Era domingo de cuadreras en el pueblo y don Esteban El sabio, tempranito se había arrimado al callejón donde se efectuarían las carreras. Estaba parado junto al hilo de alambre que delimitaba la raya por donde correrían los caballos, cerca de las mangas de largada, como para no perder pisada. Entre los caballos que competían en la primera carrera se encontraba uno, blanco como la nieve y de porte majestuoso, pero por el cual nadie apostaría nada porque tampoco se sabía mucho de él; su dueño, Perseo Bermúdez, apenas lo presentó como un caballo como nunca se vio en el pago. Y vaya que lo era, porque en minutos nada más el gauchaje reunido allí presenciaría el mágico renacimiento de Pegaso, el caballo alado.
No bien se abrieron las compuertas de las mangas, el caballo blanco dio cuatro pasos y estancó los bazos en la tierra; dejó que sus contrincantes le sacaran varios metros de ventaja y entonces, para el espanto general, desplegó dos espléndidas alas de los costillares y empinó las patas delanteras, y en seguida salió volando como un rayo, moviendo las patas como si en realidad estuviera corriendo por el aire. Pero antes de la mitad del recorrido, pasó sobre las cabezas de los otros caballos cual pampero enfurecido, arrancando el cartel indicativo de la llegada, que al jinete, el mismo Perseo Bermúdez, se le ciñó al cuerpo como un poncho letreado. Así, caballo y jinete, siguieron su vuelo hasta que se los tragó el horizonte. El gauchaje, sombrero en manos, la quijada babeando, se rascaba el marote no entendiendo nada mientras se hacía preguntas inexplicables para su pobre entendimiento sobre los asuntos sobrenaturales, que morían a centímetros de las narices sin revelarle una uñita de asunto para suposición siquiera.
Un gaucho advirtió la presencia de don Esteban que, abstraído en sus pensamientos y ajeno a la conmoción a su alrededor, tenía la vista adherida al horizonte.
Acá está el que me ha de aclarar las cosas, dijo el gaucho, y a los codazos se abrió paso entre el gauchaje atónito que se interponía entre ambos, deseoso de que el gaucho sabio le dilucidara aquel enigma alado que le carcomía los sesos.
¿Podría explicarme lo ocurrido, don Esteban?, preguntó y don Esteban, apartando la vista del horizonte de un sacudón, le contestó:
Y cómo no, amigazo, se trata nada más y nada menos que de la encarnación ecuestre de Pegaso, el caballo alado del mito griego, que en una suerte del eterno retorno ha querido volver a la vida por estos pagos, y hasta me arriesgo a afirmar que fue obra del propio Mandinga, pues no creo que el patrón de arriba sea tan creativo, contestó don Esteban, apuntando un dedo hacia arriba. El gaucho miró al cielo y se santiguó dos veces. Entretanto, don Esteban apenas sonreía de la temerosa reacción del gaucho supersticioso.
Pero ¿y pa´ dónde será que se jueron esos dos?, volvió a preguntar el gaucho.
Para mí, tengo que han agarrado el rumbo del Olimpo, allá por los pagos de Grecia, dijo don Esteban. El gaucho estiró el cogote como para ver el lugar citado.
Ni pierda tiempo, mi amigo, queda del otro lado del océano, le aclaró don Esteban, como adivinándole la intención.
¿Y del Perseo, don Esteban, qué va a ser de él?, quiso saber el gaucho.
¿Perseo Bermúdez?, ah..., si tiene suerte y no lo pica un mosquito ni se cae del recado mientras cruza el océano, llegará sano y salvo al pago helénico; y quizás no le volvamos a ver el pelo jamás de los jamáses, dijo don Esteban y se calló. El gaucho preguntón creyó mejor dejarlo solo con sus pensares; y no bien se retiró, don Esteban desvió la vista y la clavó sobre las marcas de los cascos en la pista, quizás sumido en algún pensamiento metafísico, aunque lo más probable es que estuviera lamentándose por no haberle apostado siquiera unos pocos pesos al caballo alado como para salvar el día.
DON ESTEBAN Y EL CABALLO ALADO por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.
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