lunes, 18 de enero de 2021

LAIAN Y LOS ALIENÍGENAS - parte 6

 26- UN PUNTO EN LA ARENA 

Una tarde, cuando Laian volvió a ver a lo lejos no una sino tres naves cruzar lo cielos a intervalos, tuvo la corazonada de encontrarse cerca de los aliení­genas, o por lo menos la esperanza. Sin embargo, sintió una ligera molestia en el estómago, pero valientemente y decidido apresuró el paso. 

Fluo Max y Opzmo supervisaban un nuevo envío de provisiones a Wirm, la décima octava exactamente, cuando la nave recolectora aterrizó. 

   ¡Llegaron las frutas!, casi gritó Opzmo, cerca de los oídos de su amigo. Fluo Max lo miró con desdén; extrañaba los sabores sintéticos, porque los naturales continuaban sabiéndole insípidos. 

   Fluo, realmente no sabes apreciar la comida saludable, pero no pierdo la esperanza de verte un día sentado a la mesa comiendo sano, dijo Opzmo, risueño como siempre. 

   Déjate de sermones saludables y vamos a terminar el cargamento de "tus frutas saludables" al transbordador, dijo Fluo Max con sorna. En ese momento el piloto de la nave recolectora descendía. 

   Hola amigos, tengo una noticia: alguien está viniendo a pie en nuestra dirección, costeando el mar desde el sur, a unos tres días de a pie, dijo. 

   No me digas que es el maldito Malditas Werk, se quejó Opzmo, que empezaba ya a ponerse violeta, pero el piloto lo tranquilizó. No era el maldito Malditas Werk, sino un tedosiano. 

   Aquí está la grabación, les dijo, entregándosela a Fluo Max. Fluo Max dejó el trabajo a cargo de Atchiki Licki, que andaba cerca de ellos, y los dos amigos partieron hacia el cuartel para ver de quién se trataba. 

Sobre la arena amarilla se veí­a un pequeño puntito negro que podría pasar por una roca si no fuera porque se movía. Fluo Max hizo zoom en el puntito en movimiento y los dos amigos respiraron aliviados al comprobar que se trataba de un joven tedosiano. 

   Uf, por un momento creí que nuestro gran dolor de cabeza aún estuviera en actividad. dijo Opzmo, resoplando de alivio. Fluo Max opinaba que lo más  prudente sería ir a echarle un vistazo de cerca. 

   ¿Qué te parece, Opzmo? Opzmo concordó con su amigo con un movimiento de cabeza y opinó que un paseo no les vendría nada mal. 

Mientras comía un pescado asado bajo la luz protectora del tubo, los pensamientos de Laian giraban en torno a la nave alienígena que había pasado muy cerca de la playa. Quizás lo hubieran visto, pensaba, por eso mismo tenía la sensación de estar siendo vigilado. Al amanecer, luego de recoger sus cosas y antes de reanudar la marcha, inspeccionó las inmediaciones en busca de huellas o rastros sospechosos, pero no encontró nada; eso lo dejó un poco más tranquilo, aunque a cada tanto se daba vuelta y recorría con la vista los alrededores. Durante ese día no volvió a ver ninguna nave, solo nubes esparcidas por el infinito azul celeste, pero por la noche la sensación de estar siendo vigilado volvió a dejarlo nervioso. Y, claro, no durmió con la tranquilidad de las últimas noches, despertándose sobresaltado al menor ruido que entre los intervalos de las olas escurrían desde los matorrales cercanos. No había amanecido aún cuando una bruma repentina cubrió el cuerpo de Laian por encima del haz de luz, permaneciendo sobre él hasta poco tiempo después que despertara. Cuando ésta se disipó, varias siluetas estaban a su alrededor, quietas y en silencio, apenas observándolo. 

27- EL ENCUENTRO  

Laian se levantó de un salto, desenvainó la espada inmediatamente y empezó a girar sobre sí mismo, midiendo a sus oponentes mientras trataba de poner la cara más fiera, aunque no convencía a nadie, ni siquiera a sí propio. 

   Los wirmianos miraban para el joven tedosiano con asombro; les parecía un animal acorralado en un intento vano por hallar una vía de escape. Contra la superioridad numérica (eran ocho contra uno) y las sofisticadas armas que portaban la espada del joven tedosiano era lo mismo que un escarbadientes contra un cañón de rayos lazer. 

   Laian pareció llegar a una conclusión similar, porque en un dado momento bajó la guardia, envainó la espada y con voz temblorosa, pero esforzándose para que sonara firme, les preguntó quiénes eran y qué querían con él. 

   Los wirmianos se miraron extrañados los unos a los otros, no entendían la lengua del tedosiano por eso no se molestaron en decir nada. Por medio de señas le indicaron que juntara sus cosas y que los acompañara. 

  Laian entendió el pedido y lo acató en silencio mientras se preguntaba si serían gente de otras tierras o los mismos alienígenas. Pues, se parecía a los humanos aunque sin las barbas y el cabello largo como usaban los adultos, pero por sus ropas y las extrañas armas que empuñaban era bien posible que fueran los alienígenas. 

   Laian se sintió mejor cuando los vio marchar adelante y que ni le insinuaran que les diera su espada. A cada tanto miraban hacia atrás y lo alentaban con señas amigables a continuar siguiéndolos mientras hablaban en lengua desconocida y reían. 

  Unos kilómetros adelante Laian vio una nave plateada, mucho más pequeña que la que viera sobrevolar el valle inundado, estacionada en la playa, entonces su corazón dio un salto. ¡Eran los alienígenas! Por su comportamiento intuía que de forma alguna podían ser malos, y cuando le hicieron señas para entrar con ellos a la nave una sonrisa de oreja a oreja se dibujó en su rostro. 

   Mientras recorría la nave la curiosidad de Laian le impedía mantener la cabeza quieta, miraba para todos lados y en cada lugar todo lo que veía le era conocido. "¿De qué mundo vendrán?", se preguntaba. 

   Uno de ellos le señaló un asiento junto a una pequeña ventanilla, después le abrochó el cinto de seguridad. Finalmente los motores se encendieron, emitiendo ronquidos estruendosos que abalaron el espíritu de Laian, y cuando la nave empezó a elevarse cerró los ojos y se aferró en los apoyabrazos con todas sus fuerzas mientras el estómago se le congelaba. De pronto, sintió que lo tocaban en el hombro, un alienígena le hacía señas para que mirara por la ventanilla. Estaban sobrevolando las Aguas Sin Fin. Allá abajo las aguas azules pasaban vertiginosamente mientras algunas islas se dejaban en la lejanía. La vastedad del mundo, esta vez, lo hizo sentirse mil veces menor que una hormiga. Al poco tiempo la nave giró a la izquierda y el suelo se tornó verde y marrón, y más un poco empezaron a sobrevolar más bajo sobre tierras que en algunas partes estaba arada y en otras, de un verde claro, sembrada. Y más aún se asombró Laian cuando vio las extrañas estructuras donde los wirmianos acopiaban y procesaban los alimentos y hacían vida, y que a sus ojos parecían ingeniosos castillos de metal. De pronto, la nave se detuvo con una leve sacudida, quedando suspendida en el aire por algunos segundos, los suficientes para que Laian, atemorizado, volviera a aferrarse en los apoyabrazos con todas sus fuerzas, creyendo que iban a caer; pero en seguida y para alivio suyo, la nave comenzó a descender suavemente hasta posar sin que se diera cuenta. Laian, incapaz de creer como verdadero lo que sus ojos estaban viendo, tampoco conseguía razonar congruentemente. "¡Si el maestro pudiera ver lo que ven mis ojos!", exclamó por dentro.     

   Mientras descendía deslumbraban sus sentidos las cientos de naves plateadas estacionadas en una fila interminable mientras varios aliení­genas se movían entre ellas; los inmensos castillos metálicos, tan altos que parecían llegar hasta el mismo cielo. Laian una vez más volvió a sentirse pequeñísimo. 

   Ya en tierra firme, uno de los alienígenas, totalmente vestido con atuendos de color violeta, se le acercó con una sonrisa y le hizo una seña para que lo siguiera hasta un grupo de alienígenas que los aguardaban en la entrada de uno de los castillos metálicos. Entre ellos, había uno que se destacaba de los otros por su larga cabellera blanca, lisa y brillante y porque su piel tenía el mismo aspecto que el polvo dentro del tubo luminoso. Estaba al frente del grupo, lo que le hizo pensar que debía ser el jefe por allí­. Tanto él como los otros lo miraban de manera amigable. Al llegar junto al grupo el alienígena de violeta habló alguno con el jefe y éste le hizo una seña a Laian para que los siguiera. La mente de Laian vibraba, estaba a punto de conocer un castillo alienígena por dentro.

28- ADMIRABLE MUNDO NUEVO

Laian mientras absorbía a través de los ojos, como una esponja reseca, los miles de detalles a su alrededor, pensaba que los alienígenas debían sin sombra de dudas poseer una inteligencia superior a la de su maestro. Las novedades en todo lo que veía estaban más allá de su capacidad de comprensión, desde los naves y sus castillos de metal hasta los atuendos que vestí­an y sus armas, que a pesar de ignorar su poderío las imaginabas tremendamente letales. Hizo un intento por imaginar cómo sería su planeta de origen y todo lo que consiguió fue multiplicar hasta el infinito lo que veía en ese momento. Del temor que sintió al principio, en la playa, ya no le quedaba ni el más leve vestigio, en su lugar una alegría interior, que sin duda los alienígenas no dejaban de notar, lo sobrepasaba. Por la manera amable como lo trataban y por sus conversaciones distendidas y por cómo reían entre sí, estaba seguro que, de poder entenderse mutuamente, lo tratarían como a uno más. Tení­a tanto a preguntarles, ya que más allá del valle y la travesía hasta donde se encontraba en ese momento, el mundo constituí­a un misterio insondable.

Después de innumerables pasillos fue conducido a una sala repleta de artefactos y máquinas con luces de todos los colores que prendían y apagaban solas, que él, lógicamente, no tenía la menor idea para qué servían. El simpático alienígena vestido enteramente de violeta le señaló una silla delante de una pequeña mesa, Laian entendió que debía tomar asiento. Luego el alienígena puso un artefacto delante suyo y, siempre con señas y gestos, lo animó a que hablara mientras él y el que parecía ser el jefe se sentaban en el otro extremo de la mesa y se ponían orejeras metálicas y el artefacto empezaba a emitir luces de colores y titilantes. Laian pensó que lo mejor sería empezar por presentarse y después mencionar lo poco que sabía en la vida.

   Mi nombre es Laian, empezó, de la aldea de..., bueno, nunca nadie se molestó en ponerle un nombre, simplemente siempre la llamamos "la aldea". Soy discípulo del gran mago Elser Masgrís, el hombre más inteligente que ya conocí, antes de ustedes, claro. Los alienígenas, los ojos puestos en la máquina, asintieron con un gesto de cabeza el elogio. Laian, no entendiendo que toda la parafernalia a su alrededor era para traducir al idioma de los alienígenas sus palabras, creyó que los gestos de los alenígenas se debían a cualquier otra cosa menos a lo que acababa de decir. 

   Bien, prosiguió, la verdad es que desde la primera vez que vi la nave plateada de ustedes sentí curiosidad por saber cómo eran, de dónde vení­an y cómo sería su forma de vivir. Imagino que el planeta de donde vienen sea un lugar bonito y lleno de maravillas, como todo esto. Tras estas palabras, Laian recorrió con la mirada el recinto. Y así hablando más sobre la admiración que sentía hacoa los alienígenas que sobre su mundo, Laian siguió parloteando como un loro.

   Después de varios minutos, y viendo que el joven tedosiano ya no sabía qué más decir, Fluo Max y Opzmo se sacaron los auriculares y le hicieron un gesto para que esperara. 

   El idioma tedosiano es más fácil de aprender que pelar una banana, dijo Opzmo, en el idioma del muchacho. 

   Con toda seguridad, respondió Fluo Max, también en la misma lengua. Laian puso cara de asombro y se alegró al ver que los dos alienígenas hablaban su idioma. 

   Entonces, ¿ustedes pueden entender lo que yo hablo?, preguntó sonriendo. 

   Ahora sí­, respondió Fluo Max, y mi amigo también. 

   Hola Laian, mi nombre es Opzmo, pero puedes llamarme de Opzmo simplemente, dijo Opzmo, con otra de sus ocurrencias.

   Y yo soy Fluo Max y estoy a cargo de todo esto, y mi amigo chistoso aquí es el segundo al mando, aunque no lo parezca, dijo Fluo Max, sonriendo. 

   Laian no entendía cómo ahora entendían y hablaban tan bien su idioma si hasta hacía algunos minutos aparentaban no entender ni jota. 

   ¿Cómo es posible que puedan entender y hablar mi idioma ahora?, les preguntó.  

   Gracias a esta maquinita aquí­, que no solo traduce palabras sino que al mismo tiempo, a través de un mecanismo que tú todavía no puedes entender, enseña a comprender la estructura gramatical y a hablarlo también, dijo Opzmo. 

   Pero mi idioma contiene más palabras de la que yo he usado, muchísimas más, creyó conveniente aclarar Laian y luego preguntó: 

   ¿Y si yo me pongo esas orejeras puedo entender y aprender el idioma de ustedes? 

   Sí, dijo Opzmo, pero dentro de cien años; disculpa es una broma tonta de la que yo solo soy capaz de decir. No, en verdad, lo difícil te será pronunciarlo.

29- LOS MALOS ALIENÍGENAS

Luego la conversación entre los tres giró en torno a Malditas Werk y de cómo Elser Masgrís, el mago, lo habí­a sepultado bajo el lago. Los amigos wirmianos llegaron a la conclusión de que Malditas Werk, su familia y la tripulación entera, ya era parte de la historia. Laian, a su vez, se enteró sobre la nave negra y, más o menos, cuáles eran las intensiones de sus ocupantes. 

   Deberían conocer a mi maestro, les dijo Laian, en un dado momento, es una gran persona y el mejor mago hasta donde yo sé...aunque a decir verdad nunca conocí a ningún otro. 

   Y tú, ¿cuántas magias sabes hacer?, le preguntó Opzmo. 

   La verdad, no sé ninguna... todo lo mágico que puedo demostrar está aquí dentro, un regalo de mi maestro para sacarme de apuros. Laian señaló el morral mágico a su lado. 

   Pero parece estar vacío, dijo Fluo Max, que ya lo sabía por los escaners que nada habían detectado cuando habían ingresado a las instalaciones.

   Parece, es cierto, pero cuando necesito algo solo tengo que meter la mano y sea lo que fuere que yo necesite sale de él. Por lo menos hasta ahora nunca me ha fallado, dijo Laian, con una mueca. Opzmo, que estaba tan o más curioso que su amigo, quiso saber si Laian podía hacerles una demostración. Laian se mostró indeciso, ora por miedo ora porque no necesitaba de nada de inmediato. 

   Es que por el momento no necesito nada. No puedo fingir necesitar algo sin realmente necesitarlo, el morral mágico no funciona así, dijo, dando de hombros. Opzmo creyó oportuno hacer gala de una magia que igualaba a la de su maestro, así que empezó a levitar y a pasearse por el recinto con piruetas en el aire llenas de gracias. Laian sonrió con sus payasadas y aplaudió cuando Opzmo terminó su cómica exhibición.

   Es más, dijo Fluo Max, también empieza a sudar violeta cuando se pone nervioso, es por eso que siempre viste ropas violetas, ¿no es, Opzmo? 

   Sí, y él se pone fluorescente por la misma razón, dijo Opzmo, mirando a Laian. 

   Creo que a nuestro amigo le gustaría conocer las instalaciones, propuso Fluo Max. Laian esbozó una gran sonrisa.   

A cada nueva puerta que se abría un nuevo universo repleto de artefactos inimaginables apabullaba los sentidos de Laian, que al tiempo que se maravillaba deseaba que su maestro estuviera junto a él para ver con sus propios ojos aquel mundo nuevo. Con seguridad él sabría para qué servía cada cosa. 

   A la hora del almuerzo, sus dos anfitriones galácticos lo acomodaron entre ambos. La comida servida tenía un aspecto extraño aunque estaban echas con las verduras y carnes que Laian conocía, pero al probarla comprobó que no sabía a nada, como si las hubieran cocinado sin sal. 

   Fluo Max y Opzmo y los demás comían animadamente. 

   ¿Qué te parece nuestra comida, Laian?, le preguntó Opzmo. 

   Es diferente, pero está muy buena, contestó Laian, disimulando no importarse con el sabor. Por educación no se atrevía a objetar la insipidez del almuerzo. 

   Como habrás notado, nosotros comemos los alimentos sin sal, dijo Opzmo, insistiendo en el mismo tema. Fluo Max lo miró extrañado, sin saber de dónde sacaba eso, si la comida sabía como siempre, pero conociendo como lo conocido a su amigo imaginó por donde venía la cosa

   Sí, lo noté, respondió Laian, con una sonrisa sin gracia. 

   Si lo prefieres puedes ponerle sal a tu gusto, si tienes, dijo Opzmo. Laian paseó la mirada por la larga mesa y constató que no había nada parecido a un salero. Entonces sin más ceremonia introdujo una mano en el morral mágico y sacó un salero y cuando estaba por salar su almuerzo notó que Fluo Max, Opzmo habían callado, pero al levantar la vista vio que lo estaban mirando con una ligera sonrisa. Luego estallaron sus las risotadas. El morral realmente era mágico. 

3O- EL LAGO TUM TUM

Luego de la partida de Laian, uno de los habitantes de la aldea, un día, yendo atrás de un javalí, se acercó a la orilla del lago. De repente oyó el famoso "tum tum", tantas veces oído,  repetidas veces, entonces levantó la vista y vio en el medio del lago que se formaban anillos concéntricos provocados por algo sumergido en las aguas. El aldeano huyó aterrorizado, pensando que bajo las aguas vivía un monstruo. Desde ese día bautizaron al lago con el nombre de "Tum Tum". La superstición los habí­a envuelto como un manto oscuro, y para empeorar las cosas, poco después de Laian, Elser Masgrís también había partido hacia el sur con una excusa que a nadie le quedó muy clara. Al verse sin la protección del mago, el temor de que el monstruo sin forma ni rostro pudiera venir tras ellos les comprimía el corazón; ya el miedo se había instalado en sus mentes y almas, como una enfermedad incurable. Poco antes de caer la noche, todas las puertas y ventanas se cerraban y solo se volvían a abrir cuando el día ya estaba claro. Pero una noche sucedió que el retumbar aterrador se volvió tan repetitivo que los habitantes creyeron que el monstruo del lago por fin había enloquecido. Nadie se atrevió a cerrar los ojos esa noche y temiendo lo peor, se mantenían en silencio y rezando en los rincones y hasta los animales en los establos y corrales se sentían más inquietos que cuando oían los aullidos de los lobos. En cierto momento el "tum tum" se detuvo de repente y un silencio estremecedor se abatió sobre ellos, aunque nadie se atrevió a confesar lo que sentía sus miradas lo decían todo. De madrugada oyeron que algo se aproximaba desde algún lugar del bosque, un ruido indefinible, creciendo asustadoramente como un vendaval arrastrando todo a su paso hasta que el infierno llegó a sus puertas y fue el fin. 


El ruido aterrador que todos oían desde hacía tanto tiempo había estado debilitando poco a poco la represa, abriendo pequeñas grietas, y esa noche el martilleo incesante por fin había hecho que la tierra y las piedras cedieran ante la presión de las aguas represadas. El torbellino de aguas barrientas mezcladas con piedras se precipitó con fuerza colosal por el bosque, arrastrando árboles y todo lo que se interpuso en su camino, directo hacia la aldea. Cuando la catástrofe los encontró, los pocos habitantes que lograron sobrevivir, atascados en el barro pegajoso, entre vacas, cerdos y caballos que chapaleaban peligrosamente a su lado, y otros que yací­an tendidos en diferentes puntos de la destrucción clamaban por socorro entre sollozos y voces lastimeras, pero nadie acudiría en su ayuda, porque la muerte había llegado a sus puertas para cargarlos en su lomo huesudo y llevarlos al oscuro más allá. 

Licencia Creative Commons
LAIAN Y LOS ALIENÍGENAS - parte 6 por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.


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