miércoles, 12 de agosto de 2020

AUTORREPARABLE




El padre le entregó el soldado de plástico y el hijo, después de  examinarlo un momento, le preguntó: 

   ¿Cómo que es autorreparable, papá, si es solo un muñeco articulado?, y añadió: si se rompe no queda otra: o lo arregla uno o "adiós soldado". 

   El hombre agarró el juguete y también se puso a examinarlo desde todos los ángulos, buscando algún botón oculto que disparase un dispositivo que hiciera que el propio juguete se reparara solo, como especificaba el fabricante chino en el reverso de la caja. Pero no encontró otra cosa que puro engaño.

  Bueno, trata de que no se rompa ni que lo agarre el Terry, advirtió el padre, recordándole el perro, que tenía la maña de romper cualquier cosa que encontrara en el piso. 

Días más tarde el niño simulaba una batalla entre los canteros de flores cuando al soldado se le rompió la pierna derecha, en la coyuntura donde se une al cuerpo. El niño se quedó mirando con una mueca de resignación el hueco en la parte interna de la pierna y el pedazo faltante, un pequeño muñón de plástico preso por un tornillito sujeto al cuerpo del muñeco. Nada que hacer, irreparable, pensó el niño, dando de hombros. 

   El soldado mutilado y la pierna suelta fueron a parar a la caja de juguetes rotos en un rincón de su habitación. 

Pero para su cumpleaños número once, entre los muchos regalos que recibió el niño, otro soldado, idéntico hasta en el color al que se le había roto meses atrás, llegó a sus manos. 

   Por la mañana jugaba a la guerra en los fondos de la casa cuando la pierna izquierda del soldado se rompió en la coyuntura, con la. El niño, muñeco y la pierna suelta en manos, levantó la vista y la lógica obvia acudió a su mente al instante. 

   Cuando llegó su padre le preguntó si cuando tuviera tiempo podía arreglarle uno de los muñecos. 

   Solo hay que sacarle la pierna buena a uno de los dos y colocársela al otro, le dijo. El padre se tomó un momento para responder, reflexionaba sobre la reparación del muñeco, en la cual veía una oportunidad de tiempo compartido junto a su hijo. 

   Ok, Micky, mañana es sábado así que recuérdamelo por la tarde, le dijo y le advirtió: pero tú me ayudarás, ¿ok? 

   Ok, papá, los dejaré sobre la mesa del taller, dijo el niño, satisfecho.

   Mientras Micky caminaba al taller, los muñecos, que oscilaban en sus manos, subiendo, bajando y volviendo a subir, cada vez que sus miradas se cruzaban sus mentes se decían algo telepáticamente. Micky dejó los muñecos en la mesa de trabajo de su padre, apagó la luz y se fue. 

La claridad de la tarde entraba a través de una ventana alta en la pared junto a la mesa. Allí, inmutables, los dos muñecos yacían simétricamente dispuestos uno al lado del otro. Ninguno se atrevía a moverse o a dar el primer paso (aún se oían voces en la casa);pero en sus mentes, que habían dejado de comunicarse desde que fueron dejados sobre la mesa, cada uno ideaba estrategias para quedarse con la pierna buena del otro. La claridad derivaba hacia la oscuridad total cuando la luz de mercurio de la calle se encendió y el recinto se iluminó de luz plateada.

   Ya los ruidos de la casa habían cesado por completo hacía ya media hora y los del exterior se reducían al de unos pocos vehículos que pasaban a cada tanto. El soldado de la derecha empezó a girar la cabeza lentamente hacia el otro soldado cuando algo lo golpeó en la cabeza. El de la izquierda lo había agarrado desprevenido, golpeándolo con una tuerca que había visto cerca suyo cunado fueron dejados allí. Ahora, medio aturdido y desorientado, el soldado de la derecha daba manotazos errantes tratando de impedir otra embestida. Pero un nuevo golpe, esta vez en la barriga, propinado por el otro con la misma tuerca, lo hizo doblarse en dos, pero cuando se dio cuenta de su error otro golpe, ahora en la cabeza, lo dejó aturdido por varios minutos. Pasada la conmoción, vio que el otro soldado había desaparecido. Se apoyó en una lata de aceite y se puso de pie, después, de salto en salto llegó hasta una especie de miniarmario con cinco hileras de dos pequeños cajones en cada. Abrió uno de la hilera de abajo, solo había allí tuercas y arandelas de varios tamaños y en el cajón de al lado, una variada cantidad de clavos pequeños. En los dos siguientes de la segunda hilera encontró tornillos sin tuercas en uno y tornillos con tuerca y arandela en el otro. Pero en el primero de la tercera hilera encontró más de lo que buscaba: un juego de pequeños destornilladores dentro de un estuche plástico de tapa transparente. 

   A sus espaldas algo hizo ruido. 

   Escudriñó a través de los frascos de vidrio, pero no detectó ningún movimiento; entonces se agachó y se puso a abrir la tapa del estuche. Desprendió el menor de los destornilladores y se paró con el destornillador agarrado por la punta y se puso en guardia como hacen los bateadores de béisbol cuando esperan el lanzamiento del pitcher. A ninguno de los dos les convenía quedarse quieto, tenían que decidir por ellos mismos el destino de cada cual, a ninguno le convenía que el azar decidiera a quién la amputación y a quién la restauración completa. 

   De repente comenzó a oír algo, algo como siendo arrastrado en alguna parte. Miró a la derecha y nada, miró a la izquierda y nada, detrás de los frascos y nada, entonces levantó la cabeza. Una forma redonda asomaba en lo alto del miniarmario, dio tres saltos y se protegió detrás de un frasco grasiento, justo cuando una lata caía en donde había estado parado. Con el impacto, la tapa se abrió y unas cuantas bolitas aceradas de rulemanes rodaron hacia el suelo y se multiplicaron en cientos de repiques mientras que la lata vacía se bamboleaba peligrosamente cerca del borde de la mesa. Tenía que actuar de inmediato, si la lata caía alguien en la casa podría escuchar y venir a ver qué sucedía, conque dio dos grandes saltos y atajó la caída apoyando el destornillador encima. En ese momento  el otro soldado pendía del borde del armario, tentando alcanzar la manilla de un cajón con el pie de su única pierna. Rápidamente rodó sobre si mismo hacia el estuche y desprendió otro destornillador (el que le seguía en tamaño al anterior), se levantó y con la misma postura de bateador de antes esperó junto al miniarmario al otro que ya casi llegaba a la mesa. 

Al otro día por la tarde, ni bien entraron al taller, padre e hijo de inmediato se miraron en silencio. Sobre la mesa estaba un soldado, completamente restaurado, mientras que el otro, sin la pierna sana y con la cabeza partida, yacía caído en el piso. 

Licencia Creative Commons
Autorreparable por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata



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