domingo, 18 de octubre de 2020

EL HUÉSPED


 Le brindé abrigo en mi casa porque me dio mucha pena verlo tiritando de frío en la vereda mientras el opaco sol invernal no le era suficiente para cambiarle el metabolismo y desentumecer sus músculos. Me contó que prefería que la gente, al verlo en las veredas, se cruzara a la de enfrente que lo apuntara con los dedos o le tirara piedritas en el zoológico. También me contó que había trabajado en un circo y que durante las funciones la alegría en la cara de los niños lo reconfortaban, pero cuando la función terminaba un león viejo, que a pesar de domado no había perdido ni un ápice de su naturaleza, le mostraba los colmillos y las garras y lo amenazaba constantemente, diciéndole que un día se iban a olvidar el candado de su jaula abierto y ahí él iba a ver lo que era bueno. Después de oír su triste historia le dije que se podía quedar en casa hasta el verano cuando yo tengo vacaciones y podría llevarlo a Santiago del Estero, donde siempre hace calor y hay muchas lagunas. Eso lo animó. Al otro día, antes de salir para el trabajo, miré dentro de la billetera porque no encontraba la SUBE, en ese momento vi que mi huésped transitorio me observaba detenidamente desde un rincón de la sala, se le notaba en la mirada que estaba atemorizado. En ese momento me di cuenta del motivo de su temor. 

   No te asustes, le dije, sacudiendo la billetera, es una imitación china de cuero sintético. Entonces el cocodrilo suspiró aliviado y la mirada turba se le borró. 

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El Huésped por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.

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