Don Esteban El sabio degustaba una copa de vino en la vereda del bar "Amanecer argentino", sentado en su mesa preferida. El reloj marcaba casi las seis de la tarde. Dentro de un rato el lugar empezaría a llenarse con los peones de don Pepe, volviendo del horno de ladrillos como siempre, y se quedarían por allí mismo un par de horas antes de seguir para sus casas, al final, lo primero estaba en primer lugar. También llegarían los albañiles, los ayudantes y, al trotecito manso, los peones de las estancias. Después de las seis ya nadie pasaba por la vereda, las personas debían pasarse a la vereda de enfrente o corrían el riesgo de ser atropelladas cuando, para eludir el atascamiento de clientes, bicicletas y caballos, se vieran obligadas a transitar por la calle. Pero esa tarde, antes que llegaran los clientes de costumbre, don Esteban vio aportar por allí a dos viajantes venidos de la capital. Cada uno cargaba un bolsón lleno de timbres recién llegados de China, "lo último de lo último", dijeron casi al mismo tiempo cuando sacaron de sus bolsones los timbres para que el dueño del bar los viera. Por el interés con detallaban las cualidades sonoras y lumínicas, don Esteban pensó que no habían vendido mucho o era fuerza de la costumbre. Don Esteban observó,curioso, a través de la vidriera las maravillas chinas, pero no se sorprendió con lo que vio. Eso sí, eran vistosos los timbres, pero apenas eran dos pedazos de plástico que hacían ruido y emitían luces. Éso mismo le dijo a un conocido que se le sentó en la mesa al lado cuando éste le preguntó qué le parecían esas cosas chinas. En eso estaban, cuando los peones de don Pepe saltaron de la caja del viejo Mercedes que acababa de llegar. Al rato, alrededor de don Esteban se había formado una rueda, y hasta los dos viajantes se habían arrimado para escucharlo contar el surgimiento del timbre.
El primer timbre surgió en los albores de la humanidad, empezó a decir el gaucho viejo, más precisamente en la prehistoria, y fue un perro (todos se miraron entre sí, arremolinando los ojos o haciendo muecas). Resulta que había un cavernícola más enamoradizo que conejo, que por esa misma cuestión salía poco de la caverna, apenas para cazar, juntar leña y hacer las necesidades. Y parece que a la cavernícola con la cual estaba acollarau también le gustaba en demasía el hueso porque tampoco se la veía mucho afuera de la caverna. Pero resulta que otro cavernícola, que vivía en una caverna vecina, y que tal vez por celos o por envidia o ambas cosas, a cada rato se le metía en la caverna, ya sea para pedirle el mazo prestado o para preguntarle si en la esquina estaba lloviendo. El cavernícola calentón, bastante fastidiado con las interrupciones del otro, se puso a pensar en una manera de inhibir sus sorpresivas entradas. Un día salió a cazar y en un par de horas apareció con un oso grizzly cargado en el lomo. Después de cuerearlo colgó la piel en la entrada. Pero al rato, en lo mejor que estaba en lo oscurito con la cavernícola, la caverna se iluminó de repente. Al darse vuelta vio la cabeza del vecino asomando entre la piel del oso; el maldito quería un pedernal prestado para encender la hoguera. "Será posible", habrá pensado quizás el cavernícola calentón. Pasaron unos cuantos días pensando en una manera de impedirle la entrada al otro metido, pero la verdad en esos primeros tiempos de la humanidad no había mucha cosa adentro de los sesos como para que encontrara la solución enseguida. Pero de tanto machacar encima de la cuestión, una mañana, mientras corría detrás de unos ciervos, al arrojarse sobre el que iba por último lo cazó por la cola; el bicho al sentir el tirón emitió un tremendo balido y en seguida, con una patada en la barriga del cazador, consiguió zafar y se perdió en la espesura de la mata virgen. Pero el cavernícola, a pesar del dolor terrible en el estómago y de haber perdido la cena de esa noche, volvió a la caverna contento y feliz y ya veremos por qué. En ese momento don Esteban se echó un trago porque las palabras le habían secado el garguero. A la mañana siguiente, continuó el gaucho viejo, cuando el vecino curioso, como siempre, se acercó a la caverna del cavernícola enamorado se deparó con un perro colgando de las patas delanteras de un palo enterrado al lado de la entrada. En ese momento salió el enamoradizo, seguro que lo estaba espiando detrás de la piel de oso, empujó al otro hacia un lado y se puso en su lugar, entonces tironeó con fuerza de la cola del perro y el bicho emitió un aullido de dolor; un momento después, para terminar la demostración, su mujer corrió la piel y le hizo un gesto con las manos que significaba más o menos: "¿qué quiere, usted?". Y bueno, fue así cómo se inventó el timbre. Es por eso que los perros de hoy en día tienen la cola larga, terminó de decir don Esteban. Uno de los viajantes entonces le preguntó al viejo:
¿Y me puede explicar por qué hay perros que tienen la cola corta entonces?. Don Esteban lo relojeó de arriba abajo, pensó unos segundos y respondió:
Porque ésos no descienden de los primeros perros timbres.
DON ESTEBAN Y EL ORIGEN DEL TIMBRE por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.
No hay comentarios:
Publicar un comentario