les ocurrió exactamente lo mismo, pero al contrario. Mientras los habitantes dormían el sueño abducido, los invasores disolvieron y transformaron en nutrientes a todos los habitantes no aptos para el trabajo: bebés, niños pequeños, viejos, locos y portadores de alguna discapacidad. Las otras especies de la escala animal también corrieron con la misma suerte. Los habitantes fueron introducidos a las naves y trasladados a los hibernaderos construidos en los polos. Ya sin interferencias de ninguna especie, los invasores deconstruyeron el planeta, literalmente; tirando abajo lo edificado y desenterrando construcciones subterráneas. Los escombros fueron dispersos en la orilla de los continentes, luego aplanaron el planeta entero y esparcieron la tierra de las montañas en los lagos, depresiones y en las orillas del mar, para nuevas zonas de cultivo. Después cavaron millones de túneles interconectados los unos con los otros, dejando pequeñas entradas a cada cien kilómetros. A lo largo y lo ancho del globo levantaron extrañas construcciones, gigantescas pistas de aterrizaje y amplias rutas pavimentadas. Cuando trajeron a los habitantes de vuelta y los despertaron, éstos se vieron cercados por extrañas estructuras que no eran propias del ingenio humano y por sus captores, soldados robóticos cromo-metalizados, parecidos a ellos; que los trasladaron hasta las entradas de los túneles y los obligaron a entrar, después las entradas se cerraron para siempre. La plantación al poco tiempo se tornó productiva. Mientras tanto, debajo de la superficie, los habitantes primitivos se adaptaron a su vida de lombriz, haciendo su parte al oxigenar y nutrir la tierra con sus deshechos orgánicos y con los eventuales cadáveres. El hacedor supremo de la osada conquista miraba, y admiraba, su gran obra desde la torre de la fortaleza cuando a sus espaldas alguien lo llamó: "Comandante, comandante". Y hasta allí llegó el sueño de conquista de Malditas Werk, que con un humor de los mil demonios respondió que ya iba a quien fuese que lo llamaba. 

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LAIAN Y LOS ALIENÍGENAS - parte 1 por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.

                     


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