sábado, 28 de noviembre de 2020

DON ESTEBAN Y LAS TRES VERDADES

 Sentado en la plaza, don Esteban el sabio miraba a los chicos que salían del turno de la mañana del colegio mientras recordaba días pasados cuando él era uno de esos niños. De pronto dos chicos que le conocían la fama de bolacero se acercaron, lo saludaron y le preguntaron si no tenía un chiste para contarles. 

   Y capaz que tengo alguno, les dijo, déjenme pensar un momento, y se puso a buscar en la memoria algún cuento. 

   Listo, ya tengo uno que trata sobre tres verdades, dijo, ahí va. Hubo una vez un paisano más porfiado que gallina con lombriz. Este ejemplar bípedo torcido vivía en un ranchito en medio de un monte. Y pasó que un día el monte se incendiaba. El aire empezó a oler a leña quemada y a cubrirse de humo, como si las nubes hubieran bajado hasta la superficie de la tierra. Los bichos pedestres pasaban por el patio del porfiado a toda carrera y los pájaros y las cotorras, alborotados, volaron hacia cielos menos densos; todos huyendo como si los persiguiera el propio Mandinga en persona. Mientras tanto el porfiado, que veía todo apoyado en una ventanita, se reía y decía para sus adentros: "Bicharracos locos", haciendo caso omiso a los signos de la naturaleza. Pero finalmente y debido al aire intoxicante no tuvo más remedio que claudicar de su contemplación y encerrarse en el rancho para que no le entrara la humareda. Al rato escuchó que alguien lo llamaba y fue hasta el portoncito para ver quién lo llamaba. Era el guardabosques, que venía a pedirle que abandonara el rancho porque el fuego estaba cerca y venía empujado por el viento en esa dirección y calcinando todo a su paso, pasto, árboles, bichos, todito. Pero el porfiado dijo que por nada de este mundo abandonaría la propiedad, que Dios existía y que lo ayudaría en la hora cierta, porque desde chico sus padres le habían dicho que la cosa era así. 

   Esa es la verdad, amigo, dijo el porfiado al fin.  

   Pero don, si se queda va a morir carbonizado y esto también es una verdad, le advirtió el guardabosques. 

   Se le agradece la molestia, pero Dios hará que el viento sople en otra dirección, le dijo el porfiado. 

   Pero Dios no puede soplar, amigo, el viento sopla solo, le dijo el guardabosques. 

   Puede sí, pero si no puede soplar es porque estará ocupado haciendo que llueva, respondió el porfiado. 

   El guardabosques miró hacia lo poco de cielo que se podía ver, pero fuera el humo, ni una nube para agarrarse esperanzado había. 

   Pero mire el cielo, por más que Dios quiera hacer llover sin ninguna nube para exprimir no podrá hacerlo, por más Dios que sea, insistió el guardabosques, mostrándole las alturas con una mano. 

   Y yo le digo que sí, que cuando el fuego esté cerca o el viento cambiará de dirección o empezará a llover, una de las dos. Usted se acordará de mí entonces, siguió insistiendo el porfiado impensante. 

   El guardabosques pensó en las otras personas que vivían en el monte y podrían estar necesitando de él. 

   Como quiera, don. Yo debo seguir porque hay mucha más gente que todavía debo ayudar, pero cualquier cosa pasaré de nuevo por si cambia de idea, le dijo finalmente el guardabosques. 

   No cambiaré, insistió el porfiado convenientemente y volvió al rancho. No bien entró se puso a distribuir tachos y ollas por donde siempre que llovía se le goteaba el rancho. El guardia volvió a pasar dos veces más, en una el porfiado continuó con la misma postura terca y en la otra, ni se molestó en atenderlo. Al final, el fuego llegó y lo calcinó con rancho y todo. 

   No imaginan ustedes dos el quilombo que armó el porfiado cuando llegó al cielo. Mandó al carajo a san Pedro y exigió  una explicación por parte del dueño de la querencia celestial, es decir Dios. Cuando el barbudo apareció el porfiado le echó en cara lo que le había echo, justo a él, tan devoto que siempre fuera, y además lo trató de mentiroso. Entonces Dios le dijo lo siguiente: 

   ¿Mentiroso yo?, m´hijo, si le he mandado al guardabosques tres veces y las tres veces usted ni le dio oídos, que más verdad que esa. Ahora jódase por porfiado y váyase al infierno. Y miren ustedes cuántas caras puede tener una verdad: para el guardabosques la verdad era el incendio y la muerte segura del porfiado; para el porfiado la verdad era Dios, que desviaría el viento o haría llover y para Dios su verdad era el guardabosques advirtiéndole del peligro de muerte al porfiado, que ni necesitaba del guardabosques para saber que el fuego se le venía encima y de él solo sobrarían cenizas. Porque bastaba nomás con ver la actitud de los bichos y echarle un vistazo alrededor para darse cuenta que ni Dios lo salvaría si continuaba con su empecinada porfía. 

   Y dicho esto don Esteban miró la hora. 

   ¡Epa!, dijo, me pica el bagre, he aquí una verdad irrefutable, les dijo a los muchachos y se fue a almorzar. 

                                                                                Fin. 

Licencia Creative Commons
DON ESTEBAN Y LAS TRES VERDADES por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

EL SUICIDA Y EL LOCO

    Rapallo, Genova -  Febrero de 1883  Parado al borde del acantilado, Amedeo flexionó las piernas y cuando estaba a punto de dar el gran s...