sábado, 26 de septiembre de 2020

LA YETA


Rubén, el inquilino, y Agustín, el propietario del inmueble que ha venido a cobrar el alquiler, están sentados en el comedor; entre ambos hay una botella de plástico con limonada y un vaso de vidrio al lado de Agustín. 

    Ay, ay, ay, ¡qué tiempos difíciles!, se queja Rubén; son los tiempos oscuros, mi querido Agustín, que han sobrepasado el umbral de la puerta y se han instalado en esta humilde morada, y ahora, como bien podés apreciar, estamos rodeados por la miseria más miserable (Agustín mira alrededor, todo continuaba como el mes anterior, hasta el discurso se parece). 

Rubén continúa:

   Si no, pongamos de ejemplo esta limonada, Rubén indica la botella delante de Agustín, de la cual, y no te quito la razón, solo has tomado un sorbo nada más. Al ver tu cara sufrida me acuerdo de la mía, y no es para menos, caliente y ácida como está. Pero es lo hay, ¡es lo que podemos, Agustín! (Agustín mira el vaso y vuelve a sentir el amargo en el paladar). 

   Podría extenderme en el asunto, pero no quiero echarte a perder el día, que será feliz y productivo (Agustín revolea los ojos). 

   Yo sé, mi amigazo querido, que empezar el día con el pie izquierdo puede parecer el primer signo de una jornada fatal, pero !dónde está el espíritu patriótico!, ¡el optimismo en el futuro! Hay que tener fe, Agustín, si no estamos perdidos (Agustín mira para todos lados, pero no ve ni el espíritu ni el optimismo y mucho menos la fe). 

   Creéme, Argentina saldrá a flote y entre todos, desde el más humilde campesino hasta el presidente, vamos a sacar adelante nuestra patria amada. Al final, recordá lo que dice la Biblia: "ayúdate para que te pueda ayudar". Y Dios, que nunca se olvida del todo de ninguno de sus hijos, no dejará a su pueblo a la intemperie (Agustín vuelve a mirar alrededor y más allá de la ventana, pero no ve a Dios, que como el dinero que vino a buscar brillan por su ausencia). 

   Todo esto no pasa de una prueba, pero nosotros, todos juntos, vamos a mostrarle a Él que somos hijos dignos del Señor. Y te digo más, somos argentinos, por lo tanto peleamos hasta el final (¿a que final se refiere, Ringo contra Clay?, se pregunta Agustín). 

   Entretanto, esperemos que el próximo mes la cosa empiece a mejorar (Agustín va a decir algo, pero Rubén no lo deja porque sigue hablando como una cotorra). 

   Pero ¿qué? No y no. No pensés en eso ahora, que es al pedo (¿será que me leyó el pensamiento?, se pregunta Agustín). 

   Yo no digo que sea fácil, pero tampoco es imposible (¿de qué habla?, se vuelve a preguntar Agustín), porque arreglar este despelote va a dar más trabajo del que le dio a Dios hacer el mundo, y mira que el barbudo es grande. Y todo por qué, ¿eh?Porque en el mundo mandamos nosotros, los peores de todos los animales y ahí, mi amigo, la cosa se complica. Pero te prometo, y vos sabes bien que para mí las promesas son deudas (Agustín asiente con la cabeza, si lo sabrá él, se dice), una cosa es deber algunos meses de alquiler, pero no pagar promesa, ¡ah, no!, eso sí que no admito (Agustín cuenta por debajo de la mesa con los dedos para ver cuántos meses son esos "algunos meses" de los que habla Rubén). 

   Y, como siempre digo: debo y no niego, pero pago cuando puedo (me cagó otra vez, piensa Agustín mientras se hunde en la silla). 

   Pero, ¿qué...qué...? No te desanimes, Agustín, tenemos que tener fe. Mirá..., no, mejor me quedo de pico cerrado. Como ya te dije, no quiero echarte a perder el día, que será maravilloso (Agustín mira una vez más por la ventana, oscuros nubarrones se están formando en el horizonte). 

   Entonces, mi querido Agustín... y pensar que apenas ayer eras Agustincito, que venía todos los meses a cobrar el alquiler de la mano de don Ricardo, que en paz descanse y Dios lo tenga en su regazo (Agustín mira hacia el techo). 

   Es un decir, claro, pero no pensemos improbable tamaña empresa, al final, ciento treinta kilos no son nada para Dios, un par de kilitos de algodón aquí en la tierra para nosotros, mucho bulto y poco peso. Además, como acabo de decir, quien se ocupa de eso es el jefe de allá arriba y Él todo lo puede, incluso con tu voluminoso padre, con todo respeto, claro (Agustín vuelve a mirar al techo, pero no piensa en los kilos de su padre, sino en la posibilidad de Dios. Que si todo lo puede por qué no puede hacer que Rubén meta la mano en el bolsillo y le dé algunos pesos aunque sea). 

   Perdón Agustín, me perdí, seguramente por la emoción al recordar a tan entrañable amigo. ¿Dónde estaba?, ah, sí, en el próximo mes. Bien, dejame caer nuevamente en la melancolía Agustincito, que es como siempre serás para mí, esperemos el mes que viene con optimismo que, sin dudas alguna, saldrás de esta honesta casa con algo en los bolsillos. 

   Los hombres se levantan, Rubén enérgicamente y Agustín resignado; enseguida Rubén apoya una mano en el hombro de Agustín y, empujándolo cariñosamente, lo acompaña a la puerta de salida.

   Hasta luego, mi querido amigo, adiós y nos vemos el mes que viene si Dios quiere, dice Rubén (a Agustín no le sale ninguna palabra y se marcha con la cabeza gacha, como un zombi). Rubén cierra rápidamente la puerta y exclama, agitando los brazos: 

   ¡Qué carajo, che! ¡Qué tipo pesado! Por qué no se va al quinto de los infiernos ese infeliz parasitario, ese engomado acomodado, caradura sinvergüenza, insecto invertebrado, paria social, lacra, vudú. Después mira hacia todos lados y gruñe: 

   Pero ¿dónde está Jorgito, eh? Ah, estás ahí, le dice al hijo que justo en ese momento aparece. Acercate y prestá bastante atención: andá de una carrera al almacén de don Pedrito y jugá cien pesos al trece a la cabeza para el mediodía, en la nacional, y otros cien para la tarde, también en la nacional, ¿entendiste bien? 

   ¿Al mismo número, papá?, pregunta Jorgito. 

   ¡Claro, pelotudo!, dale y apuráte. Pero qué pendejo más boludo, nunca vi otro igual, ¿a quién habrá salido?, se queja Rubén. 

   ¡Rosario, ya podés aparecer!, le grita a la sirvienta.

   Enseguida aparece Rosario. 

   ¿Qué quiere, don Rubén?, pregunta.

   Guardá esta limonada de mierda debajo de la pileta de la cocina para el mes que viene, cuando venga de nuevo el pelotudo de Agustín a hinchar las pelotas con el maldito alquiler, le ordena Rubén, y se aplasta en el sofá a ver televisión.

 Licencia Creative Commons

LA YETA por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.

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