jueves, 29 de octubre de 2020

LA GARRA INVISIBLE

 La cola de autos de la estación de servicio se extendía por tres cuadras hacia el sur. Con la estación de servicio de la otra esquina también pasaba exactamente lo mismo, pero hacia el oeste. La chica de la caja de la farmacia, en frente de la primera estación, entró tapándose los oídos. Los conductores, agobiados por el calor sofocante, descargaban su bronca con bocinazos interminables y ella, víctima inocente de la mufa ajena, casi se quedó sorda. Cuando entró cerró la puerta con urgencia, pero pasados algunos minutos, ya sentada detrás de la registradora, el zumbido estridente la seguía molestando como una mosca cargosa. 

   ¿Qué te pasa Rita?, le preguntó la farmacéutica, al verla con los dedos meñiques sacudiéndose los oídos. 

   Los bocinazos persistentes, le dijo, señalándole la calle. La farmacéutica desvió la mirada. 

   Sin dudas, les debe gustar sufrir, dijo. Anuncian aumento de combustible y corren a llenar los tanques, piensan que así se ahorran unos cuantos pesos; una tremenda mentira porque todos los meses es la misma cosa; lo que quiere decir que lo ahorrado el mes pasado de todas maneras lo gastarán hoy, y así el gobierno igualmente los tiene agarrado de las pelotas. ¡Qué le vamos a hacer!, la garra invisible nunca para de dar el zarpazo. 

                                                                                 

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LA GARRA INVISIBLE por FRANCISCO A. BALDARENA se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.

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