Mario Mariano, un solterón empedernido, vivía con su madre viuda en Villa Bosch; pero su empedernida soltería no se debía a que no le gustaran las mujeres, lo que no le gustaba era el casamiento. En cambio, había algo que amaba por sobre todas las cosas, incluso más que a su madre: los canarios. Tras ellos recorría todo el territorio nacional y con frecuencia viajaba a Paraguay, Uruguay y Brasil, donde, además de participar en torneos y campeonatos, aprovechaba para adquirir nuevos ejemplares.
A la terraza de su casa Mario la había convertido en una jaula gigante y dentro de la casa había condicionado una habitación a prueba de ruidos externos, una especie de estudio de grabación, donde a fuerza de cassettes con cantos prodigiosos sometía a los canarios a exhaustivas horas de grabación. Trofeos y medallas los había por toda la casa.
Pero no todo en la vida de Mario iba de maravilla; uno de sus canarios, adquirido en Porto Alegre, un campeón de campeones descendiente de un gran campeón, apenas llegó en casa se empacó y no quiso cantar más.
Pero qué cosa rara, le comentó Mario a su madre, si lo hubieras escuchado, mami, ¡qué trinos!
Y, como era de esperar, el pájaro fue a parar a la habitación estudio. Había pagado una fortuna por él, de modo que no iba a desistir fácilmente. Pero pasaba el tiempo y el canario no emitía nota alguna, y para peor de males era rebelde y cada vez que Mario le limpiaba la jaula el pájaro le picoteaba los dedos.
No entiendo, le dijo a un amigo, que vino a ver su nueva adquisición, allá en Brasil cantaba una barbaridad y era manso como un cordero.
Seguramente no le sienta bien el clima, le dijo el amigo.
Pero si acá el clima es parecido a Porto Alegre, tenemos las mismas cuatro estaciones, contestó Mario.
No me refiero al clima como tal, sino al clima que se siente en Buenos Aires: la gente, los ruidos, los olores. Como sabes, ya fui varias veces a Brasil de vacaciones y te digo que si yo fuera un pájaro de allá ni loco me adapto con esto aquí, le confesó el amigo..
¿Te parece?
¡Claro, hermano!, mira el samba, lo escuchas y te das cuenta que en el mundo todavía hay lugar para la alegría; el ritmo es vivaz y te hace bailar aunque estés en una silla de ruedas; uno cierra los ojos y ve colores llamativos en plena oscuridad. Sin embargo, acá, ¿qué tenemos? El tango, que al primer chan chan te viene una tristeza de cementerio que se te instala en el alma que no te la saca nadie ni a garrotazos y hasta te dan ganas de matarte, porque el ritmo está más para marcha fúnebre que para música de carnaval, y, además, el paisaje, cierres los ojos o no, es siempre gris, y por más que haga un solazo de rajar la tierra sigue siendo gris. Ahora, imaginate que vos sos el canario, canario y brasilero, ¿ok?, y como tal para vos cualquier cosa "tá tudo bem" pero de repente te sacan del sambódromo y te tiran acá, en la morgue, ¿cómo te sentirías?, ¿te vendrían ganar de cantar o de llorar? Decíme la verdad. Como mínimo te darían ganas de morir, le discursó el amigo.
¡Eh, que no es para tanto!, ¿y qué me decís de la cumbia?, objetó Mario.
¿Que no es para tanto? Vos decís eso porque tu cabeza piensa como argentino, pero yo te dije: sos el canario y brasilero, entonces debes pensar como él. Mira, ponete a contar cuántos chichichí, chichichí escuchas en una sola cumbia y después los multiplicas por las treinta o cuarenta cumbias que ponen tus vecinos, que ponen no, que te obligan a escuchar, a vos y a toda la cuadra, de lunes a lunes. Decíme entonces, si tanto chichichí no dan ganas de partirse la cabeza contra la pared. Ahora imagina al pobre canario, que no tiene casi nada para distraerse a no ser pensar en su tierra amada; al pobrecito no le queda otra que soportar la tortura psicológica, hermano. ¿Entonces, cómo pretendes que cante?Con razón te repicotea la mano, yo en su lugar te picaba en los ojos, como los cuervos, aseveró el amigo.
¿Será posible?, dijo Mario.
Y habrá que hacer la prueba, por qué no compras un CD de samba para ver que pasa, aconsejó el amigo.
Esa misma tarde Mario compró un CD de samba y trajo el canario a la habitación estudio, Ya en los primeros compases al canario se le erizaron las plumas y empezó a cantar como loco. Mario no lo podía creer y corrió a contarle la novedad a la madre. Con el apuro se olvidó de cerrar la puerta y el sonido llegó a la terraza. Para qué, nunca el barrio había oído a los pájaros cantar con tanta algarabía. Cuando Mario se percató del trinar inaudito que venía de la terraza volvió corriendo tras sus pasos y cerró la puerta de un golpe, no fuera que a los demás canarios se les contagiara la brasilidad y no volvieran a cantar sin samba.
Mario se quedó un largo momento mirando al canario, que seguía cantando a todo pulmón, como si estuviera en pleno sambódromo, acompañando el samba-enredo de su escola de samba preferida mientras la veía desfilar en plena avenida. El pajarito saltaba en los palitos con una alegría que Mario nunca había visto en ninguno de sus canarios en toda su vida. Mario se acercó a la jaula y se le dio por meter la mano para sacarse una duda de encima: esta vez el canario no lo picoteó como siempre, sino que se le arrimó y fregó el pico en sus dedos. Mario lo sacó de la jaula y al acercarlo a su rostro notó que tenía los ojitos húmedos, como a punto de largarse a llorar.
Al otro día, a las seis de la tarde, Mario estaba en la terminal de Retiro; el ómnibus que los llevaría a él y al canario a Porto Alegre, salía a eso de las siete.
EL CANARIO BRASILERO por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.
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