El finado, tan apreciado, atrajo medio pueblo al velorio. Una a una las personas entraban, le daban sus condolencias a la viuda y se dirigían al cajón para el postrer saludo a quien fuera amigo tan querido.
Allá a las tantas apareció Jeremías, el mudo del pueblo, que como no podía hablar y la viuda no entendía el lenguaje de señas, había escrito en una hoja su sentido pésame.
Jeremías le entregó la hoja y siguió hasta el cajón.
Ella agradeció con un gesto de cabeza y leyó esto: NO TENGO PALABRAS PARA DECIR LO QUE SIENTO.
La viuda supo entender.
EL ÚLTIMO ADIÓS por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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