Mostrando las entradas para la consulta wupy ordenadas por relevancia. Ordenar por fecha Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas para la consulta wupy ordenadas por relevancia. Ordenar por fecha Mostrar todas las entradas

miércoles, 9 de septiembre de 2020

WUPY

 

I- ESPERANDO ALGO DE LA LUNA

Fergusson se sentía ansioso en esa mañana marciana. Delante de un gran ventanal de la terminal espacial, escrutaba con ansiedad el inmenso cielo rojizo; de un momento a otro el brillo de las luces denunciarían la proximidad de la nave que traía desde la luna el regalo del próximo cumpleaños de su hijo Sven: un perro. 

   Hacía algún ya que tiempo los lideres del gobierno habían notado un cambio en el comportamiento de los nuevos humanos; una frialdad en comportamiento de las últimas generaciones hasta esos momentos nunca vista. Con el propósito de descubrir la causa, le fue encargado al consejo de eruditos un estudio para descubrir el motivo de tal cambio. Tras un minucioso estudio, llegaron a la conclusión de que la causa de la frialdad comenzaba en la niñez y se debía a la falta de interacción de los niños con mascotas de verdad; o dicho de otra manera, la interacción de los niños con mascotas artificiales convertía adultos fríos como las máquinas. De manera que, autorizada la producción de animales de estimación, Fergusson había sido de los primeros en solicitar uno. 

   Cuando Sven despertó llamó, como de costumbre, a Wupy, su perro robot. El perro artificial asomó su hocico plateado y, apoyándolo en los pies de la cama, gruñó unos acordes programados de cariño, al tiempo que meneaba la cola mecánicamente. Sven estaba solo en la casa; su madre Hanna a esa hora ya estaba en el trabajo y su papá, extrañamente, no se encontraba en casa; algo inusual en él, que siempre acostumbraba estar presente cuando Sven despertaba. 

II- EL REGALO PELUDO

   ¿Qué extraño?, dijo el chico, mientras se dirigía al baño con el robot pegado a los talones. Wupy se quedó sentado junto a la puerta, después siguió a su pequeño amo hasta la cocina. Wupy se sentó cerca del refrigerador y se quedó observando los movimientos del niño que preparaba el desayuno; desde el living comedor, contiguo a la cocina, llegaba a sus sensores auditivos el monótono tic tac del viejo reloj de pared y esto hacía que meneara la cola al compás de la oscilación del péndulo. El reloj era una reliquia de un pasado remoto cuando los antepasados de la familia aún vivían en la tierra y que el padre de Sven consideraba un verdadero tesoro. Después de desayunar Sven fue hasta una mesita, seguido de cerca por Wupy, tomó el telellamador y marcó el código de su madre, pero no obtuvo información sobre el paradero de su padre. Ella, que no esperaba que su hijo la llamara para interrogarla al respecto, fue tomada por sorpresa, y como no supo qué disculpa convincente darle, simplemente le dijo que no sabía dónde su padre andaba metido; al final, el regalo era una sorpresa y debía mantenerlo en secreto. 

   ¿Por dónde andará metido?, le preguntó a Wupy, que se irguió en dos patas emitiendo un pequeño gruñido y agitando la cola con más efusividad que hasta entonces. En seguida, apenas reconoció los gestos de preocupación de Sven, empezó a dar pequeños saltos y a corretear a su alrededor, haciéndole fiesta para minimizar con su distracción la preocupación detectada en su pequeño amo. En eso estaban niño y máquina cuando Fergusson llegó con una caja llena de agujeros que depositó en el piso delante de su hijo. 

   ¡Feliz cumpleaños Sven, aquí tienes tu regalo, dijo Fergusson, señalando la caja, y viene de la luna, añadió. 

   ¿De la luna, y qué es?, preguntó Sven, movido por la curiosidad. 

   Abre la caja y descúbrelo por ti mismo, lo animó su padre. 

   ¿No deberí­a abrirlo el mismo día de mi cumpleaños?, preguntó el niño, con cara de incredulidad. 

   No creo que te agrade el perfume que despida la caja hasta pasado mañana, si así lo haces, respondió el padre, con una sonrisa. 

   Muy bien, dijo el niño y se apresuró a abrir la caja. Sven se llevó un tremendo susto al ver aquel diminuto ser peludo gimoteando mientras apoyaba sus pequeñas patas en las paredes de la caja. Su colita se abanicaba tiesa y nerviosa con una gracia tal que su perro robot, con todo el avance de su tecnología, nunca conseguirí­a igualar. Tan absortos estaban, padre e hijo, con el cachorrito que se olvidaron de Wupy, que sentado al lado de ambos, los contemplaba en absoluta inmovilidad. 

   Un perro de verdad es mejor, mucho mejor que un robot, afirmó Fergusson mientras miraba sonriente para Sven que pasaba una y otra vez las manos sobre el suave lomo peludo del perrito. Fergusson continuó: 

   Este animalito tiene alma y sentimientos. No es como las mascotas robots que nada más son que mecanismos programados, máquinas insondables hechas de metal, circuitos, cables y luces. Fergusson se quedó mirando un momento al robot, pensando qué pensaría el perro robot si pudiera hacerlo ante lo que acababa de decir. La voz de Sven lo sacó de esos pensamientos.

   Papá, ¿será que sabrá protegerme de los peligros, como Wupy?, preguntó Sven, con la vista puesta en la figura rígida del robot, que seguía los movimientos de la mano del niño sobre el lomo peludo del pequeño ser. 

   Sven, aquí­ no hay ningún tipo de peligro, vivimos en un sistema perfecto y máquinas como Wupy son meros accesorios para hacernos compañía, nada más, concluyó el padre. 

III- EL PASEO EN LA PLAZA 

Wupy se mantuvo quieto en un rincón durante el resto del dí­a, observando a Sven que correteaba feliz por toda la casa con su nueva mascota, y a Fergusson, que los contemplaba con una sonrisa de fotografía. Y cuando Hanna llegó del trabajo la vio sumarse a su marido en la contemplación de su pequeño retoño que jugaba contento con su mascota de verdad. Cuando todos se fueron a dormir el robot se asomó al cuarto de Sven, el niño dormía plácidamente abrazado al perrito. Los contempló durante bastante tiempo, luego se retiró a su gabinete, donde permaneció en modo stand-by hasta el amanecer. 

Apenas el sol despuntó en el firmamento del planeta rojo, Sven saltó de la cama y corrió hacia la cocina cantando como solo un niño feliz consigue hacerlo; pasó delante de Wupy sin notar su presencia, seguido por el perrito que le hacía fiesta con la colita inquieta y dando graciosos saltitos. Así se la pasaron hasta que los padres del chico se fueron a trabajar. Inadvertido sobre la orden de no sacar a pasear aún a las mascotas verdaderas en los espacios públicos hasta que la ciudadela estuviera plenamente adaptada para recibirlos, a Sven se le ocurrió salir a pasear a la plaza, en frente de su casa. Sven y su simpático cachorrito, apenas llegaron a la plaza se convirtieron en la atracción de los paseantes, principalmente de los otros niños que jugaban allí­. Pero algo salió mal y el sistema perfecto de la colonia marciana dejó de serlo. El perrito corrió enloquecido a toda carrera detrás de las rueditas de luces coloridas de las patinetas de dos niñas que pasaron por delante, no dando oídos a los llamados de Sven. En la esquina de la plaza, la pequeña bolita peluda, al querer hacer la curva, perdió el equilibrio y resbaló, yendo a parar casi al medio de la calle. Un vehículo que no esperaba que nadie cruzara la calle, y mucho menos un perro, no consiguió frenar a tiempo y acabó arrollando al perrito. Wupy, que observaba a su pequeño amo y al perrito desde una ventana, apenas vio el accidente de inmediato se apresuró a activar la alarma interna, informándole sobre lo ocurrido a los padres de Sven. 

IV- DOLOR 

Sven lloraba desconsoladamente en los brazos de su madre como jamás lo había hecho antes mientras que Fergusson le acariciaba la cabeza y le prometía encargar otra mascota ese mismo día. Entretanto, ninguno de los tres notó la presencia plateada de Wupy, sentado junto a ellos en completo silencio, ni los dos pequeños hilitos de aceite que rodaban de sus sensores ópticos.

Licencia Creative Commons
WUPY por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.

EL SUICIDA Y EL LOCO

    Rapallo, Genova -  Febrero de 1883  Parado al borde del acantilado, Amedeo flexionó las piernas y cuando estaba a punto de dar el gran s...