Un día, cuando fui de vacaciones a la India, me pasó algo tan fantástico que ya no se lo cuento a nadie porque todo el mundo piensa que es mentira mía, aunque yo muestre la selfie que nos tomamos juntos. Dicen que es un montaje de Photoshop.
El asunto es que siempre quise ver tigres, pero no a esos que se ven en circos y en el zoológico; no, yo quería ver uno en su propio hábitat y de ser posible cazando algún venado y devorándolo. Así, que después de unos días en Nueva Delhi me dirigí a Rajastán, donde me hospedé en un hotel modesto de Jaipur. Al segundo día fui de excursión guiada al parque nacional Rathambore; pero como a mi siempre me ha gustado la aventura, apenas se descuidaron el guía, el conductor del ómnibus y los otros turistas, me escabullí entre la maleza y salí en busca de un tigre.
Anduve sin rumbo unas dos horas hasta que di con uno. Caminaba por una senda cuando escuché a un costado algo así como un chistido, me di vuelta en seguida, al tiempo que escuchaba detrás de unos matorrales una voz llamándome:
Extranjero, extranjero. Debo decir que no parecía voz humana, porque sonaba muy extraña, como de un ser no muy familiarizado a utilizar palabras.
¿Sí?, pregunté, mirando para todos lados. Entonces un tigre (¡qué animal hermoso!) se dejó ver a un costado de los matorrales.
Por favor, dijo, en una súplica lastimera.
Sí, dime, le dije, presto a ayudarlo.
Estoy en un serio problema y necesito una mano amiga, pero no temas que no te comeré, me advirtió, seguramente para que yo no saliera corriendo de espanto.
No qué va, si hasta sería una honra para mí, le dije para tranquilizarlo (y es verdad, porque es mejor ser comido por un tigre que morir en manos del león estatal de mi país), ¿qué necesitas?
Estoy enamorado de una tigresa, dijo (yo en seguida imaginé la felina, hermosa y despampanante, como el apelativo lo sugiere), pero sucede que he nacido con una raya de menos.
¿Una raya?, pregunté, sorprendido, caramba, ya oí que una raya más al tigre no le cambia el carácter, pero ¿una menos?
Sí, dijo, bajando la mirada, y enseguida se explicó mejor, sin embargo, una menos nos deja en desventaja delante de otros pretendientes.
¡Ah, ah, ah!, exclamé, entendiendo por dónde venía la mano. Bueno, tigre, no te pongas así, si me das tiempo hasta mañana prometo darte una mano. Ya se me había ocurrido una idea. El tigre concordó y acordamos encontrarnos al día siguiente en el mismo lugar, aunque no le garanticé que fuera al mismo horario ya que debía esperar el momento propicio para escaparme del tour. Así fue que volví al camino y cuando encontré la excursión di la disculpa de una indisposición digestiva urgente que me hizo buscar un matorral y cuando volví al camino ya vi a nadie.
Al otro día volví con la excursión, y apenas vi la oportunidad, me escabullí entre los matorrales.
Vieran lo alegre que se puso el tigre cuando me vio con la lata de aerosol en la mano.
La Raya por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.
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