¿Entonces, tenemos un trato, general?, preguntó el consejero de la embajada de Estados Unidos al general del ejército.
Sí consejero, tenemos un trato. Y le cuento que ya tengo bastante gente a favor de la causa como para comenzar cuando usted lo disponga, dijo el general.
Muy bien general, en unos días le hago otra visita y le entrego una copia del plan de restauración y el documento para que ambos firmemos el pacto. Le adelanto que no se trata de nada del otro mundo, nada más usted se desvincula del partido y ¡Boom!. Imagine el impacto que causará en el mundo: el hombre número dos del régimen abandona el partido para fundar el propio y, amparado en la ley, le disputa el poder al Satanás bigotudo, que se cree vitalicio. ¡Ah!, y también le traeré la primera remesa de ayuda al futuro presidente, aquel que traerá, con la colaboración absoluta de mi nación, la prosperidad a esta tierra como no la soñaron nunca en sus vidas ni el gran prócer, con su visión libertadora, ni el fallecido, el último mesías de la igualdad proletaria. Porque será usted aquel que cortará los lazos encarnados que esclavizan su patria a los deseos mezquinos de aliados inadecuados. Usted impulsionará esta patria a las cumbres donde flotan las naciones amigas del tío Sam. Nosotros ponemos el capital que sea necesario y traemos los pesos pesados mundiales de las finanzas e inversiones. Ahí verá usted que en esta tierra habrá tanto dinero circulando por las calles que hasta los habitantes de Miami querrán venir a vivir aquí, y usted mi general, perdón, presidente, es bueno que se vaya acostumbrando, puede ir pensando en una corriente política propia. ¿Qué le parece ésta?, no, ésta no, Vergara se parece a se parece a verga. Veamos con el segundo apellido, Morales. Ese sí, encaja perfectamente. Morales, moral, moralidad, una magnífica proyección de su apellido, con un doble sentido que cae como anillo al dedo. La noble virtud conjugada en su nombre. ¿Qué le parece, mmm?, dijo el consejero, terminando al fin lo que al general le pareció un discuro proselitista innecesario, pues lo que a él le interesaba eran los verdes billetes que le caerían en las manos como gotas de lluvia, con lo que aceptaría cualquier cosa. Pero antes de eso había que despejar el camino.
Todo está muy lindo y el futuro es el dueño de los días más felices de mi vida, pero dígame, ¿cómo le rasuraremos el bigote, eh?, quiso saber.
Simple, presidente: un franco tirador. Cuando su influencia apoyada en billetes verdes y crujientes se imponga en el ceno de la seguridad personal del dictador, el tipo ya era. Y así, mientras los hombres de la seguridad contemplan el cielo hermoso que los cubre con su bóveda límpidamente celeste y observan las palomas en las cornisas cagando en las cabezas del populacho apretujado en las veredas ovacionando las barbaridades que vomita su máxima expresión de mando, nuestro hombre hace lo suyo, dijo el consejero, que ya tenía el plan armado en su cabeza.
¿Y cómo haremos para que logre escapar después del magnicidio? Al final, nadie debe saber quién está por tras del esquema, ¿no cree?, preguntó el general.
No escapará, presidente, un grupo especial lo matará mientras huye. Desgraciadamente, por fuerza mayor, debemos hacer algunas cosas sucias por el bien de la causa, como las consecuentes que correspondan para al bienestar político y social del país. Usted ya sabe, cenizas de archivo no denuncian lo escrito, dijo el consejero.
Pero ¿no le parece un poco obvio todo el asunto?, ¿quién nos creerá?, preguntó el general, que no estaba tan convencido del plan.
A nosotros también nos parecía una obviedad que un francotirador matara a Johnny en nuestras propias narices, pero dio resultado y eso es lo que cuenta, presidente, lo tranquilizó el consejero.
No creo que nadie se arriesgue a tanto en un país con tantos ciegos seguidores, si algo falla el pueblo mata con sus propias manos al infiel allí mismo, como si hubiera puteado al propio Alá al pie de la Caaba en pleno Ramadán, dijo el general.
Pero sucede que le daremos la garantía del apoyo de la guardia personal del tirano, que lo sacará del país sano y salvo en menos de lo que canta un gallo; además cinco millones de dólares es mucha tentación, ¿no cree?. Aunque yo estoy pensando en un compatriota decepcionado, desilusionado con la causa, que al ver la salvación de su cosecha al alcance de la mano no lo dudará un instante en aceptar el trabajito. Creo que será más creíble el motivo, opinó el consejero.
Sí, muy bien pensado. Entonces, ¿aguardo su próxima visita?, dijo el general.
Sí, presidente, en unos días nada más, mientras tanto observe las apariciones en público del fulano y vea cuán fácil es bajar un zamuro del tejado.
EL PLAN por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.
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