lunes, 21 de septiembre de 2020

LA RIMA QUE ARRUINA AL REY RIMADOR


Había un reino, lejano en el tiempo, cuyo rey era famoso por su manía por las rimas. Para ese rey todo debía rimar con todo, tanto con las palabras como con las cosas; así su castillo estaba pintado de amarillo; su perro se llamaba Hierro y al despertar decía siempre decía "buen día lindo día". Pero el rey tenía un serio problema con su nombre: se llamaba Kraemberjt. Como es de suponerse, con aquel nombre terminado en tres consonantes sin vocales intermediarias de difícil pronunciación, era totalmente difícil que su nombre rimara con uno femenino de tan difícil estructura gramatical; con lo que el rey tenía en verdad otros tres serios problemas derivados del primero: no podía tener su reina, como corresponde a todo monarca que se precie de tal; sin reina no habría heredero al trono y  su dinastía, que provenía de la noche del tiempo, con su muerte llagaría a su fin. 

   Por mucho que se barrió todo el reino y aledaños, ninguna mujer cuyo nombre rimara con el del rey fue encontrada; ni reina viuda ni princesa más fea; ni simple doncella ni cortesana oportunista; ni fregadora de pisos ni campesina analfabeta. Por lo tanto, esto significaba que el pobre rey tenía además un quinto problema, la imposibilidad del amor. Pero un día, un consejero le recomendó hacerle una visita al mago más poderoso del reino. El rey entonces fue hasta los confines de su reino donde el poderoso mago llevaba una vida solitaria en la cima de una colina, pero ni su infalible arte mágico pudo hacer algo por el rey. 

   Quizás usted mago pueda, mágicamente digo, 

encontrar una bella dama que responda a un nombre que rime con el mío, le dijo el rey al mago, fiel a las rimas y casi suplicando. 

   El problema, Su Majestad, es que yo hago magia no milagros. Si los padres le han puesto un nombre que no corresponde a su expectativa (la verdad el mago quiso decir capricho, pero por miedo a perder su cabeza cambió de sustantivo) ninguna magia podrá cambiarlo, se disculpó el mago. 

   En otra oportunidad apareció por el castillo un caballero que le contó al rey que en lo profundo del bosque de las sombras vivía una gran bruja. El rey entonces se embreñó en el bosque de las sombras donde después de muchos días buscando la tal gran bruja consiguió dar con su guarida. Pero tampoco ella, ni consultando en su bola de cristal ni con todos los conjuros que conocía, pudo hacer algo por el rey. 

   Quizás usted gran bruja pueda ver escondida 

en algún lugar una bella mujer que no posea un nombre que a mí la haga huidiza, argumentó el rey. 

   Sí, Su Majestad, eso es posible, pero debe usted esperar a que nazca primero, de lo contrario nadita de nada, ni Marías ni Marianas, le dijo la bruja. 

   Devuelta en el castillo, el rey ya pensaba en enviar emisarios alrededor de todo el mundo conocido hasta entonces, cuando un caminante apareció por el castillo pidiendo comida y refugio por una noche. Mientras comía en la cocina, escuchó a las cocineras que hablaban sobre los problemas del rey. El caminante entonces les contó que en una cueva de la montaña más alta de un reino del otro lado del mar vivía un sabio asceta que quizás, con su vasta sabiduría, podría ayudar al rey. 

   Entonces, el rey cruzó el mar y escaló hasta la cima de dicha montaña donde encontró al sabio sentado delante de la entrada de su cueva, después de aplastar el trasero junto al sabio, pues las piernas ya no le daban para mantenerse en pie y, además, le faltaba el aire, le comunicó el sentido de su visita. 

   Quizás usted... pueda decirme, hombre sabio, 

dónde se encuentra... la bella dama cuyo nombre puedan... hacer rimar con el mío... todos los labios, dijo el rey con dificultosamente, pues el aire le faltaba.

El sabio oyó en silencio, meditó un buen rato sobre el asunto y, finalmente, encontrando una solución para el afligido rey, le dijo:

   Ya he encontrado la solución para sus problemas, Su Majestad. 

   ¿Y cuál es, hombre sabio, cuál es el nombre de la bella mujer que ha de ser mi reina 

y me dará amor y herederos, haciendo que mi estirpe eternamente se extienda?, preguntó ansioso el rey.

   Bien, sobre quién sea esa mujer no tengo la más remota idea y mucho menos cómo se llame. Lo único que sé es que su nombre, al de Su Majestad me refiero, es lo que usted imagina que yo pienso que sea, por eso, para no ofender su regia investidura y arriesgar mi cabeza al decírselo, no se lo digo; en cambio, sé cuál es la solución que terminará con sus problemas, que en verdad no son todos lo que cree sino uno solo, pero que sin el cual Su Majestad tendrá bellas mujeres para elegir entre muchas o, si lo prefiere y el cuero le da para eso, para cada uno de sus días. Por eso tome mis palabras como un consejo de un viejo que sabe menos de lo que le gustaría: cámbiese el nombre y listo, y déjese de joder con eso del del nombre que no rima, porque ahí está la causa de su ruina. 

Licencia Creative Commons
LA RIMA QUE ARRUINA AL REY RIMADOR por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.

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