domingo, 18 de octubre de 2020

EL NIÑO/ROLANDO

 A cada rato la señora, ansiosa, miraba insistentemente la hora; la urgía tomar el avión y llegar de una vez por todas al sosiego de su departamento. A su lado reposaban dos grandes valijas, de las cuales en una llevaba los regalos para su gran descendencia, dos hijos, dos nueras y cinco nietos, todos varones. En una de las tantas cabeceadas más allá de los cristales de la sala VIP, vio cerca de la zona de checking un matrimonio con su pequeño hijito, sentado al lado de la madre. De pronto sintió una pequeña conmoción en el pecho; el rostro del niño le recordó el de su tercer hijo, ya lejano y perdido para siempre hacía más de veinte años atrás cuando una gripe mal curada se lo arrebató de las manos. Inmediatamente abandonó la sala con las dos valijas rodando a su lado y fue a sentarse lo más cercana al niño que pudo, ya que no había muchos asientos vacíos disponibles. Y sí, viéndolo más de cerca el parecido era abrumador, y cuanto más lo miraba más ganas tenía de acercarse y abrazarlo como lo había hecho tantas veces con su añorado hijito.    

   Rolando, hijito mío, murmuraba, tan inaudible que solo ella podía oírse. 

   Con la visión del hijo perdido en la figura de ese pequeño, se olvidó de la hora; su pensamiento ahora transcurría parado en el ayer, pero de vez en cuando las miradas de los padres del niño hacia ella la traían de vuelta al presente. Cuando esto ocurría ella desviaba la cabeza y fingía mirar para otro lugar, hasta que por el rabillo del ojo percibía que ya no la miraban, entonces volvía a mirar al niño, o mejor dicho a Rolando. Una voz de mujer anunció por los altavoces la partida del próximo vuelo, y casualmente el hombre que estaba sentado al lado del niño se levantó, encaminándose rápidamente a la puerta indicada por la voz anónima. La señora, las valijas a la rastra, se apresuró a sentarse al lado del niño/Rolando, justo cuando el niño se quejaba de lo aburrido que estaba. 

   La señora se apresuró a abrir la valija con los regalos, dispuesta a sacrificar uno de los juguetes destinados a sus nietos. Revolvía con manos ansiosas porque no quería desperdiciar esa oportunidad de aproximación. "Listo", pensó, cuando encontró el avión destinado a su nieto Javier, pero cuando se dio vuelta el desconcierto la hizo estremecerse: el niño sostenía en una de sus manos otro avión. 

   Ahora, tranquilito, le dijo la madre. La señora volvió a guardar el juguete, mientras por dentro se amonestaba por haberse demorado en su búsqueda fortuita. A los pocos minutos el niño volvió a quejarse, ya no quería más el avión. La señora pensó que esta vez la oportunidad de congraciarse con el niño no se le escaparía. Así que volvió a abrir el cierre de la valija y hundió sus manos apresuradas y, tanteando a ciegas, palpó el dinosaurio de goma para su nieto Emanuel, pero el destino, caprichoso y cruel, le jugó en contra una vez más, porque al darse vuelta el niño ya jugaba con uno parecido. Guardó el dinosaurio masticando rabia y cerró la valija de un tirón, luego sacó un pañuelo de mano de la cartera y se secó el sudor que arrastraba lentamente el espeso maquillaje del rostro cuello abajo. En minutos, el niño empezó de nuevo con las quejas y esta vez la señora se apresuró con más diligencia que las veces anteriores, pero justo cuando extraía el robot destinado al nieto Gustavito, escuchó a sus espaldas una voz metálica que repetía con insistencia: "Muerte a los humanos, muerte a los humanos". Se dio vuelta rápidamente y vio que la frase repetida salía del robot que el niño sostenía en las manos. Esta vez, después de guardar el robot, la señora se roció el cuello con colonia refrescante y suspiró profundamente, un poco porque sentía falta de aire y otro poco por el fastidio que le causó esa nueva decepción. 

   Y como las otras veces, el niño volvió a cansarse de ese juguete y a quejarse de que estaba aburrido; y también como las otras veces ella volvió a abrir la valija y a hundir las manos entre el revoltijo hecho con tantas búsquedas, sacadas y vueltas a guardar de juguetes, hasta que sus dedos rozaron la suavidad del oso panda destinado al nieto Pedrito. Le clavó los dedos huesudos con fuerza, cual garras de felino hambriento, pero desgraciadamente, tal cual antes, al darse vuelta comprobó que los padres ya le habían dado al hijo... ¡un oso panda! Decepcionada una vez más, la señora guardó el juguete, cerró la valija, volvió a sacar el pañuelo de la cartera y se secó unas lágrimas que que le dibujaban dos líneas negras en las mejillas. Ya bastante irritada, se olvidó del entrañable Rolandito y se puso de pie, se desarrugó la ropa con cierta violencia y ya se disponía a volver a la sala VIP cuando volvió a oír al niño quejarse, entonces decidió apostar la última ficha que le quedaba, la ametralladora del nieto Felipito. Esta vez la señora fue más diligente que las otras veces y con una increíble rapidez abrió la valija y sus manos fueron directamente a la ametralladora, y al darse vuelta, y para su felicidad, vio que al niño todavía no le habían dado ningún juguete para su distracción, ambos padres todavía estaban revolviendo valijas y bolsones. 

   Toma, es para ti, te la regalo, le dijo con la dulzura de una tierna abuelita, pero el niño, mirando a los padres que habían suspendido la búsqueda y ahora observaban para ambos, dijo gritando: 

   ¡Esa nooo!, ¡quiero aquélla! La mano derecha del niño señalaba una tienda de juguetes, a unos diez metros de ellos, donde en la vidriera se exponía a la venta una ametralladora... exactamente igual a la que sostenía en sus manos la desafortunada señora. 


Licencia Creative Commons
EL NIÑO/ROLANDO por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.

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