La tormenta de nieve de más de una semana no cesaba, y lo peor de todo: la comida había acabado hacía tres días. El vecino más cercano a quien pedir ayuda vivía a medio día de camino, pero con ese temporal... ni pensarlo.
Ross se vio perdido.
El hambre lo atormentaba hasta cuando dormía; soñaba con manjares aunque ni allí, en lo onírico, conseguía darles alcance; si no estaban en platos ajenos, se despertaba justo cuando iba a dar el primer mordisco. Era una situación en verdad desesperante, el propio infierno en aquel mundo vestido de blanco.
En un dado momento, cuando ya empezaba a mirar con mirada de roedor para los libros sobre la estantería encima de la chimenea, escuchó un ruido del lado de afuera, más exactamente hacia la única ventana de la cabaña. Ross se arrastró con lastimosa dolencia y entre la nevasca vio el causante del ruido: un oso hurgando en el tacho de la basura. Las tripas de Ross rugieron con más fuerza y la urgencia del hambre lo empujó hacia la puerta, la cual, rifle engatillado en manos, abrió de inmediato.
Por un segundo hombre y bestia se miraron fijo a los ojos; a solo algunos pasos estaba lo que importaba para ambos: la comida.
Enseguida, los estallidos de dos disparos consecutivos irrumpieron en el aire, como truenos, y se disiparon haciendo eco en las profundidades del bosque circundante.
COMIDA III por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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