La gallina creyó que el gallo estaba enloqueciendo. De un día para el otro apareció con el cuento de que no creía que el mundo fuera solamente hasta donde ellos podían ver, ni que el gallinero fuera el centro del universo.
"No creo que la vida sea la realidad en que vivimos, sino solo un aspecto de ella", le dijo el gallo, picoteando a su alrededor. La gallina, sin descuidar su quehacer, le respondió:
"¿Acaso te falta algo? Mírate la pechuga, gallo, está que explota".
"Tú dices eso porque en lo único que piensas es en comer todo el santo día, pero dime una cosa, ¿de dónde crees que viene la ración con que nos alimentan, hmm?" La gallina paró su actividad, estiró el cogote y miró hacia un punto del bosque.
"De allá", le dijo, señalando con un ala el bosque.
"¡Ajá! Pero ¿y qué crees que hay detrás de él, eh?", replicó el gallo, desplegando las alas. La gallina lo miró de arriba abajo.
"Gallo ingenuo, es tan evidente que hasta un pollito recién salido del cascarón lo podría adivinar: más bosque, gallo, más bosque", respondió la gallina y siguió con su picoteo. El gallo, contrariado, arañó el piso varias veces.
"¿Y de dónde crees que viene todo lo que ves que no sea de madera, como el alambrado, las chapas del granero, las herramientas y el tractor y el arado?, por darte solo unos pocos ejemplos, vaya a saber uno qué más hay adentro de la casa de los amos", preguntó el gallo.
"¡Pero qué gallo testarudo!, todo viene del bosque", respondió la gallina, sujetando con una pata la lombriz que acababa de sacar debajo de un cascote.
"¡Pero gallina de Dios!, ¿acaso crees que el bosque es mágico? No te das cuenta que allí solo hay árboles, animales y pájaros, acaso algún que otro fruto silvestre y nada más", respondió el gallo, levantando las alas al cielo. La gallina volvió a mirarlo detenidamante.
"Sabes una cosa gallo, tú te haces demasiadas preguntas sobre cosas que a nosotros, los gallináceos, no nos incumbe. El mundo es lo que ves y la vida es como es y punto. Nosotros damos los huevos y los amos nos dan casa y comida a cambio, ¿qué más armonía que esa? Es el equilibrio perfecto", opinó la gallina.
"¿Huevos nada más?, ¿y qué me dices de los que de vez en cuando son llevados a la casa y nunca más les vemos las plumas, eh?" El gallo sacudió la cresta un par de veces y esperó la respuesta. La gallina paró con el picoteo.
"Creo que deben estar en otra granja para que no haya superpoblación. Eso creo yo, ¿estás conforme ahora?" La gallina volvió a bajar la cabeza y al escarbe sistemático.
"Ahí está el problema, en el conformismo, en la normalidad", replicó el gallo.
"¿Y cuál es el problema en conformarse? Si se está conforme quiere decir que está todo bien, ¿para qué complicarse la vida?", dijo la gallina, escupiendo una piedrita.
"¿Y de la normalidad, qué me dices? Deberías darte cuenta que si hay normalidad es que algo raro pasa", insistió el gallo.
"Algo raro debería haber con lo anormal", retrucó la gallina.
"¡No y no gallina!, ¿acaso tú has sido la normalizadora de nuestras vidas?", retrucó el gallo.
"¡Claro que no! ¿Quién soy yo? Para eso están los amos", le contestó la gallina.
"¿Entonces?, no ves que ellos normalizan todo y nosotros lo único que hacemos es decir que está todo bien, que la vida es así y nos conformamos con la normalidad de cambiar huevos por bienestar". El gallo sacudió el cuerpo.
"Dime una cosa, hasta no hace mucho tiempo nunca habías dicho nada sobre nuestra vida, pero desde unos días para acá se te ha dado por cuestionar nuestro mundo, ¿qué pasa contigo?, ¿qué bicho te picó?", preguntó la gallina, mirándolo seriamente.
"Es que se me dio por pensar", dijo el gallo, tocándose la cabeza con un ala.
"Ajá, y ahora te preocupas por algo que nunca cambiará. Creo que tu problema es que piensas mucho sobre todo. Así envejecerás antes de tiempo, gallo", respondió la gallina, tocándose también la cabeza.
"Mira, mientras muchos piensen poco es porque hay pocos que piensan mucho", retrucó el gallo.
"No entendí ni un pío, ¿puedes explicármelo mejor?", le dijo la gallina, parando su actividad.
"Muy bien, ¿cuánto somos en el gallinero?", le preguntó el gallo.
"Creo que somos unos cien gallináceos", respondió la gallina.
"Ajá, cien gallináceos que pensamos poco y decimos que la vida es así y asado, pero que, en realidad, es como nuestros dos amos nos la muestran. Ahí tienes un ejemplo, cien que piensan poco hacen lo que dos, ¡solo dos que piensan mucho!, dicen lo que hay que hacer", concluyó el gallo.
"¿Y de qué me sirve a mí saber eso si ahora que ya lo sé no puedo cambiar lo instituido?", dijo la gallina. El gallo miró hacia el bosque.
"Te sirve para no aceptar las reglas impuestas por otros. Con esto quiero decir que puedes pensar por ti misma, volar sobre el alambrado y huir hacia allá y seguir y seguir y seguir, y hacer lo que quieras libremente como los animales salvajes y los pájaros", dijo el gallo, señalando el bosque.
"Sí, y que me coman los zorros o los gatos salvajes, o me atrapen los amos, que no se quedarán con los brazos cruzados pensando con tristeza cuán sabrosos eran mis huevos, sino que saldrán con los perros atrás de mí y entonces estaré de vuelta aquí en menos de lo que canta un gallo", dijo la gallina, mirándolo de lado mientras seguía escarbando y picoteando. El gallo se rascó la cresta y se quedó pensando un rato con la vista puesta en el bosque. De pronto, percibió en un árbol un alboroto de hojas y enseguida una pequeña lluvia de plumas cayendo suavemente como la nieve en un calmo día de invierno.
"Creo que tienes razón, gallina; nuestra desgracia es haber nacido gallináceos en un mundo gobernado por hombres", dijo al fin el gallo, suspirando con resignación mientras se ponía a picotear a la par de la gallina, como todos los días de su vida.
Los gallináceos por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.
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