domingo, 9 de agosto de 2020

LA CHICA QUE LEÍA AL REVÉS



Aquella mañana que tomé el Mitre en Victoria, sentido Tigre Retiro,  ya venía lleno, como siempre; así que me apretujé entre la gente apelotonada en la confluencia de las puertas y el pasillo. Pero ya a la altura de La Lucila pude acomodarme de espalda contra las puertas que no abren. en el primer asiento a mi derecha estaba sentada una muchacha leyendo un libro al revés, al revés pero respetando el sentido de izquierda a derecha, lo que
 complicaba aún más la lectura que si invirtiese el sentido (lo último lo noté porque ella marcaba la línea que leía con un dedo). La verdad parecía como si sostuviera el libro para leyera (normalmente, como se debe) el que estuviera parado frente a ella, como yo en ese momento. Y lo hubiera hecho con gusto si no fuera porque los anteojos de aumento los tenía en la mochila, y debajo de la marmita para colmo. Conjeturé que leía de esa manera como ensayo para un nuevo récord que un día estaría impreso en el Guinnes, o quizás estuviera medio chiflada, o lo hacía para llamar la atención, o porque simplemente era una chica rara, qué sé yo. Un par de estaciones más adelante vi un lugar vacío y me fui a sentar. 

   Ya me había olvidado de la marciana cuando unas mañanas después, empujado por la presión de los pasajeros, fui a parar cerca de ella, que seguía leyendo al revés. Esta vez dejé caer la SUBE de propósito y al inclinarme para agarrarla pude leer el título y el autor: "En El Enjambre", de Han (¡qué apropiado!, me dije, echándole una mirada al vagón que estaba hasta la manija). 
   
   Desde esa mañana, no sé por qué, tomar el tren al mismo horario tomó un nuevo sentido para mí, ciertamente porque quería volver a ver a la chica que leía al revés. Claro, que ni todas las mañanas conseguía verla en el mismo vagón, pero a veces en Belgrano, o en Núñez, incluso, ya había espacio suficiente para recorrer el tren en su busca, ya que ella también iba hasta el final de la línea en Retiro (ésto lo sabía porque me la crucé un par de veces allá). Ahí me hacía el distraído y le tiraba una mirada, no a ella sino para ver si continuaba leyendo al revés, y siempre seguía).Un par de veces hasta me animé a sentarme a su lado, donde disimuladamente la observaba de reojo. Pero un día, algo así como dos meses más tarde (ella había terminado "En El Enjambre" y ahora leía "Cien Años de Soledad", de García Márquez), me animé a preguntarle por qué leía de aquel modo. 

  Perdón, le dije, hace mucho tiempo, desde que leías "En El Enjambre" a decir verdad, me llamó mucho la atención tu manera de leer (ella había cerrado el libro y me miraba sin decir nada); bueno, si no te importa me gustaría saber el porqué, es por cura curiosidad. Pensé que me diría "y a vos que te importa", pero no fue así. 

   Claro, cómo no, dijo sonriendo, pasa que leo de acuerdo al mundo, que está de piernas para arriba o de cabeza para abajo, como prefieras, y a la sociedad, en donde se hace todo, o casi todo, al revés. La verdad busco, en este acto sin sentido de leer al revés y de izquierda a derecha, algún sentido que me ayude a encontrarle la vuelta a la cosa. Me quedé pensando por un momento, antes de preguntarle si estaba llegando cerca. 

   No, me dijo, haciendo una mueca graciosa, pero cada vez somos más, aclaró enseguida. A todo eso el tren ya había arribado a Retiro, entonces nos bajamos, confundiéndonos entre la multitud de cientos de seres apurados por traspasar las máquinas validadoras. 

   A la mañana siguiente, tomé el tren como siempre y esta vez tuve suerte, en Beccar bajó una señora y pude sentarme. Entonces saqué los anteojos y un libro de la mochila, puse el libro cabeza abajo y empecé a leer de izquierda a derecha: yo también era uno más que quería encontrarle la vuelta a la cosa, al mundo, a la vida.  


Licencia Creative Commons
LA CHICA QUE LEÍA AL REVÉS por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.


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