Tres veces mi tío Pepe me levantó la mano, la verdad ambos brazos. Eso pasó en el horno de ladrillos donde yo trabajaba haciendo de todo un poco. La primera vez fue un día que me mandó a buscar las vacas a un callejón con el menor de los tractores, que no tenía cabina ni frenos.
Recuerda que el tractor chico no tiene frenos, me advirtió, a pesar de saber que yo ya lo sabía. El recordatorio se debía a que para volver había que maniobrar de un lado a otro de la calle hasta dejarlo de frente y como las cunetas eran profundas tenía que frenar con el cambio. Y allá fui yo atrás de las vacas, y no bien empecé a maniobrar, en una reculada, el tractorcito se me fue y acabé tumbándolo, quedando yo por debajo, contra la pared del terreno. Por suerte la cuneta estaba seca. Cuando salí miré hacia el horno y allá estaba el tío Pepe, agitando los brazos encima de una hornalla.
La segunda vez fue cuando de nuevo fui a buscar a las vacas, esta vez fue en la calle que pasaba delante del horno y con el tractor grande, que tenía frenos y cabina, pero sin el parabrisas.
Cuidado con las toscas y vení despacio, me advirtió mi tío. Hacía poco que había pasado la máquina niveladora y la calle estaba atestada de piedras de tosca. Y ya venía de vuelta pisándoles los talones a las vacas, detrás de mí quedaba flotando la polvareda nomás porque venía a mil por hora. Y como iba tan pegado a las vacas no vi una tosca, que debió ser grande porque el tractor corcoveó y se me fue derecho a la cuneta y no seguí de largo porque la barranca del terreno trancó el tractor, pero yo salí disparado de la cabina, volando sobre el alambrado y lendo a caer entre los cardos que infestaban el campo. Cuando me levanté, con cien mil espinas por todo el cuerpo, miré hacia el horno y allá estaba el tío Pepe, arriba de una hornalla, agitando los brazos.
Y la tercera vez fue cuando me mandó a comprar pan y salamín para tomar el mate de la media tarde. El boliche quedaba más o menos a un kilómetro del horno, del otro lado de la ruta 51, cerca de la chanchería.
Anda en el camión viejo y cuidado con la palanca de cambio que se sale y para embocarla de nuevo cuesta un montón, me advirtió, una vez más. Y allá fui yo, levantando polvareda con el viejo Mercedes en una carrera imaginaria. Pero ni bien llegué a la ruta y quise hacer el cambio la palanca se me salió y el Mercedito quedó casi quieto en el medio de la ruta, si se movía era muy poco porque yo no sentía. Inmediatamente miré a la derecha y nada, pero cuando miré a la izquierda... cerquita venía un camión en alta velocidad, dele que dele haciendo sonar la bocina. Para todo esto yo todavía sostenía la palanca suspendida sobre el hueco, entonces la dejé caer y que fuera lo que Dios quisiera, pero milagrosamente encajó sin problemas. Rapidito metí el cambio y aceleré, algunos segundos después pasó el camión, bocinando mientras el camionero, puteándome como un loco, se acordaba de mi madre. Finalmente me detuve al lado del boliche y cuando bajé, por curiosidad nomás, miré hacia el horno, y allá estaba el tío Pepe, subido a una hornalla y agitando los brazos otra vez.
El Tío Pepe por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.
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