martes, 17 de noviembre de 2020

LES MATILDES

 

Había una vez una niña inocente y soñadora llamada Matilda, que vivía en un orfanato. Todas las noches Matilda se arrodillaba al pie de la cama y rezaba, pidiéndole al Papá del cielo un hogar. 

   También por esa época había una jovencita despampanante y cazafortunas llamada Matilde, que vivía pidiéndole a Dios un viejo millonario que la sacara de la miseria permanente. Y, por coincidencia, también había un viejo millonario y verde llamado Matildo, pero este señor nada le pedía a Dios porque de todo tenía, y de sobra. 

   Así como esas cosas raras de la vida, que algunos llaman milagro y otros destino,  mientras Matilda rezaba, fuera del orfanato, Matilde y Matildo coincidían en un teatro, que él frecuentaba porque le gustaba la cultura y ella porque era uno de sus cotos de caza. Pero a pesar de Matildo tener más corridas que plaza de toros sucumbió a las pornográficas argucias de Matilde, al final la carne es débil, ¿no?, y ambos se casaron. A ahora bien, resulta que Matilde, muchacha precavida, no pensaba solamente en el hoy inmediato sino en el futuro, "su" futuro, claro; por eso quería porque quería tener un hijo de Matildo, algo imposible por los medios naturales porque el hombre, también precavido, se había realizado una vasectomía. Claro que bastaba una simple operación para restituírle la facultad de reproducir, pero el viejo alegaba que ya estaba muy viejo para enfrentarse a un bisturí. De manera que a Matilde no le quedó otra que apelar a sus lujuriosos encantos para convencer al marido de formar una familia "tipo", aunque para ello tuviesen que recurrir a un orfanato. 

   Y fue así que una soleada mañana de primavera (cosa del destino dirán algunos; no, de ninguna manera, eso se llama milagro opinaran otros), Matilde y Matildo aparecieron por el orfanato donde Matilde amargaba sus días. Y, claro, entre tantos niños y niñas, unos ,ás encantadores que otros, la coincidencia de los nombres abogó a favor de la concreción del sueño de Matilda de tener un hogar, del de Matilde de asegurarse el futuro y del de Matildo de hacer feliz a su joven esposa, aunque eso le significase pasar más como abuelo que como padre. Pero muchas veces así son las cosas y así ocurrieron. Lógicamente, la adopción estuvo lista y certificada en menos de lo que canta un gallo, al final dinero es poder. 

   Desde entonces, a Matilda se le dio por prenderle una vela a Dios, en agradecimiento por haberle dado un hogar. Y Matildo por su parte, a pesar de nunca haberle pedido nada a Dios, la niña era mismo un regalo del cielo, así que pensaba que el Creador merecía aunque sea una vela de vez en cuando. Pero también Matilde se acordaba del Señor, pero no se engañe nadie pensando que sus velas tuviesen un sentido de agradecimiento pues no era así, sino que ella seguía pidiéndole algo más a Dios: nada más y nada menos que la librase lo más pronto posible del estorbo de su viejo y baboso marido. 

    Y sucedió que Dios, seguramente conmovido por los homenajes en su honor y los pedidos tan sinceros, decidió meter una vez más su dedo divino, dejando a los tres conformes. Fue así que una mañana el cuerpo de Matilde amaneció duro como una piedra. Ya Matildo vivió muchos años más, con lo que tuvo tiempo de ver crecer a su hija y a la tierna e inocente Matilda el Señor le concedió una vida larga y feliz. 

   Y colorín colorado el cuento ha terminado. 

                                                                          

Licencia Creative Commons
LES MATILDES por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.

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