"Nunca voy a acostumbrarme, esto, definitivamente, no es para mí", se decía por dentro mientras contemplaba, duro como una momia, a su compañero, que con la frialdad del hielo, descuartizaba el cadáver de aquel pobre infeliz como si fuera un osito de peluche. Con qué serenidad jugaba con sus órganos ensangrentados entre sus manos; con qué placer, reflejado en su sonrisa macabra y en sus ojos despiadados, desempeñaba su infame tarea.
Poco a poco el temor se apoderaba de su ser ante la inminencia del momento en que le tocara el turno de enterrar el cuchillo y descuartizar como lo hacía ahora su compañero. Miró de reojo la puerta y evaluó una posible huida, pero su compañero estaba en el medio, y además era más diestro y más experimentado en el manejo del cuchillo, mientras él...
De pronto, su compañero lo miró fijo y un frío burbujeante le subió desde los pies.
¿Y, pibe?, dale o te vas a quedar parado ahí, mirando como un pelotudo mientras yo hago todo por los dos, le dijo, y en sus palabras comprendió que no tenía escapatoria, o acuchillaba y descuartizaba infelices o quién sabe cómo terminaría todo. Entonces agarró el cuchillo que tenía a un lado, cerró los ojos y dio la primera puñalada en aquel pobre infeliz que nada sintió, porque qué puede sentir un pollo muerto.
LA PRIMERA PUÑALADA por Francisco A. Baldarena se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://creativecommons.org/choose/?lang=es#metadata.
No hay comentarios:
Publicar un comentario