martes, 22 de septiembre de 2020

LOS BORGES


I- ROGERIO BORGES 

Piense el lector en alguien que conozca le que tenga aberración al trabajo, o que haya conocido, o que quizás alguna vez haya oído hablar. Bien, ninguno le llegará ni a los talones a Rogerio Borges. Y si se narraran todos los malabarismos y laberínticas aventuras, auténticas proezas imposibles para el común de los mortales, que este personaje ha protagonizado en pos de vivir sin nunca, hasta hoy, ya con 46 recién cumplidos, haber conocido en persona lo que es trabajar, aún quedarí­a mucho por contar. Tan cierto es, que desde muy joven suprimió de su mente y de su vocabulario la palabra trabajo y la cambió por "aquéllo". Huérfano desde los ocho años, un hermano de su padre se encargó de él. El tío Herminio era soltero y siempre le huyera al compromiso que pasara de tres encuentros, porque hasta allí llegaba el fuego de su pasión, más allá de ese plazo, todo era frío polar. Así llevaba su vida de dandi, de un adiós a fulana hasta el hola mucho gusto para mengana. La tutela del pequeño Rogerio, lejos de ser un impedimento en la vida libertina del tío Herminio, se tornó, hasta los doce años del niño, porque después de esa edad ninguna mujer se enternece por ninguno, un anzuelo más que conveniente para las señoritas con almas abnegadas y caritativas que al viejo le gustaba pescar. Al final, todo huérfano al cuidado de un bondadoso, y codiciado, tío merece una madre; y no solamente porque fuera un buen partido sino que además de rico, también era apuesto y educado. Pero ni con tantos atributos en una sola persona consiguió mujer alguna ponerle los grilletes del matrimonio hasta los setenta y cuatro años, cuando la parca, en una tarde de verano, de un solo guadañazo reclamó su alma antes del grande finale entre los brazos de un amor clandestino. Cuando el triste acontecimiento ocurrió Rogerio tení­a veintidós años y hasta ese momento, solo dedicado a los estudios, nunca había conocido lo que toda la gente hace de ordinario para vivir, es decir: trabajar; y ahora, con la fortuna dejada por el tío, mucho menos. Pero la ilusión de la idílica vida color de rosa que imaginaba Rogerio duró poco. Dos hijos ilegí­timos del tío Herminio, ahora padre soltero post mortem, tres semanas después se repartían el noventa porciento de la herencia, reconociéndole apenas el diez a Rogerio. Parecería poco, pero el viejo era un inversionista nato; además Rogerio siempre supo sacarle provecho a la bondadosa mano suelta del tío con esquematizada frecuencia. Siempre andaba necesitado de algo que nunca dejaba de supervalorar, y así guardaba el sobreprecio escatimado, y cuando era puro embuste, por cierto lo más frecuente, guardaba la totalidad del dinero requerido. En catorce años el esquema de robarle al tí­o le rendiría lo suficiente como para vivir holgadamente, sin apuros y sin otros lujos que los indispensables y, lo principal, sin mover un dedo, durante cuarenta años. Pero ahora, sumada su parte en la herencia, podí­a ascender de categoría y vivir con cierta opulencia, aunque sin grandes exageraciones, hasta los ochenta, contemplando lo básico, aunque no invirtiera su dinero en nada: una familia tipo de dos hijos, club privado, seguro médico, automóvil 0 km, dos vacaciones al año, alojamiento en hoteles tres estrellas, las fiestas ineludibles, más la universidad de los hijos. ¡Y todo eso con las manos inmaculadas! Las mismas que jamás tocaron ni tocarán en los instrumentos del mal que el resto de los infelices mortales, incapaces de su brillante lucidez y percepción, llamaban herramientas de trabajo. Pero Rogerio nunca estuvo para poco, no bien puso las manos en toda aquella dinerama y contrariando las reglas del buen censo, se dedicó a gastar hasta el último centavo satisfaciendo su ego con caprichos de momento, a cualquier hora y todos los días. "Carpe diem, que sólo se vive el ahora y una sola vez", será su lema hasta el final de su vida. Un dí­a, mientras esperaba un táxi, y pensaba en una suite de lujo en el más caro y refinado hotel de la capital tropezó con Laurete. En ese instante la flecha de Cupido atravesó su corazón, y el de ella también. 

II- LAURETE 

Laurete, por coincidencia, o cosa del destino, también había perdido a sus padres a temprana edad, a partir de ese momento su futuro inmediato fue de privaciones y amarguras. Entretanto, la pequeña Laurete, mientras su desafortunada infancia iba y vení­a de hogar en hogar, tenía una fuga secreta, un sueño que no revelaba ni para la más receptiva hermanastra de ocasión ni para la mejor amiga en las siempre rotativas escuelas: Soñaba que se fugaba hacia muy lejos de esos hogares transitorios, donde la felicidad le esquivaba el bulto y el amor era algo inalcanzable. Era un solo abrirse por primera vez las puertas del futuro hogar que, antes de mirar a la cara a los padres adoptivos de turno y ver las cabezas de sus hijos verdaderos apareciendo por entre sus piernas, debajo de sus brazos o por encima de sus hombros, ella ya percibía el sufrimiento por venir. Laurete no necesitaba esperar la soledad de las horas de sueño para fugarse de la realidad, lo hací­a también despierta, llegando incluso a tal extremo de perfección, que podía hacerlo mientras manten­ía una conversación, con uno o múltiples interlocutores sin ningún tipo de inconveniente para ninguno de los dos niveles donde se movía: el real y el onírico. Mientras hacía de sirvienta, dele que frega y limpia y vuelve a pasar la franela por los muebles y junta la ropa sucia desparramada por toda la casa por sus odiosos, mezquinos e insensibles hermanastros que seguramente jugaban en el jardín con sus juguetes caros o rompí­an los que ya habí­an perdido su encanto, o se entretení­an tironeando y zamarreando a sus pobres mascotas, ella estaba en otro mundo. Allí no usaba ropas de otras niñas ni comí­a sola en la cocina algo que era rejunte de sobras de otros platos, frío y de sabor indefinido. Allí no vivía en esas cárceles húmedas y sombrí­as; no, allí su casa quedaba en el barrio más chic de la capital; era igual a la de las actrices que veí­a en las fotos de las revistas "Ricos y Famosos". En aquellas mansiones imaginarias, Laurete se aislaba del mundo real, cruel, asqueroso y mezquino, y era una de aquellas actrices o ellas eran sus amigas del alma, y su vida transcurría feliz. Las revistas, dí­as más, dí­as menos, iban a parar a la basura, pero sus sueños nunca salían de su memoria; porque en ellos el mundo perfecto se materializaba en un guiñar de ojos, alejándola de los horrores de la vida real, de las envidias y el desprecio, del frí­o y del desamparo, de las miradas burlonas de sus hermanastros y de las miradas libidinosas de algunos de sus padrastros y, claro, de las palizas que muy a menudo recibía también. Milagrosamente, Laurete, finalmente, un día cumplió dieciocho años; abrió la puerta de calle y se fue sin decir adiós de la última casa de sufrimientos de su vida. Partió sin dinero y sin rumbo, con lo puesto, y mientras caminaba hacia un destino incierto se dio cuenta que sus sueños perdí­an intensidad, tal vez se debiera, pensó, a que por su nueva condición de libertad, ya no necesitaba soñar para fugarse, nomás bastaba con encontrarlo a la vuelta de cualquier esquina. Y caminando sin mirar a nadie y a nada, un dí­a, al doblar en una esquina, tropezó con Rogerio; y en ese preciso instante, ella también, sintió el flechazo de Cupido. Ninguno de los dos oyó el zumbido de la flecha cortando el aire, ninguno vio, siquiera, al ángel arquero por ningún lugar, solamente sintieron el pinchazo de amor en sus corazones y un enjambre de mariposas haciéndoles cosquillas en el estómago. Así­, Rogerio encontró, en aquel loco encantamiento, el cincuenta por ciento de su futura familia promedio y un ser especial para vivir lo mejor que la vida tení­a para ofrecer, mientras que Laurete, en aquel amor a primera vista, el camino encantado que la llevarí­a al mundo perfecto que la esperaba en la mansión igual a la de las actrices. 

III- HEIDY Y BABY 

Heidy nació nueve meses después del descubrimiento del amor entre Rogerio y Laurete y Baby, tres años después. Ya la familia promedio estaba completa, pero ahora, con un miembro más en la familia, a los Borges les pareció que la mansión no tenía espacio suficiente para albergar a un habitante más, a pesar de las siete habitaciones y las dos suites. Porque para los Borges cualquier acontecimiento siempre era motivo para salir a comprar lo que sea y a falta de algo en concreto, compraban cualquier cosa, por mera costumbre de gastar. Si Heidy tuviera el carácter de su hermanita, se hubiera puesto celosa y pedido inmediatamente, bajo artilugios infantiles si necesario fuese, que de tan insistentes a la larga siempre resultan eficaces, una habitación más grande y mejor decorada, pero Heidy era lo opuesto de sus padres y de su pequeña hermanita como lo demostró apenas empezó a balbucear las primeras palabras y se hizo entender. Heidy era la extraña en el nido, la única en esa nave a la deriva que eran los Borges a tener conciencia de la tragedia anunciada, de la caída en desgracia, del ocaso inminente. Sus padres y Baby vivían en un mundo de fantasía donde Heidy se sentía una invitada que veía, analizaba y se guardaba para sí las conclusiones a qué llegaba. Pensaba que nada ni nadie cambiarí­a a su padre; que su madre nunca dejarí­a de parecerle fantástica cualquier desmesurada idea de Rogerio ni de encontrarlo genial, y que Baby nunca dejarí­a de pedir cosas,  ni aun en épocas de vacas flacas. Heidy nunca dejaba de limpiar su cuarto, pese a las protestas de su madre y al batallón de empleadas domésticas a su disposición. "Cuantos más sirvientes, más status", decí­a su padre. 

   Mientras su hermana veía el castillo agrietándose día a día, Baby siempre andaba en busca de un lugar dónde poner un nuevo juguete que había visto en la televisión y que aún no tení­a, pero que ya iba a tener muy en breve, es decir ese mismo día, ya que todos los días eran dí­as de shopping; de paso ya que estaban allí, se le antojarí­a algunas ropas por si se le ocurriera usar alguna vez. Ante los reproches de su hermana mayor por tanto derroche siempre contestaba que más valí­a tener y no necesitar, que necesitar y no tener, con certeza un estigma heredado de sus padres. Mientras que a Heidy le preocupaba el naufragio anunciado, Baby continuaba hurguetearndo incansablemente en internet tras una nueva adquisición que pedirles a sus progenitores. Podría pensarse que hay una equivocación al usar el verbo pedir, dado su carácter, cuando lo lógico sería que ella usara el verbo exigir, pero tratándose de gastar tanto a Rogerio como a Laurete era innecesario que se les exigiera; tanto era así que muchas veces tenían que pelear con Heidy para que la muchacha les pidiera algo, lo contrario a Baby, la propia máquina de pedir cualquier cosa. 

IV- TOC TOC TOC 

Un día cualquiera de la familia Borges, cuando los tiempos negros habían caído sobre ella, alguien llamaba, insistentemente desde hace varios minutos, a la puerta.  

   ¿Qué sujeto más insistente? Nunca vi igual, dijo Rogerio, estregándose las manos y mirando al cielo raso como si fuera el cielo verdadero. 

   ¿Qué nos faltó pagar este mes?, preguntó Laurete.

   Todo, desde hace siete meses consecutivos, contestó Heidy, sentada en el sofá. 

   ¿Y, con cuánto contamos en caja, Laurete? Los ojos de Rogerio buscaron los de su esposa. 

   Con nada, ni una moneda de un centavo. Zero cash desde hace ocho dí­as, respondió Laurete, haciendo un gesto desconcertante. 

   Papá, el último regalo que me prometiste y no cumpliste la promesa se llama "Regalo-No-Regalado-Número-Veintiocho". También conocido con las siglas en mayúsculas R.N.R.N.V. La voz de Baby, llegó desde la puerta de la cocina, de donde salía con un vaso de yogurt entre sus manos.

   Mi tesoro Inca, dijo Rogerio, mi princesa medieval, sabes que te daría el reino que no poseo y la estrella que tú eligieras, exceptuando las con luz propia como el sol, por razones obvias, me convertiría en cenizas millones de kilómetros antes de llegar, y no podría traértelo si así fuera tu deseo, porque para mí tus deseos son órdenes, pero en este momento me es humanamente imposible. La pequeña miró a su padre con una mueca de sorpresa. 

   ¡Guau, qué poético y conmovedor! ¿Debo reír o llorar? Cuando quería ser antipática, Baby era insuperable. De nuevo se escuchó el toc toc toc, el desconocido continuaba afuera­. 

   ¡Ojalá sea un cobrador! Dijo Rogerio para sorpresa de Heidy, no quiero ni pensar que sea un mensajero con una propuesta sobre "aquéllo". No me puede suceder tamaña desgracia. Como se ve Rogerio tenía sus razones para decir lo que dijo, el hombre temía lo peor. 

   Por favor, abran la puerta, es un asunto urgente y de su interés, dijo el desconocido. 

   ¿Qué podrá ser de nuestro interés?, se preguntó Rogerio, llevándose una mano al mentón. 

   Que nos perdonen nuestras deudas, arriesgó Laurete. 

   Que ustedes dos consigan trabajo, dijo Heidy, riéndose por dentro.

   ¡Qué bueno, iupiii ! Así­ podrás saldar la deuda que tienes conmigo papá y reanudar el ritmo de un regalo diario, según el prometido acostumbrado, pero que "sorpresivamente" dejaste de cumplir hace exactamente veintiocho dí­as atrás, cuando yo aún creía en ti, dijo Baby, ahora sentada junto a su hermana. 

   Heidy por favor, sé un poco menos cruel y trata de comprender nuestra situación, se quejó Laurete, con cara de preocupación. 

   ¿Sabes, papá?, preguntó Heidy, haciendo caso omiso a las palabras de su madre. 

   Mmmm, ¿qué?, contestó Rogerio. 

   A veces me sorprendes, respondió Baby, cruzando los brazos y poniendo cara de enfado.

   Gracias hija, me pones muy contento y me dejas muy orgulloso de ti. Sabía que entenderías, respondió Rogerio, que de espalda a ella no percibió el enfado escrito en la frente de Baby, que espumaba de rabia por la boca. Otro toc toc toc seguido por la voz del desconocido interrumpieron el coloquio familiar.

   Les advierto que no me moveré de esta puerta hasta ser atendido. Nunca dejé de cumplir mis órdenes y no será ésta la primera vez que me ocurra. Y miren que soy porfiado cuando me lo propongo, sentenció el desconocido. 

   Tendré que abrirle la puerta nomás a este infeliz y que sea lo que Dios quiera, que por lo visto no se irá hasta que la abramos, dijo Rogerio, resignado

   Pregunta quién es y qué quiere, pero no abras la puerta todavía, sugirió Laurete. Rogerio, acorralado por la terquedad del desconocido aceptó la sugerencia de su esposa con un dar de hombros vencido.

   ¿Quién es?, preguntó Rogerio, tímidamente. 

   Soy Gustavo Barros, de Costa y Acosta, abogados asociados. ¿Aquí vive la familia Borges?, dijo el desconocido. 

   Depende, respondió Rogerio. 

   Entiendo. ¿Quizás si digo que es un asunto de herencia, la familia Borges resida aquí?, sugirió el hombre.

   ¿Qué? Pero, sí, sí­, respondió Rogerio, apresurándose a abrir la puerta de un salto. 

   Adelante doctor abogado, pase, pase, dijo Baby, asomando el copete entre el marco de la puerta y su padre.

   Gracias padre celestial por atender a mis súplicas. Te prometo Diosito querido la más fastuosa misa de mentirita en Tu honor en la catedral de juguete que mi papi querido me comprará no bien ponga las manos en la herencia, dijo Baby, contenta y feliz. 

   No gastes palabras en vano en nombre del Señor, querida, que tu eterna estadía en el infierno está garantizada desde hace mucho ya, le dijo su hermana, notadamente enfadada por la hipócrita alabanza proferida por su superflua hermanita. 

V- LA HERENCIA 

   Siéntese doctor, y no le haga caso a mis hijas, siempre tan ocurrentes y chistosas ellas, dijo Rogerio, extendiendo la mano para saludar al hombre y, casi de prepo, arrastrándolo al interior sin soltarle la mano. 

   Mucho gusto doctor, tome asiento, le dijo Laurete. 

   Y desembuche de una vez de cuánto estamos hablando, intervino Baby, deseosa de saber el montante de la herencia. 

   ¡Baby! ¿qué modales son esos? Un poco de respeto por favor, la reprendió Laurete, enérgicamente. 

   ¡Mamá¡, sabes que sufro de TOC. Por favor digo yo, entiéndeme, se excusó la pequeña. Rogerio, tan ansioso como su pequeña, tomó nuevamente la palabra.

   ¿Bien, doctor, usted dirá?, dijo Rogerio estregándose ansiosamente las manos.

   Sí. Bien, su finada tía Filomena Borges lo ha nombrado como su único heredero, dijo el hombre. Rogerio pareció caer en estado de inconsciencia y en aquel letargo pareció estacionarse.

   Rogerio mi amor, despierta, vuelve, suplicaba angustiada Laurete, pero viendo que su esposo no reaccionaba resolvió sacárlo de donde quiera que se encontraba apelando a los malos modales:    

   ¡Despiérrrtate Rogerio, por el amor de Dios! Rogerio sacudió la cabeza, ya estaba de vuelta, pero medio atontado aún porque balbuceó: 

   ¿Qué?, ¿ah?, ¿sí­?, hasta que normalizado dijo: 

    Ah sí, la querida tí­a Filó. 

   ¿Qué tí­a es esa que yo nunca oí­ hablar?, preguntó Heydi.

   Qué importa si es tí­a Filomena o tía Pepa, si nunca supiste de ella o no la recuerdas. La pregunta es: ¿cuánto dejó?, respondió Baby.

   ¡Ay, cállate gananciosa cruel!, le dijo Heydi. 

   Chicas ustedes no se acuerdan de la tía Filomena porque estaban chiquitas, dijo Laurete, interrumpiendo la cháchara de sus hijas. 

   Por favor adorable familia, oigamos lo que el doctor tiene para decirnos, dijo Rogerio, imponiendo su autoridad.

   Bien, la herencia de su tí... 

   Que es de cuántooo, dijo Baby, interrumpiendo al hombre, impulsionada por la ansiedad.

   Más de lo que puedan imaginar los cuatro juntos, pequeñita, contestó sonriendo el hombre. 

   Mire que Baby tiene mucha imaginación, le advirtió Heidy, burlonamente.

   ¿Dónde hay que firmar?, dijo Rogerio, agarrando la lapicera que su esposa ya le alcanzaba. 

   ¿Alguien sabe a que hora abren los bancos?, preguntó Baby.

   ¿Qué habré hecho de tan malo en la vida anterior para estar pagando semejante karma?, se quejó Heidy.

   Me voy a ir a cambiar de ropa, dijo Baby y salió corriendo tras sus palabras.

   Y yo me voy a bañar, dijo Laurete y se marchó a su habitación.

   ¡Y yo me voy a matar!, dijo Heidy con resignación.

   ¿Y, tú, papá, adónde piensa ir cuando tomes pose pose de la herencia?, le preguntó hHeidy al padre. 

   Bueno, por lo pronto voy a acompañar al señor Barros hasta la puerta, respondió Rogerio, invitando  con gentileza al hombre a que se marchara, al final ya había firmado lo que había que firmar.

   Bien, entonces ya que todos van a alguna parte yo también me voy, pero al carajo, respondió el hombre, ya no soportando más permanecer en esa casa de locos. 

   ¿Y, en dónde queda éso?, quiso saber Baby, que se había cambiado de ropas más rápido que la Mujer Maravilla y ya estaba junto a su padre.

   Lejos nena, muy lejos, respondió el hombre, resoplando aliviado por largarse de allí. 

   Ese mismo día los Borges se lanzaron de cuerpo y alma al despilfarro desmedido, aunque hay que resaltar que Heidy, sin otra salida que acompañar a su familia, lo hizo en forma pasiva. Ya había pasado varios meses cuando Laurete le preguntó a Rogerio sobre la tía Filomena. 

   A propósito, ya hace tres semanas que quiero preguntarte algo, pero cada vez que voy a hacerlo siempre tengo algo que comprar y se me olvida, ¿qué tía es esa tal Filomena? 

   No sé, respondió Rogerio, lo único que sé es que nunca la vi más gorda ni más flaca. 

   Bueno, la verdad qué importa quién era, lo que importa es lo que nos dejó, dijo Laurete, sonriendo plásticamente. 

   Ciertamente querida, ciertamente, respondió Rogerio.

   Bien, tesoro, vayamos a descansar que mañana será otro cansativo dí­a de compras, dijo Laurete bostezando.

   Y bueno, mi amor, es el precio a pagar. Hemos de cumplir nuestro destino de podridamente ricos con la frente en alto y los changuitos rebalsando de compras, ¿no?, se quejó Rogerio.

   ¡Fantástico, mi amor! Eres un genio. Así se habla, dijo Laurete. 

   Claro mi amor, así hablamos los Borges, concluyó Rogerio. 

VI- 

DÍAS DE MUCHO, VÍSPERAS DE NADA 

Como se dijo, desde que pusieron las manos encima de la herencia de la tía ni gorda ni flaca Filomena, los Borges, como siempre había sido, se dedicaron a dilapidar su fortuna, gastando a lo billonario. Laurete, sin perder un minuto, había ido atrás de otra mansión. Baby, ni lerda ni perezosa, siguió elaborando nuevas y largas listas con sus caprichos siempre el alta; inspeccionando a diario su habitación donde siempre descubrí­a algo que ya no le interesaba más, o porque ya estaba viejo o porque en el mercado habí­a otro modelo mejor. Entretanto Heidy pensaba en el futuro, en sus descerebrados padres, en su hermana enferma y en la próxima caída. Con suerte la herencia de la tía desconocida duraría hasta cumplir los dieciocho, cuando ya habrí­a terminado el bachillerato (de la universidad podí­a olvidarse, no era tan optimista) y tendría que buscar un trabajo. Aún faltaban dos años para graduarse, así que sus padres y Baby no tendrían tiempo para dilapidar semejante fortuna, pensaba la coherente Heidy, sin tener en cuenta la medida exacta de su desmedida familia. Una frase que les caería como anillo al dedo sería: nunca subestimes a los Borges, porque con los Borges todo era posible, al punto de quedarse sin un billete de dos pesos partido al medio el dí­a menos pensado, entre el presente y el día del cumpleaños número dieciocho de Heidy, cosa que fatalmente acabó ocurriendo.

VII- HOY COMO AYER 

Toc toc toc. Alguien llamaba a la puerta desde hacía bastante tiempo.

   Pero, qué tipo más porfiado, no ve que nadie atiende, se quejó Rogerio a su esposa .

   ¿Qué nos habrá quedado por pagar este mes?, pregunto Laurete. 

   Todo, desde hace ocho meses. Esta vez batimos nuestro propio record que era de siete meses en la quiebra anterior, aclaró Heidy. 

   ¿Y de cuánto disponemos ahora, Laurete?, preguntó Rogerio.

   No disponemos de nada, ni una moneda. Lata raspada, respondió con tristeza Laurete. 

   Tengo un presentimiento, dijo Baby. 

   Toc toc toc. Continuaban llamando a la puerta.

   Pero ¿quién podrá ser? Sin duda es un acreedor, pero ¿de qué? Insistía Rogerio, no encontrando una respuesta.

   Es muy fácil descubrirlo, papá. Heidy pareció tener una idea. 

   Mmm, musitó el padre.

   Descarta a las tres o cuatro personas en la ciudad a las cuales aún no le has pedido dinero prestado y tendrás a tu cobrador, entre los miles que sobran digo, dijo sarcásticamente Heidy. 

   ¡Heidy! Qué disparate se te ocurre en esta hora, la reprendió Laurete.

   Papá, para que Heidy no piense mal de mí­, empezó a decir Baby, te comunico que no incluí en mi nueva lista de regalos, los faltantes acumulados en los últimos ocho meses, ¿ok? Heidy miró de soslayo a su hermana y pensó que la chiquilla, o estaba entendiendo cómo funcionaba la vida o simplemente estaba dándole una chance a su padre porque pataleara lo que pataleara no conseguiría que le comprara ni un miserable chupetín.

   Gracias, mi amor por tanta generosidad, consideración y desinterés, le respondió su padre.

   Solo te lo recuerdo por si acaso. ¿Ya te he dicho papá, que tengo un presentimiento?, volvió a insistir Baby. 

   Yo también tengo uno, dijo su madre. 

   Y yo, acotó Rogerio. 

   Heidy trató de adivinar los tres presentimientos. Baby presentiría que era la fortuna que volvía a golpear a su puerta. ¿Bajo qué aspecto?, seguramente no lo sabría, pero que sería la fortuna, sería. Ya su madre con certeza debía creer que también era la fortuna insistiendo para entrar. ¿De qué manera?, con certeza lo ignoraba, pero que sería la fortuna, sería. y de su padre pensó que también él esperaba que fuera la fortuna. ¿Con que cara?, no tendría ni idea, pero que sería la fortuna, sería. 

   ¿No es mucha coincidencia que los tres tengamos un presentimiento, Papá?, dijo Baby.

   Por qué no nos cuentas el tuyo, quién sabe coincide con el de papá y mamá. Ya sabes que la unión hace la fuerza, desafió Heidy a su hermanita, solo para confirmar su sospecha.

   Muy bien, yo tengo el presentimiento que es otro mensajero con la noticia de que somos otra vez ricos, dijo Baby. 

   Y tú, papá, ¿cuál es el tuyo?, ahora quería cerciorarse si el padre pensaba igual que Baby. 

   Yo creo que se trata de una segunda herencia, dijo el padre. Baby empezó a estregarse las manos y su padre a dibujársele una sonrisa.

   "¿Y tú, mamá? Faltaba la confirmación de su madre. 

   ¡Basta, Heidy! Deja a tu padre pensar, que no estamos para bromas, dijo Laurete, irritada.

   ¡Vamos gente, abran la puerta y dejen que la fortuna venga a nosotros una vez más!, estalló Baby, que siempre pensaba con positividad.

    Solamente hay que abrir la puerta y ver quién es y qué quiere, papá. Quién sabe vienen a ofrecerte un trabajo, dijo Heidy, que también estaba irritada, solo que su forma más efectiva de irritarse era usando la ironía más cáustica.

   ¡Tuerce la boca hacia otro lado, Heidy! No me quieras tanto, dijo Rogerio, persignándose, mira mis inmaculadas manos, tan delicadas, ¿acaso quieres verlas con callos? Heidy sintió pena de su padre.

   Toc toc toc. El enigma continuaba.

   ¿La familia Borges?, dijo una voz por fin.

   Dijo la familia Borges, mi amor, dijo Laurete, buscando en la mirada de su marido un parecer. Pero quien dio su parecer fue Heidy. 

   Eso significa que es a nosotros a quien busca. 

   Eso ya lo sé hija, gracias por la ayuda, contestó Rogerio, contrariado. 

   Papá, no puede ser ningún cobrador o prestamista, ellos usan otras palabras y emplean otros métodos para hacer que la gente les abra la puerta, dijo Baby, mostrando que sobre ciertos asuntos sabía algo. 

   Shhh. Yo sé lo que tengo que hacer, dijo Rogerio y en seguida se acercó a la puerta y miró a través de la mirilla. El hombre del otro lado vestí­a saco y corbata. Rogerio miró a su hija Baby, los cobradores y los prestamistas no visten así, habí­a dicho ella. Entonces se decidió a responder:

   ¿Sí­?, dijo tímidamente. 

   ¿Aquí vive la familia Borges?, preguntó el hombre. Rogerio esbozó una sonrisa, miró a Laurete, miró a Baby, pensó en los presentimientos y, finalmente, respondió: 

   Depende. 

Licencia Creative Commons
LOS BORGES por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.

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