ELLA, MIRÁNDOLO A ÉL: ¿Estás seguro de lo que me acabas de decir?
Él, MIRÁNDOLA A ELLA: Sí, plenamente.
ELLA, ACHICANDO LOS OJOS: ¿Y de dónde has sacado tanta información?
ÉL, MIRANDO HACIA ARRIBA, DONDE EL CIELO SE TORNA DE UN GRIS DIFUSO: Ayer me escapé del libro.
ELLA, FRUNCIENDO EL CEÑO: ¿Ayer, ayer...?
ÉL, MIRÁNDOLA FIJAMENTE: Recuerda que en el capítulo de ayer tú te encontrabas durmiendo en tu recámara mientras yo me encontraba aquí.
ELLA, ASINTIENDO CON LA CABEZA: Ah, es cierto, pero ¿cómo fue posible sin que él se diera cuenta?
ÉL, MIRANDO HACIA LOS LADOS: Sucedió cuando a mitad del capítulo, quién sabe por qué ni para qué, detuvo la historia y dejó el manuscrito abierto. No lo dudé un instante siquiera, salté al escritorio y corrí hacia la ventana.
ELLA, CRUZANDO LOS BRAZOS SOBRE SU PECHO: Realmente, el mundo admirable que me describes parece de ciencia ficción.
ÉL, ACERCÁNDOSE A ELLA: Quizás si vuelve a descuidarse y nosotros coincidimos en la misma página podremos ausentarnos por algunos instantes.
ELLA, HACIENDO UNA MUECA CONTRADICTORIA: ¡Pero y si no vuelve a descuidarse!
ÉL, ABRIENDO LOS BRAZOS: Eso es irrelevante, porque de cualquier manera seremos replicados en miles de libros y no es imposible que entre miles de lectores, alguien alguna vez no deje por descuido el libro abierto, ¿no crees?
ELLA, ASINTIENDO PRIMERO Y LUEGO MIRÁNDOLO FIJAMENTE: Sí, Pero ¿y si el que lo haga lo hace cuando no coincidimos en el mismo capítulo?
ÉL, DANDO DE HOMBROS: Bueno, en ese caso debemos esperar, porque recuerda que una vez impresa, la historia es para siempre; pero si la oportunidad se te da solo a ti y si te atreves, puedes aunque sea asomarte a la orilla de la página y echar un vistazo al entorno, solo para que te des una idea.
ELLA, BALANCEANDO LA CABEZA: No sé, me da un poco de chucho.
ÉL, TOMANDO UNA POSTURA RÍGIDA: ¡Epa!, cuidado ahí vuelve.
De inmediato Julia corre y se zambulle en el sofá, manoteando el libro que había quedado sobre él y simula que lee, mientras que Román vuelve junto a la chimenea y simula, él también, que revuelve las cenizas con un tizón. Tres segundos después Benjamín Arbelloa deposita la taza de té que ha ido a buscar en la cocina, toma asiento, recarga la pluma con tinta china y continúa escribiendo la historia de Julia y Román, dos hermanos recluidos en una casa en las montañas.
DIÁLOGO A ESCONDIDAS por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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