domingo, 17 de enero de 2021

LAIAN Y LOS ALIENÍGENAS - parte 3

 11- EL POLVO EXPLOSIVO 

Cuando la primera nave entró en la atmósfera de T2, la noche había caído hacía varias horas. Laian, al ver la gigante bola de fuego aproximándose, pensó que su maestro se habí­a equivocado, confundiendo un cometa con una nave alienígena, y que era el fin del mundo. Elser Masgrís, parado a su lado, viendo que su discípulo temblaba como una vara verde y adivinando sus pensamientos, lo calmó explicándole que el fuego que estaba viendo no era un cometa, que cualquier objeto a gran velocidad venido del espacio al entrar en contacto con el aire ardía en llamas, tamaña la velocidad con que lo hacía. 

   Mañana al amanecer podremos ver la nave claramente, dijo el mago, con su calma habitual. La explicación, lejos de calmar a Laian le infundió más temor. Pensaba que si la nave ardí­a en llamas y al día siguiente sus ocupantes salían de ella como si nada hubiera pasado debí­an ser invencibles, y siendo así, ¿quién podría salvar a todos los habitantes de la aldea? Elser Masgrís ya les había advertido a los habitantes de la aldea que aquello que se aproximaba desde el cosmos no era nada bueno y que lo más sensato por el momento era huir hacía cualquier lado. Entretanto, sabía que era inútil pedirles que huyeran de allí porque los aliení­genas podí­an aterrizar en cualquier lugar, lo que significaba que no existía en todo el planeta un lugar seguro para nadie; pero sin duda, como sucede con las manadas de animales salvajes, mientras unos eran cazados otros salvan el pellejo, aún así la dispersión era lo más sensato a hacer. De cualquier manera todos creyeron que la hipótesis de una nave con seres de otro planeta era delirio de un viejo loco. 

   Luego que el fuego se extinguió el cielo nocturno volvió a su silenciosa quietud, todos concordaban que había sido apenas un meteorito cuando de pronto un resplandor iluminó el valle, seguido de un ruido ensordecedor y un vapor nauseabundo infestó los campos y la aldea. Esa noche nadie pudo seguir durmiendo, al amanecer irían a ver de qué se trataba todo aquéllo. Pero cuando amaneció un ejército de seres extravagantes emergió de la nave y avanzó hacia a la aldea. Elser Masgrís, desde la torre del castillo, la mirada puesta en el cielo, invocó al viento en una lengua que Laian, a su lado, jamás oyera. Un momento después el viento empezó a soplar cada vez con más fuerza, trayendo consigo nubes de polvo en forma de remolinos. La tormenta de polvo cubrió todo el valle, castillo, aldea, la nave y al propio ejército, a medio camino entre la nave y la aldea. Los alienígenas, enceguecidos por la polvareda, quedaron desorientados. Laian sintió que el mago lo tironeaba del brazo y en un momento estaba dentro del castillo. 

   Y ahora, ¿qué haremos, maestro?, preguntó Laian, que estaba tan blanco de miedo como la luna llena. 

   Hacer lo que se pueda, dijo secamente el mago, y preparar algo para defendernos. 

   En el subsuelo del castillo se encontraba una recámara que Laian ignoraba que existiera, a pesar de los muchos años que llevaba en él. El muchacho debió subir hasta el salón donde el mago fabricaba sus magias los pequeños toneles que estaban almacenados allí abajo. Luego el mago le instruyó a recorrer todo el castillo en busca de todo lo que estuviera confeccionado con tela.

   Quiero que recorras el castillo de punta a punta y traigas aquí toda las ropas, cortinas y sábanas y cualquier otra cosa hecha de trapo. Después quiero que cortes pequeños cuadrados de no más que un palmo con los cuales formaremos pequeñas bolsitas explosivas, dijo mientras preparaba una fórmula mágica. 

   Pero si saco las cortinas de las ventanas, ¿no entrará polvo al castillo, maestro?, preguntó Laian, preocupado en no poder realizar su trabajo si el polvo invadía el interior encegueciéndolo todo. 

   No te preocupes por eso, el polvo no puede entrar aquí, respondió el mago sin más explicaciones. Cuando el muchacho terminó de hacer lo que su maestro le indicó, juntos se pusieron a fabricar las bolsitas explosivas. 

   Ven, te mostraré lo que hace este polvo, le dijo el mago al muchacho que lo miraba atentamente. Elser Masgrís agarró una bolsita y la arrojó contra una de las paredes del castillo. Laian se llevó un tremendo susto ante la gran explosión que aquel aparente polvo inofensivo provocó, en seguida una niebla gris oliendo a azufre cubrió el recinto, y al disiparse un gran orificio dejaba ver la recámara al otro lado de la pared. 

   Ahora ayúdame a poner dentro de estas alforjas todas las bolsitas que sea posible, dijo el mago. 

   ¿Los atacará con ellas, maestro?, quiso saber Laian. 

   Más o menos, pero todavía no. Primero tengo que averiguar algo, respondió el mago. Un momento después Laian vio desde la torre cómo su maestro se elevaba en el aire y rápidamente se zambullía dentro del torbellino polvoriento que cubría el mundo más allá del castillo. Laian se puso nervioso, temí­a que los alienígenas fueran tanto o más poderosos que su maestro y lo capturasen, o peor, que le dieran muerte. 

12- ATRAPADOS EN LA NIEBLA 

   ¿Y ese maldito polvo de dónde salió?, vociferó, furioso, Malditas Werk desde la cabina, al percibir cómo el polvo impedía la visión del exterior. Decidió comunicarse por radio con el subcomandante Guanakeitor. 

   Subcomandante Guanakeitor, ¿me escucha?, cambio. Después de un largo silencio la voz intermitente, por causa de la estática, del subcomandante se escuchó: 

  Aquí, el subcomandante Guanakeitor, una nube de polvo repentina nos envolvió y no podemos proseguir, señor. Adelante y cambio, dijo, tosiendo sin parar. 

   Por acaso, ¿no llevan linternas o reflectores portátiles encima? Cambio, preguntó Malditas Werk, espumando como un perro rabioso. 

   No, señor. Cambio, respondió el subordinado, aún tosiendo. 

   ¿Y por qué no llevaron los reflectores, bando de idiotas?, ¿cómo vamos a conquistar a estos salvajes tedosianos? Así no voy a ser emperador nunca, inservibles. Cambio. Malditas miró a su alrededor pero no encontró a nadie con quien descargar la rabia que sentía.

   Señor, no trajimos reflectores porque es de día. Cambio. Respondió el subcomandante. Malditas Werk ignoró su aclaración y le ordenó que volviera con sus hombres a la nave inmediatamente. 

   Imposible, señor, no se ve nada. Nos quedaremos aquí estacionados hasta que la nube de polvo se disipe. Cambio". 

Malditas Werk maldijo el clima inestable del planeta y salió furioso de la cabina de comando. Un soldado que pasaba por el corredor en sentido contrario se convirtió en la víctima de la furia de su jefe, perdiendo la cabeza de un sablazo que no vio venir. En el pasillo Malditas tropezó con su padre, que se llevó un susto al verlo salpicado de sangre.

   Hijo mío, ¿qué pasó que estás manchado con sangre? Malditoulas pensó en lo peor, que su hijo se había cortado sin querer al intentar matar algún cerdo o alguna oveja, pues escuchara los chirridos de Malditania no hacía mucho pidiendo comida. 

   Nada, nada, papá. El clima de este planeta, el inservible subcomandante y el diablo a cuatro están en mi contra, eso es lo que pasa, contestó Malditas, apretando los puños de impotencia. 

   Espera un poco, hijo mío que no estoy entendiendo nada, ¿qué tienen que ver esos tres elementos con la sangre?, preguntó el padre, afligidísimo. Malditas Werk le contó, casi sollozando, los últimos acontecimientos que lo llenaron de odio e impotencia y cómo se descargó con el infeliz soldado. 

   De alguna manera me tenía que desestresar, ¿no?, justificó Malditas. Malditoulas abrazó a su hijo y acariciándole paternalmente la cabeza le explicó que ser emperador no se conseguía de un dí­a para el otro y que se fuera olvidando eso de la dinastí­a. 

   Cuando se empiece a hablar de la dinastía Werk, tú ya no estarás en este mundo para verlo, hijo. Es como plantar árboles para que otros disfruten de su sombra. Malditas Werk no dijo nada, siguió su camino y se recluyó en sus aposentos. 

   Nadie me comprende, nadie en esta maldita vida me comprende, le rezongó al espejo mientras se lavaba la sangre.

13- ENTRE ENEMIGOS 

Los soldados de Malditas Werk, estancados en el mismo lugar donde la tormenta de polvo los había sorprendido, no se atreví­an a avanzar ni a retroceder por temor a perderse en terreno desconocido. Elser Masgrís se aproximó a los alienígenas y pudo comprobar que sus siluetas no diferí­an de las de los seres humanos. Invisible y silente se paseó entre ellos oyéndolos hablar. Poco a poco su extraña lengua fue haciéndosele comprensible y al cabo de un rato pudo entender con claridad lo que conversaban. Así se enteró de dónde venían y que sus intenciones eran quedarse, y algo más, que la otra nave que aún no habí­a llegado los perseguía. Pero ésto no significaba que no pudiera considerarlos como enemigos también. Seguro de que el ejército no se movería de allí, el mago se dirigió hasta donde estaba estacionada la nave alienígena. Al llegar al lugar comprobó que era una nave gigantesca y que contornarla para encontrar una entrada, que al final no encontró, le llevaría unos buenos diez minutos o más. Con las uñas hacía pequeñas marcas sobre los vidrios de las escotillas que encontraba y por donde podía espiar sin ser descubierto. Notó poco movimiento en su interior, pero en una escotilla vio un grupo de alienígenas que le llamó bastante la atención. Eran cinco individuos que parecían pertenecer a un grupo familiar, y ahora más claramente pudo comprobar que realmente se parecían a los humanos. Uno de ellos caminaba de un lado para el otro gesticulando todo el tiempo, claramente nervioso, le hablaba a otro más viejo que no le prestaba mucha atención porque estaba manoseando un artefacto que Elser Masgrís no tení­a la menor idea de lo fuera ni para qué servía. Cerca de ellos, uno más joven que el que hablaba sostenía en una de sus manos un animal pequeño, peludo e indefinible, el pobre animalito se retorcía y pataleaba queriendo escapar de su torturador, que con la otra mano le daba golpesitos en la cabeza con un martillo mientras reía como un débil mental. A su lado estaba uno más pequeño todavía, jugando con una guillotina en miniatura, ése por lo menos le cortaba uno a uno la cabeza a los soldados de un batallón entero de soldaditos de madera o de algún material similar. Y más allá de todos ellos había una alienígena parecida a una abominable bola de grasa, aislada de los otros por una pila descomunal de comida que consumía con gran gula, como si nunca hubiera comido en la vida, o después de estar mucho tiempo sin probar un bocado. Elser Masgrís constató que la pila estaba compuesta de todas las carnes y los fiambres y las verduras que él conocía en este mundo y de otros elementos comestibles que nunca había visto en su vida. 

Laian aún estaba dentro de la torre cuando el mago emergió del torbellino. 

   ¡Maestro, al fin llegó!, dijo, aliviado al ver llegar a su maestro sano y salvo. Estaba muy preocupado por usted, ¿desea que le prepare algo para comer? Debe estar con hambre, dijo el diligente aprendiz. 

   No, gracias Laian. Creo que si coloco algo en el estómago lo he de vomitar en el acto, respondió el mago, aún con la imagen de la alienígena glotona en su mente, mientras se sacudía el polvo que lo cubría de la cabeza a los pies. Durante cinco días el mago mantuvo a los soldados sitiados en el mismo lugar, bajo el torbellino infernal. Pensó que a esas alturas tendrían suficiente hambre como para querer volver a la nave que avanzar hacia la aldea. 

14- LA DECEPCIÓN 

Malditas Werk, poseído por la ira, iba de un extremo a otro de la nave balanceando la espada amenazadoramente. Todos en la nave se escondían a su paso, nadie quería terminar degollado como el infortunado soldado el día de la tormenta de polvo. Gruñí­a, como un oso hambriento, improperios contra el tiempo, contra la mala suerte y, principalmente, contra el inepto subcomandante Guanakeitor y el bando de inútiles de sus soldados, que en lugar de seguir habían retornado a la nave. 

   Estábamos con hambre, se quejó el subcomandante. 

   ¿Y la ética militar? ¿Y la abnegación?, gritaba Malditas Werk al oí­do del subcomandante Guanakeitor, que no osó decir ni más una palabra y se mantuvo sumiso y con la cabeza gacha, temiendo lo peor. Entre tanto, Malditas Werk, sudando horrores, seguía despotricando a los cuatro puntos cardinales. 

   Si se tratara de Malditania serí­a comprensible, la pobrecita sufre del mal de la gula, pero soldados barbudos como ustedes. Se supone que deberían estar preparados para este tipo de situación. De esta manera no vamos a dominar ni el bosque encantado del hada madrina. !Inútiles! Malditas Werk se detuvo al depararse con su imagen reflejada en el vidrio de la cabina de mando. Pensó que en ese momento debí­a estar portando una corona de oro y diamantes sobre su cabeza, no su raído casco de fieltro negro.  

   Ahora vaya a comer con el bando de inútiles si es eso que tanto quieren que después hablamos del nuevo plan de ataque, si es que hay uno, y báñese que parece un oso hormiguero después que se le derrumbó encima el termitero, ordenó Malditas. El subcomandante se apresuró a salir. 

   Sí, señor, respondió mientras cerraba la puerta, aliviado por sentir su cabeza en el lugar que siempre la había tenido. Malditas Werk escrutó el radar: la nave wirmiana estaba llegando a la atmósfera tedosiana.

   ¡Maldición!, hurró. La queja de Malditas Week sonó a derrota.

15- LA GRAN TORMENTA 

Desde la torre, Elser Masgrís invocó una vez más a las fuerzas de la naturaleza, estaba en la hora de hacer llover, pensó. Esta vez, a pedido del mago, en viento volvió a soplar trayendo nubes cargadas desde el mar que se aglomeraron sobre el valle, haciendo que el cielo oscureciera siniestramente; enseguida empezó a tronar y a relampaguear como anunciando el fin del mundo. La tormenta se abatió con furia sobre todas las cosas y sobre todos los seres. Los viejos y los nuevos planes de los alienígenas se verían postergados una vez más. Laian y el mago, desde un gran ventanal miraban aprensivos en la bola de cristal cómo el siniestro bulto oscuro de la nave en medio del valle reflejaban los rayos y las centellas que surcaban el cielo tenebroso en todas las direcciones. Elser Masgrís no creía que los otros aliení­genas fueran a atreverse a posar con semejante tormenta. Lo más probable era que lo hicieran muy lejos del valle, pensó el mago. 

   De las laderas de las montañas que rodeaban el valle la lluvia torrencial empezó a desprender grandes masas de tierra mezcladas con rocas, que el torrente de las aguas arrastraba valle abajo. Elser Masgrís supo que ahora sí había llegado el momento de usar las bolsitas explosivas. Laian ayudó a su maestro a cargar los morrales con las bolsitas hasta la torre y a colocárselos sobre los hombros. Una vez más Laian vio a su maestro zambullirse dentro del torbellino desatado alrededor del castillo y una vez más volvió a temer por su suerte. Elser Masgrís cruzó con la velocidad de un rayo a lo largo del valle y se detuvo donde las montañas que rodeaban el valle confluían, formando entre ambas laderas una especie de desembocadura. El mago se precipitó hacia un lado y empezó a bombardear con bolsitas explosivas la ladera rocosa, haciendo que desmoronaran tierra y rocas. Después de varias explosiones se dirigió al otro extremo y realizó la misma operación y así se mantuvo, yendo y viniendo de un extremo a otro, hasta que los escombros formaron un dique lo bastante alto y ancho como para impedir que el agua y el sedimento se escaparan, un inmenso corral que la lluvia torrencial no demoraría en transformar en un gran lago. O los alienígenas huían mientras había tiempo o perecerían de hambre atrapados en la nave bajo toneladas de piedra y barro, pensó el mago. 

Entretanto los habitantes de la aldea, temiendo morir ahogados, apenas vieron formarse la amenazante tormenta sobre sus cabezas, creyeron que ya estaba en el momento de buscar un lugar más seguro; así que huyeron a tiempo con lo poco que pudieron llevar hacia los bosques, justo antes que el mago empezara el bombardeo. 

Licencia Creative Commons
LAIAN Y LOS ALIENÍGENAS - parte 3 por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.


 

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