Una de las maneras que encontró de alargar el tiempo fue deshacerse de los signos que marcan su paso: cumpleaños, aniversarios, fiestas conmemorativas, navidad, año nuevo, mundiales de fútbol, olimpíadas; el día de esto y de aquello, fechas, fechas y más fechas. Por eso aquel día que el viejo viviendo en solitario en aquella isla remota, distante océanos de cualquier lugar, encontró un náufrago inconsciente abrazado a un tronco en la playa temió su presencia más que a cualquier otra cosa en el mundo. Se apresuró a arrastrar hasta la playa el bote en el cual quién sabe cuánto tiempo atrás había aportado a la isla, a pesar que nunca tuvo la idea de abandonarla, sino que podría algún día presentarse el caso en que se hiciera necesario; y ahora era un caso así. Después de poner al hombre adentro junto con frutas y cocos, remó más allá de donde comenzaba la séptima ola que lo traería de vuelta a la playa y lo dejó a la deriva. A su regreso a la playa, el bote ya era un puntito que se perdía en la inmensidad de las aguas azules, rumbo a otras costas.
El solitario por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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