1 El río gemelo
El río que dividía el pueblo en dos corría lento hacia el mar, a cincuenta kilómetros de distancia, y todos los años en la época de las lluvias el río perdía las orillas y el caudal inundaba cada palmo del pueblo transformándolo en una gran laguna habitable y así, durante tres o cuatro meses los habitantes cambiaban sus vehículos rodantes y, como si estuvieran en Venecia, pasaban a desplazarse de un lugar a otro por medio de canoas y botes. Y cuando las aguas bajaban la vida normal se traducía en sacar el limo acumulado en cada rincón y eso llevaba meses. Después, otros tantos meses se les iba en volver a embellecer el pueblo y plantar y sacar a los animales para el pastoreo, pero al poco tiempo llegaba otra vez la época de las lluvias con lo cual el ciclo se completaba y volvía a recomenzar la vida de penurias.
En el pueblo vivía un tal Vicente Pedroza, un hombre que odiaba esas aguas que año tras año sumía al pueblo en tristeza mojada y echaba a perder el sacrificio hecho de todo el mundo. Pero sucedió que para la última vez que bajaron las aguas Vicente reunió a todos los hombres del pueblo en la cancha de basquet del club Santacarmeño, desde el cura hasta el intendente, y después de mucho debatir pudo imponer una idea que llevaba años dándole vueltas en la cabeza: hacer un nuevo cause paralelo al del río. De modo que con picos, palas, tractores, retroexcavadoras y camiones volcadores los hombres dedicaron todas las horas del día, desde el amanecer hasta el anochecer, a excavar el cause nuevo, metro tras metro, cada vez más profundo.
La idea de Vicente Pedroza era hacer que las aguas escurrieran más de prisa hacia el mar, pensaba que de esa manera las aguas de las lluvias no se empozarían en el pueblo.
Finalmente, tres meses después del titánico trabajo y uno antes de que empezara la época de las lluvias, habían llegado a dos metros del mar. Avisaron por teléfono a los hombre que habían quedado en el pueblo para que procedieran a dinamitar la fina pared que separaba los dos causes. Entonces, un minuto después de recibir la confirmación de la abertura del nuevo cause, Vicente ordenó:
Bien, muchacho, ahora vamos a dinamitar la desembocadura, y tras la orden gritó:
!Y que vengan las lluvias, carajo! Los demás se unieron en coro y el ese otro "¡Y que vengan las lluvias, carajo!" se escuchó a un kilómetro a la redonda. De manera que dispusieron las cargas de dinamita a lo largo de la desembocadura y las hicieron detonar. Voló tierra para todos lados y detrás de ella el agua del mar se abalanzó con la fuerza de un tsunami desbordando el cause y arrastrando a todo el mundo, junto con maquinarias y herramientas, y media hora después todos estaban de vuelta en el pueblo con barro, arena y algas hasta en las orejas. Ahí, con desconcierto vieron que ahora tenían dos ríos gemelos con los que lidiar, porque ambos se nivelaron y siguieron corriendo lentamente hacia el mar, con lo que cuando vinieran las lluvias todo el mundo creyó que el mismo problema de siempre volvería a amargarles la vida.
2 La muralla
¿Y ahora qué haremos?, preguntó alguien y Vicente Pedroza, que no era hombre de darse por vencido tan fácilmente, propuso que para el año siguiente, cuando pasaran las lluvias, rodearían el pueblo con una muralla de tres metros de alto.
Y dicho y hecho, cuando vinieron las grandes lluvias el pueblo se inundó como siempre y todos volvieron a guardar los vehículos y a sacar los botes y canoas, y cuando, tres o cuatro meses después, las aguas bajaron todo el mundo arremangó las mangas y se abocó a levantar la tal muralla. Y cuando por fin concluyeron la no menos colosal obra, otra vez se pudo oír "¡Y que vengan las lluvias, carajo!" a un kilómetro a la redonda. Y las lluvias del año siguiente llegaron, y fue entonces que se dieron cuenta que habían hecho la piscina más grande del mundo, porque si bien el desborde de los ríos no traspasaba la muralla ésta tampoco dejaba salir el agua estancada adentro del pueblo. Entonces esa temporada, gente y animales, tuvieron que hacer vida sobre las azoteas y tejados, empapados hasta los huesos.
3 El pueblo isla
¿Y ahora qué haremos, Vicente?, preguntó alguien, y Vicente, porfiando en su "jamás seré vencido", dijo:
Cuando pase la época de las grandes lluvias vamos a rellenar esta piscina con tierra y vamos a levantar un nuevo pueblo encima y eso es para que quede claro para todo el mundo que nosotros somos hombres de grandes ideas.
Y así, cuando bajaron las aguas todo el mundo, hombres, mujeres y niños, hombro con hombro, se dedicaron excavar por los campos y a rellenar la piscina y al concluir la ciclópea tarea edificaron el nuevo pueblo en las alturas. Entonces un nuevo y estruendoso "¡Y que vengan las lluvias, carajo!" se oyó a un kilómetros a la redonda.
De manera que cuando llegó la época de las grandes lluvias y todo alrededor del pueblo volvió a inundarse, Vicente Pedroza y cada uno de los habitantes se dieron cuenta que habían fabricado la isla artificial más grande del mundo, y lo más insólito de todo, ahora habían superado en un metro la altura de la montaña del Águila, distante un kilómetro del pueblo, el único lugar donde no se conocían las inundaciones.
HOMBRES DE GRANDES IDEAS por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
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