martes, 1 de septiembre de 2020

EL LOCO DEL CABILDO


El oficinista se sentó en un banco de la Plaza de Mayo y empezó a comer un sandwich de milanesa. El sol le daba de lleno, haciéndole soportable la brisa fría que se escurría desde el Río de la Plata por los oscuros corredores que formaban las calles entre los altos edificios. Al primer bocado una sombra se interpuso entre el sol y él; levantó la vista: era un joven, más o menos de su edad. El joven, como hipnotizado, miraba hacia el Cabildo. Al oficinista le pareció que lo conocía de vista, aunque no recordaba de dónde, pero buscando en su memoria al rato recordó que a menudo lo había visto en diferentes puntos de la plaza, siempre observando el Cabildo. Pero no le dio importancia, buscó otro banco al sol y terminado su almuerzo, fumó un cigarrillo y volvió a la oficina. 

   Pasados unos días volvió a verlo, observaba el Cabildo. Esta vez lo hacía sentado en uno de los bancos, unos cuantos más allá del suyo. Se prometió que a la primera oportunidad que tuviera le preguntaría qué observaba en realidad; quizás fuese algún estudiante de arquitectura. Esta oportunidad se le dio unas semanas más tarde; buscaba un banco libre cuando lo vio sentado en uno, de modo que fue a sentarse al lado. Después de conversar sobre cosas de todos los días, el clima, el gobierno, las palomas, etcétera, se animó a preguntarle sobre su peculiar costumbre de observar el cabildo. 

   Perdón, pero hay algo que vengo observando desde hace mucho y me tiene intrigado. Me podrías decir, si no te importa, ¿qué es lo que tanto miras en el Cabildo? El joven, sin dejar de mirar hacia en edificio, le dijo: 

   Vengo todos los días para ver, de primera mano, cuando el progreso de la ciudad obligue a las autoridades a terminar de derrumbarlo de una buena vez. 

   El oficinista frunció el ceño y se quedó pensando en su extraña respuesta. 

   Perdón otra vez, pero no le encuentro lógica en lo que me decís. Puede que eso no ocurra nunca, o que ocurra en un futuro en el cual ya ninguno de los dos estemos en este mundo, ¿no te parece? 

   El joven asintió sin decir nada, pero poco después dejó su observación. 

   Me temo que si nunca ocurra tendré que seguir esperando hasta que acabe el mundo, pero si ocurre, en ese futuro que mencionaste, solo yo estaré aquí para verlo, dijo, tan campante como si estuviera hablando de algo factible. 

   El oficinista se dijo que estaba hablando con un loco de remate, pero como aún faltaba media hora para regresar a la oficina decidió seguirle el trencito. 

   ¿Y hace mucho que estás esperando el derrumbe total? 

   El muchacho, que había vuelto a la obsesiva observación, le dijo: 

   Desde que terminamos de construirlo, allá por 1751. 

    El oficinista apretó fuertemente los labios para reprimir la risa que le causó la respuesta del chiflado, pero el joven, que al parecer no se había dado cuenta de nada, prosiguió: 

   Recuerdo que unos meses antes de terminarlo, el capataz me puso de ayudante de uno de los techistas, un brasilero llamado Herculano, un negro que no tenía nada del héroe griego, al que su nombre aludía, porque era bajito y flaco. Nos hicimos amigos enseguida. Y resulta que un día me contó algo que me interesó, aunque pensé que era en joda; me contó que tenía el poder de conceder cualquier deseo. Cuando escuché aquello yo sí que no conseguí reprimir la risa como vos hace un momento (el oficinista hizo una mueca que significaba "qué metida de pata", pero no supo cómo disculparse). Bien, Herculano me dijo que si yo bebía un trago de su "cachaça mágica" lo que pidiera se me haría realidad. Ahí di una risotada que se oyó en toda la obra, y le dije que si el aguardiente mágico era tan mágico como él afirmaba qué carajo estaba haciendo clavando clavos en lugar de estar viviendo como un rey, a lo que él me respondió que tener más dinero del necesario para vivir era malo, que su único pedido había sido salud y nunca había enfermado. Pero como yo no era de arrugar ante nada, le dije que si me ofrecía un trago tomaría con gusto, es claro que pensé que la bebida sabría a mil demonios. Pero al otro día apareció trayendo una botella de la tal bebida mágica: estaba casi llena, con lo que pensé que, o eran pocos lo que se creían el cuento o la botella estaba recién destapada. Bueno, pedí un deseo y tomé un trago, pero no le sentí ningún gusto raro, sabía a aguardiente común y corriente. Después él me preguntó cuál había sido mi deseo, que se lo podía contar que de cualquier manera se cumpliría igual, pero me aclaró que si se me había ido la mano con el deseo él, por ser el dueño de la bebida, podía modificar el pedido. Lógicamente que tampoco le creí eso, pero como tampoco le creía lo otro no vi ningún problema y le conté que pedí ser inmortal. El rostro de Herculano se oscureció y me dijo que eso era peor que pedir ser rey, porque uno no sabe lo que el futuro puede depararnos y mucho menos al que yo aspiraba, ya que se estiraba hasta el infinito. Así que le dije, total no le creía nada, que modificara a gusto, entonces él se puso a murmurar unas palabras en dialecto africano (otro día me dijo que era la lengua de sus ancestros, que habían sido traídos como esclavos por los portugueses para el Brasil desde Dahomey) y después de aquel rezo o conjuro, no sé, me dijo que ya estaba listo, que me quedaría en los veintiséis años que contaba por aquel entonces mientras el Cabildo se mantuviera en pie. Allá por los cuarenta y algo me di cuenta que el negro Herculano tenía razón. Entonces cumplí cincuenta, sesenta y nada, seguía igual, igual que ahora. Después, cuando en 1889 empezaron a derrumbarlo para la abertura de la Avenida de Mayo, creí sería en su totalidad y que ya podía seguir el curso natural de mi vida, pero no, fue una falsa alarma porque solo le arrancaron una parte nada más. Y en 1931, cuando en el gobierno de Uriburu empezaron a derrumbar el otro extremo para abrir la diagonal Julio A. Roca, volví a desilusionarme, porque creí que esta vez sí se me daba. Y, como podes ver, aún estoy aquí, cansado de vivir y todavía esperando que el progreso siga su curso de crecimiento constante y me libere de una vez por todas de este calvario. Vos, que seguramente un día te enamorarás y tendrás hijos, no te das una idea de lo terrible que es no poder amar ni tener un hijo para no tener que verlos envejecer y morir antes que uno. Me acuerdo que una vez escuché en la radio al negro Dolina, que decía que "cada mujer que pasa por uno es un amor que nunca se concretizará", no recuerdo exactamente si con esas palabras ni si la frase era suya o no. Bueno, para mí todas las mujeres son amores que me pasan de largo. Te cuento esto para que tengas una idea de como me siento. 

   Cuando el joven terminó el largo monólogo ya estaba casi en la hora del oficinista regresar al trabajo y mientras lo hacía pensaba que si fuese posible vivir por siempre, solo un loco podría pensar que mantenerse joven durante doscientos sesenta y nueve años fuese un calvario, porque bastaba con correr atrás de todas y no enamorarse de ninguna para que el calvario se transformara en fiesta. 

   Después de aquel encuentro, mientras siguió trabajando en la oficina, volvió a ver al loco muchísimas veces merodeando por la plaza, aunque nunca más habló con él. Un tiempo después consiguió un trabajo mejor en Tucumán y por allá se afincó, se casó y tuvo hijos y se olvidó del loco del Cabildo. Hasta que un día, treinta años después, de vacaciones con su esposa y el hijo más chico, en uno de esos paseos que hacían a diario por diferentes puntos de Buenos Aires, los llevó a la Plaza de Mayo. Después de sacarse fotos delante de la casa de gobierno fueron a conocer el Cabildo. En ese momento se acordó del loco y les empezó a contar sobre la única conversación que habían tenido. 

   El Cabildo estaba como entonces y el joven, los ojos fijos en el Cabildo, todavía esperaba su derrumbamiento total, pero el ex oficinista, aunque lo pasó por al lado, no llegó a verlo. 

Licencia Creative Commons
EL LOCO DEL CABILDO por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.


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