Estaba agachada, sacando el dinero de la caja fuerte, cuando sintió que alguien entraba. Corrió a ver quién era.
Buenas tardes, dijo un joven vestido con un traje militar, del otro lado del escritorio. Fue un vistazo rápido el que ella le dio, no así maletín en la mano izquierda, que de inmediato despertó su curiosidad.
Buenas tardes, ¿qué desea?, le preguntó, mostrando su mejor sonrisa. El joven pensó: "¡Qué simpática!"
Perdón si te asusté, respondió él, devolviendo la sonrisa de igual manera. Estoy buscando un departamento para alquilar y tiene que ser para hoy... Vi uno, amueblado, anunciado en la vidriera, que me gustó y si es posible ir a verlo ahora, cerramos el negocio hoy mismo. La última frase la complementó dándole tres palmaditas al maletín. Ella, aún imaginando posibles contenidos, titubeó un instante hasta que dijo:
Sí, no hay problema, ya vuelvo. Enseguida desapareció tras una puerta. A él le pareció que hablaba con alguien. Un minuto después volvió y se puso a buscar algo en un cajón del escritorio.
Acá está, dijo, mostrando la llave del departamento y guardándola dentro de una mochila que traía colgada en un hombro.
Fueron en el auto del joven. En el camino él le dijo que era teniente coronel y ella, que era la propietaria de la inmobiliaria, y ya en el departamento, que le fascinaban los militares, principalmente cuando vestían el uniforme.
Él facilitó la seducción dejándose arrastrar gustosamente hasta un sofá. Ella pasó por detrás y se puso a susurrarle palabras lascivas al oído mientras que parecía estar desprendiéndose las ropas. Pero no era eso. Él soñaba de ojos cerrados cuando sintió que le tapaban la boca con un paño embebido en algo sofocante. Ella se abrazó con fuerza a la cabeza de él, y así se quedó, pocos segundos, hasta el cloroformo hizo efecto y él ya no opuso más resistencia.
Cuando el joven despertó habían desaparecido ella... y el maletín.
El mismo día a las once y cuarenta y siete de la mañana. En la casa.
Acercó la cara a la de la mujer que acostada a su lado, dormía profundamente. Se levantó y buscó unas medias ligas de mujer en la cómoda junto a la cama.
Cuando ella despertó estaba siendo amordazada por él, montado sobre su espalda, después le ató pies y manos. Él salió de la habitación y un minuto después volvió con un cuchillo de cocina. Al verlo venir armado, ella previó su fin y empezó a agitarse mientras la cara se le enrojecía por causa de los gritos ahogados por la mordaza.
Escucha con mucha atención, le dijo él, sujetándole la cara con una mano mientras que con la otra acercaba la punta filosa del cuchillo a uno de sus ojos, dame la seña de la caja fuerte y no te desangro como a un chancho, entendiste bien. La mujer, los ojos agrandados casi a punto de querer saltárseles de las órbitas, asintió. Entonces él le aflojó la mordaza y ella le pasó la seña. Volvió a ajustar la media y se encaminó al despacho del marido. Al rato apareció con un maletín en la mano y fue derecho al ropero, donde se vistió con el traje de gala del marido militar. Minutos después abandonó la casa en el auto de ella, dirigiéndose a una inmobiliaria para alquilar un departamento.
El mismo día, siete de la noche. En la comisaría.
La dueña de la inmobiliaria relata el robo sufrido esa misma tarde.
"Yo estaba hablando por teléfono con un cliente en el despacho del negocio, en el fondo, cuando oí que alguien entraba. Entonces interrumpí la llamada y fui a atender. Era una muchacha muy simpática con cara de ángel, pelo rubio, lacio y largo, ojos celestes. Bien, sin darme tiempo a darle la bienvenida, sacó un arma y me redujo, obligándome a abrir la caja fuerte, escondida detrás de un cuadro en el despacho. Después me encerró en la despensa donde están los artículos de limpieza, atada y amordazada. Por el hueco de la cerradura conseguí ver que cuando estaba poniendo el dinero en una mochila, alguien entró al negocio, yo pensé que fuese un cómplice. Bueno, al ratito ella volvió, me aflojó la mordaza y me preguntó dónde guardaba las llaves de los departamentos y las casas; le dije donde estaban y entonces me volvió a ajustar la mordaza y enseguida me tapo la nariz con pañuelo y enseguida me desvanecí. Hace una media me despertó mi marido, que vino a la inmobiliaria a ver que pasaba que yo demoraba en llegar a casa y tampoco contestaba el teléfono".
El mismo día a las cuatro y cuarenta y tres de la tarde. En el aeropuerto.
El vendedor de pasajes sintió carraspear a sus espaldas y se dio vuelta: era una muchacha, no, era una angelita rubia y de ojos azules y sonriendo un sol de primavera, queriendo un pasaje para el vuelo a Europa de las cinco y cuarto.
Sí, dijo, acompañando la afirmación con una lánguida sonrisa de enamorado estampada en el rostro, y se puso a buscar el pasaje en un cajón a sus espaldas, y mientras hacía eso, pensaba: "¡Qué simpática!"
SIMPATÍA por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.
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