Cuando lo soltaron le pareció como que el mundo entero lo estaba esperando. Cientos de reporteros, el gobernador, el alcalde, concejales de varios partidos y curiosos de toda laya se habían congregado en la entrada del presidio.
La misma gente que hasta ayer esperaba su ejecución en la silla eléctrica, hoy festejaba que la justicia hubiera sido hecha. ¿Acaso no estarían festejando lo mismo si en ese preciso momento estuviera muerto?
Por más que trató de evitarlo, no pudo evitar ser arrastrado hacia el centro de convenciones donde otra muchedumbre y más personalidades lo esperaban; todos esperando ganar algo con su "suerte", como escuchara infinidad de veces desde que puso los pies en la calle. Esta noche estaría en todos los noticieros, mañana en todos las portadas de diarios y revistas y por un tiempo en los principales canales de televisión, por lo menos hasta que otra justicia fuera hecha.
Lo que nadie sabía es que su "suerte" se llamaba desgracia; se llamaba "recordar lo que quería olvidar"; se llamaba "convivir con lo peor que le pudo pasar en la vida". Y ahora ahí estaba él, rodeado de gente que sonreía y se sentía feliz por su "suerte" y siendo conducido al séptimo piso del centro de convenciones.
Pero si ellos, todo el mundo, querían oír lo que tenía para decir él les daría el gusto; les diría que eran una manga de hipócritas; que el mundo era una porquería; que vivir era sufrir. Lamentó que el padre, que quiso convencerlo a que encomendara su alma a Dios ayer por la mañana no estuviera presente, porque para él también estarían dirigidas sus palabras. ¿Qué importancia tenía ahora para él si la tragedia donde murió toda su familia fue una trampa del destino y no suya? ¿Qué cambiaba para él que otro fuera el culpable? ¡¿Qué diferencia hacía, caramba?! Él, ahora, lo diría, les diría que la diferencia está en que la muerte sirve para olvidar y ellos, la sociedad, el mundo, se lo habían impedido.
¡Y sería en ese momento!
Subió al palco, pidió un vaso de agua.
Esta es mi suerte, dijo y después derramó el agua en la mano que sostenía el micrófono.
El condenado por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.
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