Los rumores, finalmente, se confirmaron; la guerra continuaba y todo por el capricho de dos partes que si realmente buscaban la paz, como decían, la guerra nunca hubiera sido un hecho concreto. El joven Will le echó un último vistazo a la granja, convencido que en aquella última mirada había un adiós definitivo, y marchó a alistarse. Ya había cumplido los dieciocho y si no se presentaba por cuenta propia no tardaría en ver aparecer por el camino polvoriento el camión militar para llevarlo de todas maneras y arrojarlo al centro del conflicto, como quien arroja un trozo de carne a las brazas.
Una de sus actividades en la granja era la de fumigar tanto sus plantaciones como las de los campos de los vecinos, que requerían sus servicios por ser el único a poseer una avioneta para tal fin.
Su padre había muerto años atrás, su madre el año anterior, con ambas pérdidas la realidad de su vida, antes feliz en medio de la vida rural, ya no le causaba más gracia.
Un mes después de haberse presentado a la base militar donde fue destinado le anunciaron que bombardearían por sorpresa una base japonesa en una de las islas del pacífico la próxima madrugada. Desde su llegada había notado que en ninguna incursión ofensiva regresaba el mismo número de aviones que había partido al frente de batalla; se preguntaba en esos momentos si cuando fuera su turno volvería para contar la historia, pero ¿qué otra cosa podía hacer, sino enfrentar un destino que podría no serle venturoso a cada partida, que eran muchas por día?
Esa noche estudió bien el mapa y la estrategia que debía seguir si quería salir ileso de la aventura a punto de emprender. Partieron de la base y se encaminaron en la oscuridad como aves agoreras rumbo al nido del enemigo. Su avión fue quedando cada vez más retrasado, y cuando le fue preguntado por radio si todo estaba bien dijo que sí, aunque el avión perdía algo de velocidad. Casi llegado a un punto del mapa, que había señalado con una X en rojo, disminuyó la altura. Will escrutó el horizonte: el firmamento apenas comenzaba a clarear. Unos segundos después accionó el mecanismo de eyección y de inmediato fue propulsado fuera de la cabina. Tras el salto vio a sus pies la sombra del avión seguir su vuelo hacia la sepultura última en las aguas frías del Pacífico, y en seguida oyó el zambullón y el sordo borboteo posterior, al desaparecer para siempre. Ni bien tocó agua Will se deshizo del paracaídas y se dejó llevar por las olas que no demoraron mucho en arrojarlo a la playa, donde se quedó hasta que clareó lo suficiente para ver, cerca suyo, el paracaídas sobre la arena. Se apresuró a recogerlo y hacer un bollo con él; en seguida se internó en la vegetación. Caminó por horas y, según sus cálculos, creyó estar en el medio de la isla. En las aguas de un arroyo calmó la sed y decidió armar campamento allí mismo. Se despojó de las ropas, las enjuagó a fin de sacarle la sal del mar y luego las tendió sobre una mancha de sol que se escurría por las copas de los árboles; después se estiró en la hierba y escuchó su voz, como si fuera otro el que hablaba: "La guerra no es para mí".
La Guerra por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.
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