viernes, 14 de agosto de 2020

EL PENAL DEL AMOR



Ese domingo terminaba el campeonato de fútbol de Carmen de Areco, y los dos finalistas, Argentino y Newbery, decidían el título. El pueblo, apiñado en la única tribuna del estadio municipal, contra el alambrado que circundaba la cancha y encima del techo de camiones y tractores, del lado de afuera del estadio, se había dividido en dos. 

   Al terminó del primer tiempo los equipos iban empatados dos a dos, pero ya faltando quince minutos para el final del partido Newbery hizo el tercero y diez minutos después Argentino empató. En ese momento ambos presidentes, que compartían palco, habrán pensado lo mismo: que en cinco minutos puede ocurrir de todo, hasta otro gol. Entonces se miraron con complicidad y uno le dijo al otro, por lo bajo: 

   "¿Qué te parece si lo extendemos hasta el otro domingo, así sacamos más plata para repartir?" El otro respondió que sí con un cabeceo casi imperceptible, así que ambos presidentes enviaron a sus respectivos secretarios a transmitirles a los técnicos la resolución tomada en conchabo. Éstos, inmediatamente pidieron cambios para que los jugadores entrantes transmitieran a su vez el mensaje al resto de los jugadores. 

   Esa orden no le cayó muy bien a Mandarina, el delantero estrella del Newbery, para quien si no convertía por lo menos un gol ningún partido de fútbol valía la pena jugarlo. Y ese día todavía no había hecho ninguno, pero a diferencia de cualquier otro partido jugado en su vida, este en particular le era muy especial porque la conversión de un gol representaba algo más importante que el campeonato local, incluso que el más importante partido de fútbol que hubiera de disputar en su vida.

   Ambos presidentes se miraban con sonrisas cómplices, confiados en una entrada extra de dinero la próxima semana, cuando escucharon un pitazo que no era el del término del partido, sino de un penal, justo a un minuto del final; entonces dirigieron sus miradas serias a la cancha. 

   Un pelotazo en la mano de un zaguero del Argentino en el área chica lo había decretado así. 

   Los presidentes volvieron a mirarse, esta vez sin sonrisas cómplices sino con aire de gravedad. Inmediatamente el secretario del presidente del Newbery salió volando hacia el banco de suplentes y le repasó nuevas instrucciones al técnico, que de inmediato se las transmitió a un jugador y éste, a su vez, al ejecutante del penal: nada menos que Mandarina. 

   Dice el técnico que la patees para cualquier lugar menos para el arco, no vaya a ser que por descuido el arquero no la ataje. 

   Mandarina, que acomodaba la pelota, le guiñó un ojo. 

   No te preocupes, le dijo, antes de retroceder un par de pasos.

   Finalmente, el árbitro pitó, autorizando el penal. Mandarina empezó a tomar carrera y mientras corría hacia la pelota recordó las palabras que Liliana le había dicho al oído la noche anterior cuando se atracaban en la puerta de la casa de ella y reiterado poco antes del partido: "Si haces un gol y me lo dedicas, seré tuya como Dios manda". Entonces Mandarina pateó... con la clase y eficiencia de siempre. 

Licencia Creative Commons
EL PENAL DEL AMOR por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.

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