X ya había pasado por todos los sectores y se encontraba ahora en en la cola del destino del reencarne, donde millones de espíritus esperaban su turno. A cada un que recibía el cuestionario con la descripción de su nuevo destino en la tierra, una voz metálica escondida en el cielo raso nebuloso le anunciaba la puerta correspondiente.
"Por favor, dirigirse a la puerta uno", se oía, después "la puerta dos", " la tres" y así todo el tiempo. Luego de recibido el cuestionario, el individuo que los entregaba recomendaba arrojarlo en la máquina pica papeles que había en cada puerta, porque estaba prohibido dirigirse a los destinos transportando cuerpos extraños.
Para matar el tiempo, X observaba a los que pasaban a su lado, unos felices, otros no tanto y algunos llorando. En un dado momento pasó uno bastante bravo. "Vaya uno a saber qué mierda le habrá tocado al infeliz este", pensó X mientras le echaba una mirada al cuestionario que el otro llevaba en las manos, con la esperanza de poder ver lo escrito, entonces percibió que llevaba dos en lugar de uno pero sin advertirlo. De manera que se le ocurrió que pudieran estar contados. Así que salió de la fila y se acercó al mostrador, pero no con la intención de hacerle saber al dependiente el error que acaba de cometer al darle dos cuestionarios al espíritu que acababa de atender, sino por otro motivo.
Perdón, ¿será que vamos a ser atendidos hoy, mire la cola?, le dijo al que atendía, mostrándole la fila interminable. El dependiente lo miró y le dijo que no se preocupara que todos serían atendidos y que al fin de la jornada junto con el último cuestionario partiría el último de la fila. Entonces X volvió a la fila, pero siguió de largo, deteniéndose al final de la misma.
Cuando llegó su turno, el dependiente buscó debajo del escritorio, en los cajones y entre los pliegues de la túnica que vestía, pero no encontró el cuestionario faltante.
Esto no ha ocurrido nunca, se disculpó, haciendo gestos desconcertantes con las manos.
¿Y no tienen un plan alternativo para cuando ocurren cosas como estas?, preguntó X.
No, porque esto nunca pasó antes, es más, ésto no puede ocurrir, respondió el dependiente, ya bastante nervioso, mientras seguía escudriñando el piso.
Bueno, ¿y entonces qué hacemos ahora?, preguntó X.
No sé, tiene alguna sugerencia. De ninguna manera puedo hacer trascender cualquier falla, no sé si me entiende, le confesó el individuo, con ojos tristones.
X llevó la vista a la reproducción agrandada del cuestionario pegada detrás del dependiente.
Pero sí, amigo, no se preocupe. Vaya a buscar un papel cualquiera y escriba "bala de plata" en la parte Causa De Muerte y rellene con cualquier cosa el resto. El dependiente resopló de alivio y salió atrás de una hoja en blanco y en cinco minutos el trámite estaba listo. Después le agradeció a X por la "gauchada" y le recomendó que no se olvidara de arrojar el cuestionario en la máquina pica papeles.
X salió de allí silbando de felicidad, porque la probabilidad de morir por un tiro de bala de plata era nula, lo que significaba que no solo viviría más años que cualquier ser humano, incluso más que Matusalén, sino eternamente.
Entonces la voz metálica le indicó dirigirse a la puerta "E".
"¿Puerta "E"?, le preguntó al dependiente, cuando volvió para que le explicara el porqué del cambio.
Sí, "E" de especial, es por nuestro secretito, vio, le dijo el dependiente, guiñándole un ojo,
Ah, ok, entendí, dijo X, devolviéndole el guiño.
Y cuando llegó a la puerta "E", X descubrió que se trataba de un círculo de un metro de diámetro en una pared, al lado de una máquina pica papeles. Sin duda se trataba de un tubo que lo llevaría directo a su destino. Entonces introdujo el cuestionario por una ranura que fue tragado rápidamente por la máquina, y después se arrojó al ducto.
X se sintió caer vertiginosamente por una nebulosa, después de cierto tiempo se vio atravesando una vorágine eléctrica de rayos, relámpagos y truenos hasta que no pudo recordar más nada.
Nueve meses después, en una noche de luna llena del año de mil cuatrocientos treinta y siete, X renacía en el ceno de una gran familia de ocho hermanos, dos hembras y seis varones, X sería el noveno integrante y el séptimo barón. Cuando el padre, sentado del otro lado de la puerta, escuchó un aullido en lugar de un llanto, supo que había nacido un varón. El cura que estaba a su lado le puso una mano en el hombro.
Calma hombre, tenga fe que Dios sabe lo que hace, lo consoló. Tras sus palabras la puerta de la habitación se abrió, la partera traía el niño envuelto en una manta blanca. El padre miró de reojo el bulto y alcanzó a ver un bracito peludo como los de los monos y no quiso ver más. El cura entonces se aproximó, miró al niño y se persignó.
En nombre del padre, del hijo y del espíritu santo, dijo y roció la frente del niño con agua bendita. El agua hirvió de inmediato y el niño volvió a aullar más alto que cuando la partera le diera el chirlo de bienvenida al mundo.
X había nacido hombre lobo y una bala de plata lo esperaba dentro de diecinueve años.
Bala De Plata por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.
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