A eso de las dos de la tarde el cielo había empezado a oscurecerse y a ventear fuerte. Tormenta de nieve, pensaron unos y lo mismo dijeron otros. Ahora, entrada la noche, fuertes ráfagas azotaban las casas, como si quisieran arrancarlas de cuajo y hacerlas volar por los aires.
Adentro de una de ellas, el matrimonio Da Silva no le daba importancia al mal tiempo; mientras no cortaran el suministro de energía, estaba todo bien, pues no había nada en el mundo que les hiciera perder un solo capítulo de la telenovela "Piedra sobre piedra"; y para darse una idea de la atención experimentada durante la transmisión, digamos que el viento huracanado podía borrar del mapa el pueblo entero que ninguno de los dos se daría al trabajo de levantar un dedo siquiera; porque ni en las propagandas salían de la novela, sino que seguían aplastados en sus lugares comentando, como auténticos críticos del espectáculo, los pormenores de cada capítulo. Por eso cuando voló el tejado, a pesar de los baldazos de nieve que cayeron sobre sus cabezas, nada advirtieron; tampoco cuando las paredes laterales y la trasera se desplomaron delante de sus narices, seguramente porque el "muac" sonoro del beso entre la pareja principal resonó en sus mentes más fuerte que ningún otro ruido. De pronto los muebles, menos en los sillones sobre los cuales estaban como clavados, empezaron a temblar y a remontar vuelo. Entretanto, Clóvis, el marido, solo atinó a sujetar el televisor mientras la esposa, Jerusa, se reclinó hacia un costado para ver poder ver la escena completa, ya que el hombro del marido se interponía entre ella y el aparato. Enseguida, la chimenea se apagó y unos segundos después el viento la embolsó y, ladrillo tras ladrillo, desapareció en la nevasca, justo cuando casi terminaba la novela. Para todo esto la nieve acumulada en el piso ya les llegaba casi a las rodillas y formaba una joroba blanca en la espalda de ambos. Fue en ese momento que Clóvis endureció los músculos y, sin desviar la vista de la pantalla, comentó con la esposa:
Me parece a mí o ha refrescado de repente. La frase le salió acompañada de vapor. La mujer, pasándose las manos por los brazos para calentarse, y también con la vista pegada al televisor, concordó con su marido, con un apático y vaporoso "ajá".
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