jueves, 3 de septiembre de 2020

LA BOLSA

 

Lucrecia estaba tirada en la cama leyendo una revista de espectáculos, cuando la madre irrumpió en su habitación. Lucrecia desvió la vista con desgano; la madre cargaba entre sus brazos una bolsa de arpillera llena con alguna cosa muy preciada, porque mientras le decía que el desayuno ya estaba listo se la notaba muy nerviosa. Los dedos aferrados a la bolsa estaban violáceos y la mirada, esquiva. "¡Qué rara está mamá!, ¿qué esconderá de tan precioso en esa bolsa?", se preguntó. 

   La madre vio aparecer a su hija en la cocina, correr la silla con un pie y sentarse, sin que en ningún momento apartara los ojos de la revista. Desde hacía mucho tiempo, su hija y las revistas de espectáculos eran inseparables; en su habitación tenía una pila inmensa; en la mochila del colegio siempre había una interponiéndose entre los cuadernos y los manuales y más de una vez, al entrar en el baño, se había encontrado con una revista olvidada en el hueco del bidet. 

   Lucrecia notó, en uno de los raros momentos en que desviaba la vista de las revistas, que su madre no largaba la bolsa para nada. Mientras espiaba debajo de la mesada, la escuchó decir por lo bajo: "no, acá mejor no".  

   ¿Qué tenes ahí, mamá?, le preguntó.

   La madre se sobresaltó y aferró con más fuerza la bolsa. 

   Nada, nada, cosas mías, dijo, con voz temblorosa, sin dar más explicaciones y siguió paseando la mirada por los aparadores. 

   Al rato, la hija volvió a escucharla. 

   Ah, ya sé dónde, pero bajando más la voz, y salió por la puerta del fondo con pasos rápidos. 

    A través de la ventanita sobre la mesada, Lucrecio la siguió con la mirada. La madre se detuvo en la puerta del galponcito, miró hacia todos lados, como cerciorándose de que nadie la estuviera viendo; después entró. Demoró un buen rato adentro, un buen rato que a Lucrecia le resultó bastante sospechoso. Mientras esperaba ver salir a su madre, se olvidó por un momento de la revista en sus manos. Cuando, por fin, la madre salió, la observó cerrar la puerta, acomodarse el pelo y estirar con las palmas de las manos las arrugas del vestido. Al entrar en la cocina era otra vez la mamá de siempre, alegre y distendida. 

   A la tarde la madre le anunció que iba a hacerle una visita a su amiga Rina, que hacía mucho que no la visitaba y que volvería con su padre, que pasaría a buscarla después del trabajo. 

   Por la ventana de su cuarto Lucrecia la vio dirigirse a la parada y a los cinco minutos subir al colectivo, entonces salió corriendo hacia el galpón. 

   A la tardecita, apenas la madre subió al auto, el marido la interrogó: 

   ¿Y qué pasó, será que se dio cuenta? 

   Creo que sí, traté de que mi actuación fuera lo más convincente posible. Esperemos que funcione. 

   El resto del trayecto hablaron de otras cosas. 

   A eso de las once de la noche la madre salió al pasillo, debajo de la puerta del cuarto de su hija escapaba el tenue resplandor de la luz del velador. Eso indicaba que estaba leyendo. Con pisadas de ladrón siguió por el pasillo, llegó a la cocina y, cuidándose de no hacer ruido, abrió la puerta del fondo. Como una sombra furtiva, cruzó el jardín hacia al galpón. Ya adentro, sacó del bolsillo del camisón una linternita y fue directo adonde había escondido la bolsa. 

   Cuando regresó al cuarto, su marido volvió a interrogarla, casi en un susurro: 

   ¿Y qué descubriste? ¿Picó o no?

   La madre frunció los labios, cerró los puños, hizo un gesto enérgico de victoria y con voz cómplice le dijo: 

   Agarró Ficciones, de Borges. 

   Casualmente, en ese mismo instante Lucrecia terminaba de leer "El jardín de senderos que se bifurcan". 

Licencia Creative Commons
LA BOLSA por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.

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