I- ALMA EN FUGA
Al desprenderse de su cuerpo mortal Franco Báldaren se sintió igual que un ave, aunque desprovisto de cuerpo, alas y plumas, pero al mirarse, sin embargo, se veía levemente semitransparente. Tuvo pena de los que lo lloraban alrededor del ataúd. Quiso consolarlos diciéndoles que estaba todo bien, que en verdad lo peor mismo no era morir sino seguir vivo y que se sentía muy confortable pudiendo levitar y volar.
Pero no tenía ni sabía cómo hacerlo.
Ni tendría oportunidad de descubrir una manera, porque, de pronto, por la puerta principal irrumpió un espectro, oscuro, y de alguna manera Franco supo de inmediato que venía por él. Amagó salir por la ventana que daba a la calle, pero en ese momento otro espectro, este otro blanco como la nieve, se interpuso en su camino, intentando agarrarlo, pero Franco fue más rápido y consiguió esquivarlo, huyendo por otra ventana rumbo al bosque, que comenzaba al final de la calle. Los dos espectros volaron tras él, al tiempo que luchaban encarnizadamente entre sí en pleno vuelo. Tanto mejor para Franco que se aprovechó de la distracción de la disputa para escabullirse debajo de un viejo puente destartalado, del cual salió por el otro extremo. No bien los vio pasar, a través de las rendijas entre las tablas, escapó raudamente hacia el centro de la ciudad. Los espectros, encarnizados como estaban en la lucha, tardíamente se dieron cuenta de la maniobra, y, sin descuidar la disputa en ningún momento, fueron tras él.
Franco les llevaba una buena ventaja, lo que le dio tiempo de encontrar una puerta abierta en una biblioteca. Los espectros, sin embargo, lo vieron entrar. Franco se detuvo encima de las cabezas de unas pocas personas que leían en silencio. Miró a través de los amplios ventanales en dirección a la calle; si no pensaba en algo con urgencia los espectros no tardarían en alcanzarlo. De modo que sin pensar en lo que hacía, se zambulló de cabeza en la página del libro que un joven estaba leyendo, tal cual lo hiciese en un espejo de agua cualquiera.
II- LA ZAMBULLIDA SUICIDA
El impacto contra la tierra lo dejó aturdido por varios segundos, pero enseguida, al tocarse las partes doloridas, se dio cuenta de su estado físico: era materia nuevamente, aunque se encontraba tan desnudo como había llegado al mundo. Paseó la mirada en rededor. Estaba en un bosque, frondoso y húmedo, alumbrado por una luz opaca que se escurría por entre las copas de los árboles. Se apresuró a esconderse detrás de uno y allí se quedó agazapado, espiando hacia el lugar en donde había caído. Tenía la intuición que los espectros lo seguirían hasta allí.
Y dicho y hecho, unos segundos después los espectros, apareciendo de la nada casi simultáneamente, cayeron con tanta fuerza contra el piso como lo hiciera él y, como él también, se parecían a cualquier ser humano y estaban desnudos. Titubearon unos segundos, como si pensaran en seguir la disputa, pero, al fin, desaparecieron en el bosque en direcciones opuestas.
Por el momento la suerte estaba de su lado.
Aprovechó la ventaja sobre los ellos y se alejó con cautela. Hubiera querido hacerlo a la carrera, pues sentía frío, pero el instinto de supervivencia se lo impidió; el suelo estaba cubierto de hojas secas y no debía llamar la atención. Por suerte estaba lo suficientemente claro como para poder encontrar una guarida donde abrigarse cuando cayera la noche. Por el momento, los espectros no le preocupaban demasiado ya que ellos, pensó, también debían de encontrarse en su misma situación.
Más adelante el bosque se tornó neblinoso y el aire, inconfundiblemente, olía a pólvora, como si hubiera ocurrido una batalla no hacía mucho tiempo de ello. De repente el suelo bajo sus pies desapareció y Franco cayó en un zanjón que corría recto hacia los lados hasta difuminarse en la nada del aire gris. Trepó hacia la superficie y continuó avanzando hasta que, unos metros más adelante, encontró cadáveres de soldados desparramados por todas partes, soldados americanos.
Entonces, se encontraba en medio de un conflicto bélico, pero ¿cuál?
No le fue fácil encontrar uno que no tuviera el uniforme muy agujereado, pero cuando se topó con uno, con media cabeza volada, lo despojó de las prendas. Luego, comprobando su documentación, Franco supo que había caído dentro de una novela de la segunda guerra mundial, en algún punto del conflicto.
"En tremendo lío me he metido", pensó.
No comprendía cómo podía ser posible tal cosa, pero lo que sí comprendía es que tenía otro problema por delante, además de los dos espectros que lo querían arrastrar cada uno para su bando: en caso de toparse con una patrulla de alemanes, el uniforme que vestía era del enemigo.
¡Qué grata sensación la de sentirse otra vez vivo!, padecer frío, sufrir dolor, etcétera. Razón por la cual debía andar con sumo cuidado; estaba dentro de una historia inventada en un libro, donde todo era tan real como la vida real, sin embargo, si se descuidaba ahí mismo acababa la aventura. Lo más sensato era no salir del bosque y evitar andar por los caminos, por lo menos hasta encontrar la forma de cambiar de ropas. El paso siguiente, dentro de lo posible, era descubrir en qué país estaba. Aunque en tiempos de guerra para los inocentes ningún lugar es lo que puede ser llamado de lugar seguro, pero si descubría que no estaba en la propia Alemania ya era un gran alivio.
Después de vestirse tomó una ametralladora, una pistola, municiones, algunas granadas, una cantimplora y se esfumó de allí.
Vagó erráticamente durante horas hasta que empezó a oscurecer y el frío se hizo más fuerte, y para colmo la barriga empezó a roncar como un volcán.
De pronto creyó avistar una luz entre la espesura y hacia ella se encaminó: se trataba de una cabaña.
III- EN EL BOSQUE
"¿Y ahora?", se preguntó Franco.
Por el momento no tenía otra opción que esperar a que oscureciera por completo, ya que la cabaña se encontraba en un claro y llegar hasta ella equivalía a mostrarse, lo que, justamente, debía evitar a cualquier costo.
A unos cincuenta metros había otra construcción, que dedujo tratarse de un cobertizo o granero, en ese caso abrigo contra el frío no le iba a faltar por esa noche, pero el hambre...
Sin otra cosa que mantenerse en silencio y estarse atento, lo mejor era aprovechar la parada para descansar. Al sentarse contra un árbol, algo en un bolsillo de la chaqueta le llamó la atención, metió la mano y sacó un paquete de cigarrillos y un encendedor. Nunca había fumado, pero había oído hablar que fumar quitaba el hambre. "Qué mejor momento para comprobarlo que ahora", pensó y encendió un cigarrillo.
IV- LA VENTANA
Dentro de la cabaña no se veía gran movimiento, pero por veces un hombre y una mujer se dejaban ver. En cierto momento, Franco creyó que ya podía acercarse hasta una de las ventanas para husmear más de cerca.
"Ojalá no aparezca ningún perro", se dijo.
Ambos eran de mediana edad y parecían estar solos; cenaban en silencio en una pequeña sala y sus ropas indicaban que podían ser de cualquier país. A un lado de la chimenea, un perro los miraba comer con ojos cansados. Recorrió la mirada hasta donde le fue posible las paredes, pero no encontró ningún indicio que acusara cualquier nacionalidad, y lo más importante: ningún retrato de Hitler, hecho que lo dejó un poco más tranquilo, ya que presumía que no hubiera hogar en toda Alemania nazi que, por fanatismo o por temor a represalias, no tuviera uno.
Lo de los cigarrillos que quitaban el hambre era cierto hasta cierto punto, porque Franco no comía desde el día anterior a su muerte; además, el pollo asado que degustaba la pareja parecía estar más delicioso de lo que él fuera capaz de aguantar de ver sin probarlo. Con lo que creía que aunque fumara un paquete entero de cigarrillos no se le quitaría el hambre. Con ello creyó que no tenía tiempo que perder viendo la degustación sin intervenir de hecho en el festín. Pero había un problema: no podía simplemente llamar a la puerta (¿entenderían español?) y esperar que sus dueños abrieran sin preguntar quién era; y si así lo hicieran, ¿qué contestarles?, si no sabía en qué idioma le hablarían, por lo tanto era más que probable que tampoco entendieran el suyo.
Además, estaba la posibilidad de que lo recibieran a punta de escopeta, al final, más allá de vivir en un bosque, con el peligro que ello conlleva debido a los animales salvajes, más que nada, estaban en medio de una guerra. Sopesado esos cuestionamientos, Franco creyó que lo mejor sería, en lugar de estar especulando debajo del frío mientras el pollo se esfumaba, echar mano de la sorpresa.
Pensó en arrojar todo el peso de su cuerpo contra la puerta, pero corría el riesgo de que estuviera atravesada por un tirante y lo único que ganaría sería alertar a los dueños y un tremendo dolor en el hombro.
Entonces pensó en un plan "B".
V- COMIDA
El estallido de los vidrio de la ventana hizo que la mujer diera un grito, se llevara las manos a la boca y por último, cayera en un llanto histérico, sin salir del lugar. El hombre, en cambio, se puso de pie de inmediato, largando el tenedor que tenía en una mano y la pata de gallina asada en la otra sobre la mesa, y antes que pudiera hacer cualquier otro movimiento, Franco lo apuntó con la ametralladora sin decir una palabra. Mientras tanto, el perro soltó un gemido y se escondió temblando entre las piernas del hombre, debía temerle a las armas de fuego, supuso Franco, pues los ojos del perro no se apartaban de la ametralladora.
Franco se había subido sobre un barril vacío apoyado debajo de la ventana, por lo que no le fue difícil pasar al interior sin dejar de apuntarles. Les hizo un gesto con la ametralladora, obligándolos a que se hicieran a un lado, y sin dejar de apuntarles arremetió como un salvaje contra lo que quedaba del pollo, tanto en la fuente como lo que había en los platos. El hombre y la mujer, parados como estatuas, se miraron de reojo con extrañeza.
Cinco minutos después, lo único que indicaba que en la mesa una vez hubo carne de pollo fueron los huesos pelados.
Con nuevos gestos, Franco los obligó a sentarse en un sofá frente a la chimenea, con lo que no pudieron ver cuando limpió el resto de ensalada, de papas asadas y lo que quedaba de un pan; por último se bebió toda el agua de una jarra. Satisfecho el vacío estomacal, Franco se acordó de mirar en la pared que no podía ver desde la ventana. Suspiró aliviado cuando vio que ningún retrato de Hitler vigilaba los pensamientos de esa gente.
Franco pensó y pensó, pero no tuvo otra forma de preguntar dónde se encontraba que en su idioma. El hombre, que tampoco sabía hablar otro idioma, respondió en el suyo alguna cosa que Franco no entendió, pero supo enseguida que era francés.
Poco después Franco abandonó la cabaña vestido a la paisana y con los documentos del hombre, aunque no se parecieran en nada. En un morral de cuero llevaba la pistola, las municiones y las granadas y en otro, pan, bizcochos y tres salames; también contaba con la cantimplora llena de agua y una frazada para envolverse cuando encontrara un lugar adecuado en el bosque donde pasar la noche.
El uniforme y la ametralladora los tiró al agua cuando pasó por un arroyo.
VI- SIN RUMBO
Después de errar por el bosque un par de horas, Franco se tiró a descansar. Tuvo un sueño liviano, pues esporádicas explosiones a la distancia lo despertaban a cada tanto hasta que en el silencio intermedio el sueño volvía.
Al amanecer siguió caminando sin saber hacia dónde se dirigía.
De momento creyó que necesitaba encontrar algún poblado donde alguien pudiera hablar su idioma y lo orientara para llegar a España, donde, además de ser neutral, hablaban el único idioma que conocía. Después vería qué inventaba para explicar su presencia allí, pero de algo estaba seguro: no contaría de qué época venía ni cómo había llegado allí, y mucho menos que estaba muerto y era algo así como un fantasma ni que toda la realidad en que vivían era pura ficción.
Unas horas después llegó a un camino de tierra y decidió seguirlo por la orilla, entre los matorrales. A media mañana sintió hambre y cansancio. Los bombardeos habían cesado y ahora se oían el canto de los pájaros y la brisa susurrando entre las hojas de los árboles.
Buen momento para echarse un bocado.
Por no entender francés no pudo descubrir en que año estaba exactamente, con lo que debía suponer que cada uno de los días era tan peligroso como cualquier otro, pero a pesar de todo esa nueva realidad que estaba viviendo era mejor que estar muerto en la realidad más allá de la ficción. Pero a pesar que nunca, ni en sus sueños más delirantes, había imaginado que después de la muerte sería posible una cosa así y, hasta tanto nada grave le sucediera, se sentía feliz. Esta segunda chance, aunque fuera dentro de una historia ficticia pero real, como si estuviera viviendo una otra vida en otra dimensión, lo hacía sentirse más vivo, incluso que cuando estaba vivo de verdad. Era una locura, ¿o quizás la muerte fuese eso mismo?, pero como nadie vuelve de ella para contarlo... quedaba la duda en el aire. De una cosa estaba cierto, no podía dejarse atrapar por nadie, ya fuesen los alemanes o los espectros que andaban tras sus talones. Si sus oscuras intenciones eran la de llevarlo al cielo o al infierno, tendrían que sudar bastante porque no pretendía acompañar a ninguno de los dos a ningún lugar. Ahora que conocía este otro lado de la vida, era mejor que buscaran otra alma con qué alimentar sus reinos. El trato con los hombres era diferente, otra cosa, mismo viviendo en una ficción. Aunque, si por acaso lo atrapaban los alemanes la cosa cambiaba. Pero en ese momento Franco no quiso más pensar en el asunto, al final cuando más buscaba encontrar una explicación menos lógica encontraba en todo ello.
Apenas empezó a masticar unos bizcochos, percibió movimiento no muy lejos de él: era el espectro blanco que, vistiendo uniforme de soldado americano y sin noción del peligro que corría, caminaba como si nada por el medio del camino. De inmediato Franco se puso en marcha, tratando de no hacer demasiado ruido, ya que el espectro venía a unos trescientos metros detrás. Por un momento pensó en dejarlo pasar adelante, pero creyó mejor llevar él la delantera. Si lo perdía de vista o si entraba en el bosque lo único que debía hacer era tenderle una emboscada, de lo contrario la ventaja sería del espectro.
VII- ENCUENTROS
Hizo bien al tomar dicha iniciativa, porque a unos cientos de metros adelante, en una curva, vio una patrulla de soldados alemanes viniendo en dirección contraria. Avanzaban a pie y en silencio y traían perros.
La oportunidad de deshacerse del espectro sin su intervención, sin duda, era esa.
Tal vez lo capturasen o lo matasen, pero en cualquiera de los dos casos le restaría apenas lidiar con un espectro solamente. Pensó alertar a los alemanes gritando desde los matorrales: "soldado americano", pero con seguridad después de liquidar al espectro vendrían tras él. La suerte estuvo una vez más de su lado cuando los perros empezaron a ladrar apenas vieron al espectro, que no tuvo tiempo de ocultarse y fue acribillado al instante.
Franco se embreñó bosque adentro y subió por una cuesta hacia la cima de una colina escarpada, más allá del bosque; no podía exponerse tanto ni contar con la suerte, que es finita y como el viento. Unos minutos después, ya en la cima de la colina, pudo ver que el otro espectro venía subiendo la cuesta tras él, pero aún desnudo, como no importándose con más nada que con cumplir su misión a cualquier precio. Ahora Franco no tenía una patrulla enemiga para que le echara una mano, el asunto tendría que ser resuelto por su cuenta, así que empuñó la pistola, se parapetó detrás de un tronco caído y esperó a tenerlo cerca para mandarlo al lugar de donde había venido.
VIII- EN EL MUNDO DE LOS VIVOS
Los disparos, lógicamente, alertaron a la patrulla alemana.
Franco partió a toda carrera, colina arriba, pero la patrulla ya lo había visto. Podía oír sus voces incomprensibles y los ladridos de los mastines.
Franco se escondió detrás de un árbol y, como lo hiciera con el espectro unos momentos antes, esperó, pero esta vez con granadas en las manos.
Eran tres soldados y a cada uno lo acompañaba un mastín, los seis, muy cerca los unos de los otros, formaban un grupo compacto.
"Tanto mejor", pensó Franco.
Cuando los tuvo a tiro les lanzó las dos granadas y tras la explosión, se echó a correr a toda velocidad, buscando un lugar seguro por donde despistar al resto de la patrulla. Pero resultó inútil, ya venían tras él.
Aunque les llevaba una buena ventaja, las balas enemigas pasaban a su lado zumbando como moscas. Metro tras metro, la colina se iba haciendo más escarpada, con lo que no quedaba ningún lugar donde esconderse.
No muy lejos divisó un pino, tan alto que la copa se perdía entre las nubes.
¿Nubes? No, no eran nubes, era una sola nube y que le pareció muy extraña porque el viento soplaba con fuerza y pese a ello la nube no salía del lugar. De la misma manera que, sin más ni más en la biblioteca se le diera por zambullirse dentro del libro, al llegar al pie del árbol tuvo la misma ocurrencia.
Tomó impulso y de un salto alcanzó un gajo y, como un gato desesperado, trepó y trepó mientras los disparos arrancaban astillas o se incrustaban en la madera. Pero para cuando los soldados llegaron al pie del árbol, Franco ya había desaparecido tras la nube. Aunque ya no podía ver ni a un palmo de su nariz, a puro instinto, siguió trepando y trepando en un subir interminable.
De repente el aire empezó a oler a pegamento y a tinta, como huelen los libros.
Franco apoyó una mano en algo que no tenía la textura ni la forma de árbol. La superficie de aquéllo era lisa y los bordes, rectos. Enseguida descubrió que aquella extraña estructura era de su altura y, además, que era una letra, más precisamente una "E".
Franco trepó en ella y cuando dio por él estaba en el borde del libro, ya no en las manos del joven sino en medio de otros libros en una estante.
No pudo precisar si era el mismo día que había entrado, pero era de día. Un hombre y dos mujeres se encontraban en el recinto leyendo en silencio. Franco se asomó a la calle a través de un ventanal entreabierto, personas pasaban por la vereda, yendo y viniendo distraídamente, como si la vida fuese únicamente lo que veían y sentían.
Cuando volvió a su antiguo hogar, ya su cuerpo no estaba más siendo velado y los muebles del living habían sido colocados en el lugar de siempre. Su esposa y sus hijos continuaban viviendo la vida como todo el mundo, ignorando esa otra verdad que solo a él había sido revelada.
ALMA REBELDE por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.
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