El dueño de la calesita de la plaza se acercó a ver cómo andaban las cosas y de paso hacer una limpieza, que a esas alturas debía estar lleno de hojas secas y polvo por todos lados. Abría el candado cuando vio que la lona que cubría la calesita estaba agujereada en varios lugares; sintió un apretón en el corazón, ya imaginando lo peor. Y tal cual lo imaginara al asomarse a uno de los agujeros vio que los caños estaban pelados, sin ningún asiento; le habían robado los autitos, los avioncitos, los caballitos y los elefantitos. El pobre se agarró de la lona y se puso a llorar desconsoladamente. De pronto reparó en un papel blanco atado con hilo en uno de los caños. "Una burla de los ladrones, seguramente", pensó.
Hola, don Javier:
En primer lugar le pedimos perdón por la manera en que hemos desaparecido, pero usted sabrá comprender... la pandemia vio. Pero no se preocupe que estamos bien. Cuando todo el flagelo pase podrá encontrarnos en las sierras de Tandil, en caso de que hayamos llegado hasta allá, sino Dios sabrá dónde.
Con afecto, los asientos.
P.S. Perdón por lo de la lona pero necesitábamos hacernos tapabocas.
LOS ASIENTOS DE LA CALESITA por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.
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