I-
La señal en el panel de control del centro espacial indicó que la segunda nave, de las dos enviadas al planeta tierra, con los otros cinco emisarios acababa de arribar. Ya dentro del centro de arribo, los cinco se encaminaron por el ducto acoplado a la compuerta de la nave hacia la cámara de desinfección. Ya adentro la compuerta se cerró tras ellos y una luz azul les indicó que los vapores desinfectantes ya habían sido accionados; en seguida una nube gris los cubrió por completo. Cuando los sensores, dos minutos después, indicaron que estaban limpios de bacterias y virus nocivos, otra luz, esta vez anaranjada, se encendió y la puerta lateral que comunicaba directamente con el centro de control finalmente se abrió. Entre los emisarios se encontraba el jefe de la misión, el capitán Slaesh, el primero a salir de la cámara.
"Cómo es bueno estar de vuelta en casa", suspiró Slaesh. Mucha agua había corrido por debajo del puente desde que los diez emisarios partieran hacia la tierra, un año antes. Los invasores del planeta Seng habían roto el cerco de seguridad y ahora estaban por todo Reiser, con fuertes sospechas de que hubieran algunos infiltrados en la Ciudad de los Reyes, la capital del planeta.
"Las cosas han cambiado un bocado por aquí, capitán", comentó, sin ninguna ceremonia, el comandante de la base espacial.
"Puedo imaginarlo, señor", respondió Slaesh. Por la cara de gravedad del comandante, Slaesh podía suponerlo.
"Pronto lo verás con tus propios ojos, hijo". El comandante hizo una pequeña pausa y le preguntó:
"¿Cómo han salido las cosas en la tierra?"
"Traemos mucha información, comandante. Espero que al rey le sean de alguna utilidad", dijo Slaesh.
"Ciertamente que sí. Él es muy sensato y sabrá manejar el asunto con prudencia y sabiduría", dijo el comandante.
Slaesh pasó el contenido de su informe al ordenador de la base y se aprontó para ir al encuentro de su familia. El comandante felicitó a todos y les dio dos días de descanso, después de eso la comitiva sería recibida en el palacio por el rey, que deseaba darles las gracias en persona, y con seguridad enterarse de los pormenores no mencionados en los informes, le dijo el comandante.
II-
Era la primera vez que tenían un encuentro particular con el rey, aunque todos ya lo habían visto en más de una ocasión en los días festivos, y principalmente cuando comenzaban las cosechas. También lo era visitar el palacio real. El ayudante del rey los guió hasta un gran salón donde los guardaba. Él se encontraba sentado en el trono de luz en la punta de una larga mesa cuadrangular, leyendo los reportes en su ordenador. Los emisarios tomaron asiento, cinco de cada lado.
"Gracias por venir, caballeros. Sé que ha sido un largo viaje y que desean recuperar el tiempo que han estado lejos de sus familias. Con esto quiero decir que dos días de descanso es poco, pero no los demoraré mucho tiempo para que puedan volver a sus hogares por más un tiempo de descanso junto a los suyos. Antes de más nada quiero agradecerles el gran esfuerzo que han hecho por mí y por consiguiente por nuestro reino". Todos asintieron con una solemne inclinación de cabeza. El rey cerró la tapa del ordenador y se dirigió a Slaesh.
"¿Qué puede agregar a todo esto, capitán Slaesh", dijo el rey, señalando el ordenador.
"Su Majestad, empezó a decirle Slaesh, creo que el príncipe corre bastante peligro. No ha querido regresar con nosotros por motivos piadosos y nobles, pero en mi opinión, que comparto con mis compañeros, creo que los motivos que han hecho que el príncipe no deseara regresar no valen su sacrificio. Como Su Majestad bien habrá observado los terráqueos, en su gran mayoría, son sin principios y priman por el yo en detrimento del otro. Con esto creemos que el príncipe corre serio peligro de muerte, a no ser que actuemos con máxima urgencia. Y si no lo hemos traído a la fuerza es por que no nos fue delegado libertad de acción". El rey meditó sobre el asunto unos segundos hasta que habló:
"Me temo entonces que tendremos que enviar otro comando para su rescate", dijo el rey. Slaesh levantó prontamente su mano derecha pidiendo la palabra.
"¿Sí?, dígame capitán, lo escucho", autorizó el rey.
"Si me lo permite, Su Majestad, estoy listo para partir cuando lo disponga si así lo cree usted", dijo Slaesh.
"Le agradezco su lealtad Capitán Slaesh, y lo tomaré en cuenta en cuanto tome una decisión", dijo el rey.
Así que la comitiva dejó solo al rey éste se retiró a su despacho. Contempló con cariño las últimas fotografías de su hijo. Se parecía a él cuando tenía su misma edad, hacía algunos miles de años ya.
Poco más de tres décadas antes, la guerra contra los sengianos se había intensificado bastante cuando los médicos le notificaron que la reina estaba embarazada de dos semanas. Los rumores que habían llegado a los oídos del rey decían que el objetivo principal de los sengianos era acabar con la estirpe dinástica. Los reyes temiendo por la vida de su hijo y futuro rey tuvieron que tomar la drástica decisión de esconder el embrión en un lugar seguro, ya que la reina bajo ningún punto de vista estaba dispuesta a alejarse de su esposo. Algunos soldados fueron enviados al distante planeta tierra de donde trajeron un informe completo sobre las condiciones generales. Prontamente un equipo médico se trasladó hacia la tierra, llevando consigo al embrión real con las órdenes expresas de encontrar un vientre apto para dar continuidad a la gestación y de mantener la maniobra en el más absoluto secreto, nadie en la tierra debía saber el origen del embrión, incluso su portadora. Hecha la elección de la madre substituta, ésta fue abducida para la introducción del embrión. Por decisión de los reyes dicha hospedera tenía que encontrarse en estado virgen, debido a que los seres del planeta Tierra eran de índole supersticiosa, de esa manera, al atribuirle un origen divino a su vástago, lo que era verdad, le brindarían el mayor cuidado hasta el momento de ir a rescatarlo.
Los médicos y los soldados encargados de resguardar al príncipe se mezclaron con el gentío haciéndose pasar por humanos comunes y corrientes, vigilándolo con suma discreción a cierta distancia, y siendo relevados a cada cierto período. Se creía que la guerra contra los sengianos no se extendería por mucho tiempo, pero no fue así. El enemigo era poderoso y estaba fuertemente equipado, con lo que la guerra ya llevaba treinta y tres años.
III
Durante el viaje de regreso a la tierra, el capitán Slaesh se enteró, por medio de un sobreviviente, que la mayoría de los soldados y los médicos del último relevo se vieron envueltos en una serie de acontecimientos locales fortuitos. Algunos habían sido asesinados y otros, encarcelados, al final, debían fingir ser terráqueos y como tales estaban sujetos a las leyes y formas de vida del planeta; con lo que el príncipe quedó, ya sin ninguna ayuda externa, a merced de los designios de los hombres.
Por su origen real, el príncipe poseía ciertos poderes que eran inexplicables para los humanos, con lo que le atribuyeron origen divino, pero lo que más ayudó a la propagación de la superstición fue el hecho de que el príncipe empezó, desde muy joven, a hablar sobre ello, haciendo énfasis en que su padre era un dios poderosísimo. Todo esto hizo posible que, a través de los años, fuera venerado y seguido por unos tanto cuanto odiado y temido por otros en la misma medida, lo que terminó siendo brutalmente asesinado por los últimos.
El comando de rescate al mando del capitán Slaesh llegó tres días después del hecho, cuando en la ciudad no se hablaba de otro asunto. Pero tenían un problema, un gran problema: su cuerpo había desaparecido y nadie, o pocos, sabían dónde podría estar.
"Señor, todavía tenemos algunos días más para encontrarlo y revivirlo", le dijo el jefe médico a Slaesh, al notar en su semblante una profunda preocupación.
Slaesh no quería ni pensar en cómo le daría semejante noticia al rey si no llegaban a tiempo dónde el cuerpo del príncipe. No concebía que tanto sacrificio demandado pudiera terminar en fracaso.
"Confío en que unos de los nuestros consiga alguna información rápidamente que nos lleve hasta el cuerpo del príncipe. El tiempo apremia, doctor, y debemos actuar con prontitud", respondió Slaesh. Al poco tiempo Glidash, segundo del capitán Slaesh, que a pedido de éste debía acercarse a la madre substituta, apareció trayendo buenas noticias:
"Señor, señor, el cuerpo del príncipe se encuentra no muy lejos de aquí, dentro de una cueva", .
"Buen trabajo, Glidash. Tú, Arnesh, ponte en contacto con el resto del comando y diles que vuelvan aquí de inmediato", ordenó Slaesh.
IV
"Allí, señaló Glidash, al pie de aquella montaña rocosa". Algunos seguidores del príncipe estaban de vigilia delante de la cueva, entre ellos Slaesh reconoció a la madre terráquea del príncipe.
"¿Qué haremos ahora, señor?", preguntó Glidash.
"Vamos a abducirlos y luego tratamos al príncipe y después nos largamos de inmediato", respondió Slaesh, mientras sacaba su arma. El capitán ajustó los controles y luego dio un grito para llamar la atención. Todos se voltearon hacia el lugar de donde provino el grito, en ese momento Slaesh accionó su arma.
Pasaron entre las estatuas humanas hasta la entrada de la cueva y luego hicieron rodar la pesada placa de piedra circular que obstruía la entrada.
"¡Rápido, empujemos!", ordenó Slaesh y entre todos hicieron rodar la piedra. El cuerpo de príncipe reposaba sobre una piedra rectangular. El médico y su equipo se pusieron inmediatamente a trabajar, inyectándole una substancia revitalizadora que lo hizo saltar inmediatamente sobre la cama de piedra. A seguir le suministraron un potente sedativo.
"Cuando despierte ya estaremos en Reiser, capitán", le dijo el jefe del equipo médico a Slaesh, que observaba con pesar el estado lastimoso del príncipe provocado por las innumerables heridas sufridas. Luego Slaesh se comunicó con la nave principal, que se encontraba a la espera en el desierto. Dos minutos más tarde aterrizó cerca de la cueva. Slaesh esperó a que todos subieran para deshacer la abducción, luego saltó dentro de la nave que partió como un rayo del lugar. Cuando los seguidores del príncipe dieron por sí la nave ya era una estrella más confundida entre los millones de ellas que tachonaban el firmamento aquella noche.
EL RESCATE por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.
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