El día del ruido ensordecedor estaba próximo. Los camiones cargados con los cascos antirruidos finalmente llegaron, todos ya lo sabían porque el gobierno lo venía anunciando a cada media hora desde hacía meses a través de los medios de comunicación; que para preservar la vida el estado proveería un casco protector, el cual debía ser usado durante diez minutos a partir del inicio de la señal emitida en forma simultánea en todo el mundo; de lo contrario, se advertía, los altos decibeles del sonido ensordecedor harían saltar los tímpanos en cuestión de segundos. La hipótesis más disparatada que corrió como agua de río crecido entre la población fue la que decía que se trataba del sonido del principio del universo que habiendo llegado al confín del mismo había rebotado contra la fuerza invisible de la nada absoluta retornando al inicio. Unos días después de la entrega de los cascos, finalmente, el día marcado llegó; de manera que todo el mundo amaneció con el casco puesto. Minutos después del aviso, a través del visor vieron todo oscilar; podía sentirse nítidamente el piso trepidar igual que en los terremotos. Por alguna razón que nadie supo explicarse solamente los animales parecían no sentir ni ruido ni temblor.
¿Ni el temblor siquiera?, se preguntó un solo hombre, que movido por la curiosidad, que fue mayor que salvaguardar su propia vida o quizás por sospechar algo raro, se lo quitó, pero nada escuchó más allá de los ruidos de costumbre: el canto de los pájaros, el viento contra las hojas, un cartel que chirriaba en su monótono balancear; y los gritos de advertencia de la gente que lo vio quitarse el casco. Volvió a ponerse el casco y, mágicamente, el piso empezó a trepidar nuevamente. De inmediato se deshizo del casco y, otra vez, nada. Inútil fue que quisiera advertirles a todos que no pasaba nada, que quizás hubo un equívoco del gobierno, o, peor, que la maniobra del casco escondía algo raro, como supuso al principio. Pero nadie le hizo caso, y pasados los diez minutos, una voz en el casco autorizó su retirada, y nada ya fue lo mismo de siempre. La gente adoptó el comportamiento de un autómata, obedeciendo como el rebaño más dócil jamás imaginado, sin opinión ni pensamientos. El hombre se sintió extraño ante la indiferencia generalizada, y antes que encontrara una explicación fue interceptado por una patrulla del nuevo orden mundial y de inmediato obligado a ponerse el casco a la fuerza durante diez minutos. Pasado el tiempo establecido, ya vaciado de cualquier pensamiento, marchó a trabajar como el resto de la humanidad.
EL RUIDO por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.
No hay comentarios:
Publicar un comentario