sábado, 15 de agosto de 2020

LA OPORTUNIDAD

Silvino espíaba por la ventana. En el patio la madre, doña Clorinda, colgaba la ropa en el cordel mientras su esposa, Rosaura, enjuagaba otra tanda de ropa y don Justiniano, el padre, escuchaba el informativo en la radio a pilas sentado en una silla, debajo del sauce llorón. 

   Al rato, Silvino se asomó a la puerta y se quedó recostado en el marco, con las manos en los bolsillos y un pie cruzado sobre el otro. "Capaz que esta vez se me da", se dijo mientras estudiaba el panorama, atento a lo que hablaban.
   
   Doña Clorinda se quejaba del cielo medio nublado y la falta de viento, y decía que haría falta otro cordel mientras Rosaura no paraba de reclamar a cada torcida de ropa que le dolían las manos y don Justiniano no decía nada porque estaba viajando dentro del mundo radial. Una tanda comercial lo devolvió al mundo que lo rodeaba, entonces dijo algo que a Silvino le hizo achicar los ojos y pensar que su oportunidad quizás estuviera cerca. Pasó el pie por detrás de la pierna en la que se apoyaba y con la punta tocó en algo más allá del marco de la puerta, donde nadie podía ver qué había allí.
   ¡Qué cosa con estos bandidos!, dijo el viejo, ya nadie respeta a nadie. ¿Escucharon lo que el hijunagransiete ese le hizo al pobre viejo para robarle la pensión? Doña Clorinda dejó una camiseta a medio colgar y exclamó, juntando las manos sobre el pecho y  entornando los ojos que apuntaban al cielo:
   ¡No tienen ni un poquito de amor a Dios, después se persignó dos veces.
   Justo ahí, Silvino vio la tan ansiada oportunidad y rápido, como una liebre, dijo:
   ¿Cómo van a tener amor a Dios esa gente, mamá? Si alguien me viene a decir eso y yo soy un bandido de esos, ¿sabes qué le diría?, le diría que si no tengo amor ni para mi mujer, menos voy a tenerle a Él. 
   En ese momento Rosaura saltó como leche hervida (tal cual Silvino esperaba que reaccionara), puso las manos en la cintura y le dijo, desafiante y con rencor casi tirando a odio en la mirada:
   Entonces si no me amas, ¿qué estás haciendo conmigo? ¿Por qué no te mandas a mudar entonces? 
   Y Silvino respondió en el acto:
   Bueno, dijo, y se dio vuelta, agarró los dos bolsones con ropa que tenía escondido y salió corriendo hacia la puerta de calle, con los bolsones colgando en los brazos y tapándose las orejas con las manos para no escuchar ningún reproche o algún "vuelve Silvino".
   Doña Clorinda exclamó:
   ¿Qué haces, Silvino?, no lo tomes tan a serio, hijo.
   Don Justiniano largó la radio y le dijo a su esposa:
   No metas la cuchara, mujer y deja que entre ellos arreglen sus cosas, mientras que Rosaura, retorciendo la toalla que tenía en la mano como si estuviera retorciendo el cogote de una gallina, lo amenazó:
   Silvino, si salís por esa puerta no vuelvas nunca más, y Silvino, como si la hubiera escuchado y amedrentado con la amenaza, no apareció nunquita más, ni para reclamar su parte de la herencia cuando fallecieron sus padres, no fuera que Rosaura aún lo estuviera esperando. 

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