lunes, 21 de septiembre de 2020

LA NOVIA OBVIA


Anoche tuvimos el agrado de recibir la visita de mi hermano menor, Tito, y su nueva novia. Dicho sea de paso, mostrar su nueva conquista es el único motivo de sus visitas a este hogar, y, créanme, son muy frecuentes. Mi abuela, que Dios la tenga y la guarde, ciertamente aludiría al recambio diario de interiores al evocar los amorí­os de su querido nieto, que vive fingiendo aún estar buscando el gran amor de su vida y la familia fingiendo que lo cree. Lila, así se llama la novia de turno, tiene veintitrés años, cara de dieciséis y cerebro de doce. La "novia obvia", le pusimos con Mabel, apenas se marcharon, porque con un único "obvio" como respuesta respondía ambiguamente tanto que sí como que no a todo, pasando por entendida sobre cualquier asunto y, como los gatos, cayendo siempre de pie. Apenas entraron y la saludamos nos respondió con dos desconcertantes "obvios". La primera impresión que nos causó fue que era una engreída, pero al rato nos dimos cuenta que era falta de cerebro nomás. Ahí va un trecho de la velada: 

   ¿Ya viste la propaganda del celular fluorescente?, le preguntó Mabel, cuando vio la propaganda en la tele.

   Obvio, ronroneó Lila. 

   Yo me muero por uno, pero es tan caro y hay tantas cosas para pagar, dijo Mabel, aprovechando la oportunidad para quejarse de algo. 

   Obvio, volvió a responder estúpidamente Lila. 

   Pero vos que no tenés aún estos aprietos económicos, ¿no te vas a comprar uno?, siguió Mabel, esta vez tirándome palazo. Pero vamos a decir la verdad, el nuevo juguetito tecnológico fluorescente no es para cualquiera medianamente normal, tenga o no aprietos económicos. Y entonces: 

   Obvio, dijo Lila, de nuevo entre sí y no; lo que nos dejó con las dudas. Y bien, sí con "obvios" largados por aquí y por allá, Lila zafaba tanto de temas que desconocía como de espectaculares metidas de pata. Al comienzo conversar con ella no fue nada sencillo, apelamos con la mirada a Tito en varias ocasiones en busca de ciertos esclarecimientos que, tan en Babia como nosotros, no supo que decir; pero cuando le agarramos la onda hasta que fue divertido y acabamos tomándola para la chacota nomás y ella cayó como un pato todo el tiempo. Al principio, a Tito no le cayó muy en gracia la tomada de pelo, pero en seguida se despatarraba de la risa en el sofá como si estuviera asistiendo a "Los videos más tontos del mundo". Lila, condenada a responder "obvio" para afirmaciones y negaciones, como si fuera esa la única palabra de su vocabulario vagando en solitario por su mente vacía, seguía conversando animadamente, sin darse cuenta que estaba siendo objeto de burla. ¿O no? ¿Cómo saber con exactitud en qué pensaba?, o peor aún, ¿cómo saber si piensa alguien que a todo responde estúpidamente a todo con una sola palabra? 

   Sabes, Lila (a esa hora todas las preguntas, puras invenciones ficcionales, eran dirigidas a ella) mañana arriba el presidente norteamericano, viene a comprar el paí­s, me atreví, en una de esas. Ella, inmutable y sonriente, como la versión femenina y light de un dalai lama bondadoso posando para la portada de la revista "Life", respondió azna y zenmente: 

   Obvio. ¡Pero claro, qué pregunta la mía! ¡Qué obviedad más imperdonable! Todos los jajajaes son en tu honor, obvia y transitoria cuñada, y siempre lo serán; obviamente, siempre que recordemos joyitas como ésta: 

   ¿Y qué me dices del rumor que se oye por ahí, que para aprovechar mejor los espacios y no perder dinero en las exportaciones hay que enderezar las bananas?, lo que supone, de paso, en millones de puestos de trabajo, para quien guste de estar manoseando y enderezando bananas todo el dí­a, claro, se atrevió Mabel. La sonriente zenbudista pseudotibetana, la vista perdida en la vastedad de hielo y granito de un Himalaya imaginario, dejó salir de su iluminado interior la única palabra que componía su mantra sagrado, entre vapores purificadores de sándalo y palo santo: 

   Obvio. Ahí estaba de nuevo Lila, la "chica obvio" en acción, que también, como el presidente americano (aunque era mentira mía, pero es bien probable que lo piense), pensaba que era obvio comprar un paí­s y, como un capitalista recalcitrante, también concordaba que enderezar bananas para aprovechar mejor los espacios era una buena oportunidad de ganar más. Y a la hora de las despedidas entonces, qué decir, vean: 

   Chau, Tito, lo saludé a mi hermano. 

   Hasta pronto, che. 

   Chau Lila. 

   Obvio, me respondió santa obviedad, desde lo alto de la catedral de las letras. 

   Chau cuñadito, nos vemos, saludó Mabel. 

   Gracias por la cena, Mabel. 

   Chau Lila, fue un gusto. 

   Obvio, respondió la proamericana chica zen pseudobudista, el último calzón usado de Tito, como diría mi abuela. 

Licencia Creative Commons
LA NOVIA OBVIA por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.

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