lunes, 18 de enero de 2021

LAIAN Y LOS ALIENÍGENAS - parte final

 31- LO INSACIABLE

Malditania, cuando ya no encontró más ningún cadáver, ninguna cucaracha, ningún ratón, ninguna araña ni nada que se moviera, arremetió contra cualquier cosa que pudiera arrancar con sus poderosos brazos. Desmanteló el interior la nave, derrumbando paredes y desarmando motores; en definitiva, se comió todo lo que cupiera en su gran bocaza, cables, puertas, ventanas, madera, aluminio, tornillos y el barro que entraba por las grietas, hasta convertirse en un monstruo insaciable; y cuando ya no tuvo más qué comer empezó a enloquecer de hambre. El retumbar de sus arremetidas contra las paredes exteriores de la nave vacía subía por las aguas del lago hacia la superficie y se dejaba oír como un aterrador "tum" más allá de las Montañas Azules y los bosques a su alrededor. Solamente el cansancio y el sueño la hacían detenerse, pero cuando volvía a despertar comenzaba nuevamente arremetiendo contra las paredes. El retumbar insistente poco a poco fue debilitando la tierra y las piedras de la represa hasta que colapsó y el agua hizo su parte, precipitándose valle abajo y desbastando todo a su paso; y cuando las aguas bajaron la nave se asemejó al bulto siniestro de un sapo gigante y oscuro. Malditania, entretanto, continuaba con sus enloquecidas arremetidas haciendo que el barro sedimentado sobre la nave fuera desprendiéndose hasta que una rendija en el casco dejó pasar una tenue línea de luz. En ese momento el monstruo hambriento empezó a tironear de la rendija con desesperación y a embestir con su gran cuerpo colosal contra la gruesa chapa exterior del casco que fue cediendo cada vez más y cada vez más hasta que el hueco fue lo suficientemente grande para que Malditania pudiera escapar de su cárcel de metal. 

Mientras arrastraba su cuerpo por el lecho lodoso del lago repetía "comida, comida", la única palabra que habitaba su mente, todo lo demás eran pensamientos y razonamientos incomprensibles que nada significaban, mientras tragaba grandes cantidades de barro blando como si se tratara de caldo de chocolate. Cuando llegó a la salida continuó por el cause nauseabundo rumbo a la aldea, olfateando el aire impregnado de sudor, detritos y sangre que el viento empujaba desde hasta sus fauces. 

Aquellos sobrevivientes, tanto humanos como animales, que aún tenían fuerzas para andar o arrastrarse, al ver aquel monstruo gigantesco tragando barro y masticando árboles caídos venir hacia ellos, huyeron aterrorizados hacia las profundidades del bosque o bien treparon a los árboles, mientras que los desgraciados que aún permanecían semienterrados en el barro, se debatían en gritos enloquecidos. El monstruo ni bien se aproximó se abalanzó sobre todo el mundo, vivos o muertos, y su cuerpo empezó a crecer descomunalmente. Pero el monstruo voraz aún deseaba más, así que al no ver más comida disponible a su alrededor levantó su gran cabezota y olfateó el aire. De repente sus ojos se detuvieron en la copa de los árboles. Arrastró su pesado cuerpo hasta la base de los árboles y como si de simples arbustos se tratara los sacudió con furia, haciendo que los infelices escondidos en sus ramas cayeran como frutas maduras, reventándose contra el suelo para luego ser devorados ávidamente por el monstruo insaciable. 

32- LA INVITACIÓN

Fluo Max y compañía pronto se encariñaron con el ingenuo Laian, que maravillado con todo lo concerniente a ellos y al planeta Wirm habí­a hecho considerables progresos con el complicado idioma wirmiano y pese a los tropiezos idiomáticos se hacía entender con facilidad. Fluo Max y Opzmo casi que lo habí­an adoptado, confiríendole la tarea de secretario particular de ambos. Laian, a esas alturas, solo esperaba de los amigos galácticos una invitación para conocer el fantástico planeta Wirm y si ésto estaba en los planes de los dos amigos era algo que lo tenían bien guardado. Laian había escuchado a sus amigos comentar que la fecha de sus reemplazos estaba cerca y que extrañaban muchísimo a un tal capitán llamado Kinio Kiniones Pauers. Laian pensaba que si lo invitasen a ir con ellos no iría a extrañar ni un poco la tierra aunque sí a su querido maestro. 

   Una mañana Fluo Max se le acercó y le preguntó lo que él esperaba ser preguntado. 

   Laian, ¿te gustaría conocer y pasar una temporada en Wirm? Laian abrió sus ojos como si hubiera descubierto una cámara secreta llena de riquezas fabulosas y, sin pestañar, respondió que sí­, casi gritando de alegría.

   Fluo, ¿no estarás haciéndome una broma, no?, preguntó Laian. 

   Claro que no, hablo en serio, respondió Fluo Max. 

Con el viaje de reemplazo ya cerca, Fluo Max pensó que serí­a una buena idea que Laian se despidiera de su maestro. Además, estaba interesado en conocer al gran mago que tan magistralmente habí­a acabado con la raza de su archienemigo Malditas Werk. 

   Me gustarí­a agradecerle personalmente en nombre del pueblo de Wirm a tu maestro por la gran ayuda que nos ha prestado al librarnos del tirano Malditas Werk, le dijo Fluo Max. 

   Y creo que también querrás despedirte de tu maestro, acotó. 

   Sí, y estoy seguro que a mi maestro también le encantará conocerlos, respondió Laian alegremente.

33- CAZADA AL MONSTRUO

El viaje de regreso a la aldea estuvo animado hasta que llegaron al lago y descubrieron que ya no existía y que había vuelto a ser un valle y que la naturaleza ya empezaba a colonizarlo nuevamente. Desde el aire la superficie parecía una lona camuflada de verde y marrón, donde manadas de jabalíes hociqueaban la tierra entre los matorrales. Laian pensó que tal vez se habí­a secado. La nave aún continuaba allí­ con su siniestro bulto destacándose como un gigante batracio en reposo.

   No hay señales de vida, Fluo, la voz de Atchiki Licki alivió un poco la tensión. Hasta que, a un lado de la nave, vieron un gran orificio y más adelante la rotura de la represa y el rastro de destrucción producido por el desborde. Rocas, troncos y ramas semienterrados en el sedimento seco marcaban la huella de destrucción que se extendía rumbo a la aldea. La nave tomó altura  y sobrevoló siguiendo la hendidura, pero no vieron la aldea ni ningún asentamiento en muchos kilómetros a la redonda. Simplemente habí­a desaparecido. Supusieron que ante el desborde del lago todos debieron de emigrar hacia el bosque, ciertamente muy lejos de ese lugar maldito. Opzmo, al ver el rostro triste de Laian, trató de animarlo con palabras de esperanza. 

   Tranquilízate amiguito, que si hay sobrevivientes los vamos a encontrar, dijo, acariciando la cabeza de Laian. Los tripulantes barajaban varias hipótesis cuando el radar empezó a detectar señales de vida en un punto del bosque. Luego de avistar un claro cerca de la señal se dispusieron a posar. Laian bajó primero, porque si eran los aldeanos lo que captaba el radar ciertamente atemorizados por la nave se mantendrían escondidos, en cambio viendo su presencia saldrían de sus escondrijos sin temor alguno. El resto de los tripulantes se dispersó en diferentes direcciones. Laian llamó por el mago varias veces, pero como respuesta solo oyó un gruñido detrás de un enmarañado de arbustos. Laian pensó que fuese un oso salvaje, por lo que desenvainó su espada y se volteó para avisarles a sus amigos del posible peligro. En esa fracción de segundo el cuerpo grotesco de Malditania emergió detrás de los arbustos y se precipitó sobre su cuerpo con su bocaza abierta mientras vociferaba: "comida, comida". De su garganta emanaba una pestilencia que lo mareó de inmediato y entre razonamientos confusos no tuvo cómo evitar ser tragado de un solo bocado, con espada y todo. Segundos después se sintió caer en un espeso, nauseabundo, tibio y vaporoso caldo en medio de una total oscuridad. De inmediato metió su mano en el morral mágico, que boyaba a su lado, y sacó el tubo de luz. Las paredes fláccidas y viscosas del estómago del monstruo palpitaban y desde lo alto una pegajosa gelatina goteaba sobre su cabeza. Laian enterró su espada hasta el mango con furia varias veces en las paredes del estómago grasiento, y a cada estocada oía los alaridos desgarrados del monstruo desde el exterior. Los wirmianos no sabían que hacer, pues temían que sus poderosas armas, al matar al monstruo, acabaran también con la vida del joven tedosiano. Fluo Max y Opzmo corrieron cada uno hacia los costados de la cabeza del monstruo que entre alaridos endemoniados corcoveaba de un lado al otro por las heridas que Laian le infringí­a desde su interior, y ésto precisamente era lo que dificultaba la acción de los wirmianos. De repente el monstruo vaciló un segundo y en ese instante Fluo Max y Opzmo sincronizaron sus mentes y aprovecharon el momento. Sendos disparos de rayos lazer atravesaron el cuello del monstruo que emitió un horrible alarido para en seguida  desplomarse de lado, gimiendo lastimosamente entre pequeños estertores mientras su abultada panza se estiraba en varios puntos: era Laian dando señales de vida dentro del infierno estomacal que no conseguía atravesar por completo la gruesa capa de grasa y piel del monstruo. Fluo Max graduó su pistola lazer e hizo un corte superficial sobre la piel del monstruo por donde su amigo luchaba por salir. La espada por fin logró atravesar la piel del monstruo que se rasgó como una lona, entonces Laian escurrió mezclado al caldo gástrico, quedando estirado junto al monstruo agonizante en el charco inmundo. Los amigos acudieron en su ayuda y lo arrastraron hasta la orilla del arroyo donde lo zambulleron varias veces para que se deshiciera de la apestosa inmundicia. Mientras tanto la agonizante Malditania entre gemidos lastimosos pronunciaba sus últimas palabras: "comida, comida".

34- UN VIAJE A LAS ESTRELLAS 

Laian convivía por dentro con dos sentimientos antagónicos. Por un lado la emoción de viajar a través del espacio y conocer otro mundo lo llenaba de alegrí­a, pero por otro, la tristeza de ignorar qué había sucedido con Elser Masgrís. La sola idea de pensar que el monstruo lo hubiera comido lo dejaba sumamente angustiado. Pero para su suerte la llamada de las estrellas era más poderosa que la tristeza.

   Fluo Max le habí­a dicho que la estadía en Wirm serí­a de dos años y que tenía la plena seguridad que no tendría un minuto siquiera con que aburrirse, y pensando en ello Laian le preguntó algo que nunca le había preguntado ni a él, ni a Opzmo, ni a ningún otro wirmiano, por estar ocupado preguntando sobre muchas otras cosas y porque entre ellos no había ninguna wirmiana.

   ¿Cómo son las chicas de Wirm?, Fluo Max lanzó una sonora carcajada.

   Desde ya te digo que no tengo hermana, pero te diré que las chicas de Wirm son más lindas que nosotros, le dijo Fluo Max. 

La última noche en la tierra, Laian dejó volar su imaginación hasta muy entrada la madrugada cuando por fin se durmió. Soñó que estaba a orillas de un rí­o de aguas coloridas, levemente transparentes, sentado junto a una joven wirmiana muy hermosa; detrás de ellos había un majestuoso bosque con árboles de flores de extrañas formas y colores nunca vistos, colgando languidamente de los gajos y despidiendo perfumes cautivantes. Estaban tomados de las manos, eran felices, estaban enamorados y...

  Despierta Laian, dijo una voz, dentro de una hora partimos. Era Opzmo, interrumpiendo su idilio. Una hora después Laian, rumbo a las estrellas, miraba absorto la bola azul donde había nacido, flotando solitaria en la inmensa oscuridad del cosmos infinito. Nuevamente volvió a sorprenderse con una nueva inmensidad que era simplemente imposible de medir, la del mismo universo. Y esta vez ya no se sintió como una hormiga, sino con algo más pequeño que un grano de arena, pero que él no supo cómo nombrarlo. 

                                                                   Fin. 

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LAIAN Y LOS ALIENÍGENAS - parte final por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.

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