Hora del primer baño, pequeños. Los dos polluelos se miraron entre sí y erizaron su plumaje con desigual emoción. El hijo que nació por último, sin pensarlo dos veces, se lanzó al vacío aleteando alegremente, aunque algo torpe y desarticulado, y aterrizó golpeando el asfalto. Pero al hijo pájaro que nació primero no le agradó en absoluto esa parte de las lecciones de mamá pájaro. No por el baño en sí, que sí lo necesitaba pues lo tenían loco los piojillos, sino por el tipo de agua en donde lo tendría que hacer.
El agua que corría suave y plácida a los costados de la calle, junto al cordón de la vereda, poseía toda ella una sospechosa transparencia verdosa. Pensó, entrecerrando los ojillos, al ver llegar el momento ineludible, que alguna propiedad rara debía tener. Principalmente por ser el agua tan valiosa, como decía su mamá; de ninguna manera la gente la dejaría correr de sus casas gratuitamente. Y cavilando sobre esa cuestión con pensamientos que rayaban lo trágico y lo fatídico, concluyó el avecilla que si podía volar hasta el borde del cordón de la vereda también le sería posible echarse a volar lejos de allí. Y lejos de allí, pensaba la joven avecilla, eran todos los lugares que quedaban más allá de los galpones de la fábrica que se erguía, como un monstruo gris y humeante, detrás del monte de eucaliptos que la rodeaba, y que seguramente abarcaría todo el infinito que su vista no alcanzaba a ver desde el nido.
Mientras tanto abajo, mamá pájaro impartía instrucciones sobre el debido lavado a su hermanito, que chapaleaba feliz de la vida pero con esmero en el agua tóxica. Ninguno de los dos, sin embargo, se dio cuenta de la partida del pajarito que nació primero. Mamá pájaro todavía llamó hacia las alturas un par de veces:
Anda, no seas miedoso y ven a bañarte, hijo.
Pero para todo esto, el pajarito fugitivo ya sobrevolaba los tejados de la vecindad, más allá de la fábrica y rumbo a cualquier lugar o, mejor, hacia todos los lugares. Desde las alturas veía cuán grande y vasto era el mundo que se le negaba desde el escondido nido entre las rústicas ramas del pino donde había conocido los colores y las formas de la vida. Allá abajo, la gente y los otros bichos que compartían el mundo parecían hormigas, siempre yendo hacia algún lugar y volviendo de otro, como él mismo lo hacía en ese preciso momento. El viento que se le filtraba por entre el plumaje amenizaba un poco la picazón provocada por los piojillos, pero un buen baño continuaba siendo necesario, sin embargo, nada de ver agua limpia y saludable, donde desprenderse de la piel los diminutos diablillos que tan grandemente lo acosaban, por ningún lugar. Las fuentes de agua de las plazas, espejadas de azul desde las alturas, llegando cerca se revelaban verdosas y llenas de larvas de mosquitos. Con las piscinas de las casas sucedía lo mismo. Supuso entonces que el agua que los humanos ponían en vasijas para que sus mascotas bebieran debiera ser diferente. ¡Tamaño engaño!, era igual de asquerosa, no estaba verde ni contenía larvas, pero era turbia y viscosa por causa del resto de comida y baba que los perros y los gatos dejaban caer de sus hocicos. Y con los causes de agua que cortaban la ciudad el panorama era de igual desolador, con el añadido de toneladas de basura.
De repente, el cielo se puso de un gris muy oscuro y las nubes empezaron a revolotear inquietas y a amontonarse y a cubrir, como un techo de plomo, la ciudad a sus pies. La lluvia no tardaría en caer. El pajarito se puso contento, escudriñó el horizonte y eligió un techo de chapas de cinc aún sin oxidar, donde esperar por el agua limpia para su primer baño. Aprovechó que el viento fresco ya había enfriado lo suficiente las chapas y se acostó de espaldas en una canaleta a esperar la límpida agua que luego más caería del cielo por obra y gracia del dios de los humanos, un ser supremo que había oído del pico de su madre que fuera el creador de todo lo existente en la tierra y más allá de ella: aunque él desconfiaba de tal afirmación y, sobre todo, de la inteligencia de ese señor, pues no entendía cómo pudo crear el mundo con tantas cosas maravillosas, pero al mismo tiempo poblarla con gente que desperdiciaba el agua, tan escasa y preciosa. Y mientras divagaba en sus pensamientos metafísicos y esperaba la lluvia bienhechora y se rascaba con frenesí, el pajarito oyó un leve rechinar de chapas cerca suyo. Entonces se dio vuelta: era un lindo gatito que se acercaba sigilosamente con patas de terciopelo.
Al fin, los piojillos dejarían de perturbarlo.
El Primer Baño por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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